Revista Pijao
Pornografía y obscenidad: un ensayo de D.H. Lawrence
Pornografía y obscenidad: un ensayo de D.H. Lawrence

Por Revista Arcadia

Un fragmento de una nueva edición publicada por Ícono.

Pornografía y obscenidad

La definición de estas dos palabras, como suele suceder, depende por completo de los individuos. Lo que para uno es pornografía para otro es la risa del genio. Según nos dicen, la palabra designa por sí misma “lo relativo a las putas”, la escritura de la puta. ¿Pero qué es una puta hoy en día? Si fuera una mujer que acepta dinero de un hombre a cambio de acostarse con él, habría que decir entonces que en el pasado la mayoría de las esposas también se vendían y que muchas putas se entregaban gratis si lo deseaban. Una mujer que no tenga una pizca de puta no es, por lo general, más que un palo seco. Y probablemente la mayoría de las putas tenga una pizca de generosidad femenina.

¿Por qué ser tan radical, tan categórico? La ley es algo sombrío y sus juicios no tienen nada que ver con la vida. Lo mismo ocurre con la palabra “obsceno”: nadie sabe qué significa. Supongamos que deriva de obscena, “aquello que no puede ser representado en escena”: ¿cuánto más avanzado está usted? ¡Nada! Lo que es “obsceno” para Tomás no lo es para Lucía o para José. De hecho, el significado de una palabra lo deciden las mayorías. Si una obra de teatro escandaliza a diez personas del público y no a los otros quinientos espectadores, entonces es “obscena” para diez e inofensiva para quinientos: por mayoría, en consecuencia, la obra no es obscena. Sin embargo, Hamlet escandalizó a todos los puritanos en la época de Cromwell y actualmente no escandaliza a nadie.

Algunas de las obras de Aristófanes escandalizan a todos en nuestros días mientras que, aparentemente, no perturbaban para nada a los griegos de aquella época.

El hombre es un animal cambiante, las palabras cambian sus significados con él y las cosas dejan de ser aquello que parecían ser, lo que era así ya no lo es y si creemos saber en dónde estamos es sólo porque estamos siendo rápidamente transferidos a otra parte. Debemos dejar todo en manos de la mayoría, todo a la mayoría, todo a la multitud, la multitud, la multitud. Es ella la que determina qué es “obsceno” y qué no lo es, ella lo hace. Si los diez millones de abajo no saben más que los diez hombres de arriba, entonces algo anda mal con las matemáticas. ¡Lo único que hay que hacer es votar! ¡Alcen la mano y pruébenlo contando! Vox populi, vox Dei. ¡Odi profanum vulgus! Profanum vulgus3.

Llegamos entonces a lo siguiente: cuando nos dirigimos a la multitud, el sentido de nuestras palabras es el que le da la multitud, decidido por mayoría. Como me escribió alguien: “La ley estadounidense en materia de obscenidad es muy clara, y Estados Unidos la hará cumplir”. ¡Absolutamente, querida, absoluta, absoluta, absolutamente! La multitud sabe todo sobre la obscenidad. Suaves malas palabras que riman con “pierda” o “nulo”4 son, para ella, lo máximo de la obscenidad. Supongan que un editor pone por error “m” en lugar de “p” en una simple palabra como “pierda”: el glorioso público estadounidense sabe entonces que ese hombre cometió una obscenidad, una indecencia, que su acto fue lascivo y que en tanto tipógrafo fue pornográfco. No se manipula al gran público, sea estadounidense o británico. Vox populi, vox Dei, ¿acaso no lo saben? Porque si no lo saben nosotros se lo haremos saber. Al mismo tiempo, esta vox Dei exalta películas, libros y artículos de prensa que resultan, para una naturaleza pecadora como la mía, completamente repugnantes y obscenos. Tengo que mirar hacia el otro lado como un verdadero mojigato y puritano. Cuando la obscenidad se vuelve insípida, es decir que es del agrado del público, y cuando la vox populi, vox Dei grita desaforada por más indecencia sentimental, entonces tengo que mantener la distancia, como un fariseo, por temor a ser contaminado. Existe una clase de puntos universales viscosos que me niego a tocar.

Volvemos nuevamente, entonces, al mismo punto: o aceptamos las decisiones de la mayoría –la multitud–, o no. O nos prosternamos ante la vox populi, vox Dei, o nos tapamos las orejas para escapar de su bramido obsceno. O hacemos las payasadas que le gustan al gran público, Deus ex machina, o bien nos negamos completamente a actuar para el público; a no ser que, de tanto en tanto, nos burlemos de su carácter elefantiásico e ignominioso.

Cuando se trata de definir algo, incluso la palabra más simple, hay que prestar atención, puesto que hay dos grandes categorías de significado, incompatibles entre ellas por siempre: el significado de la multitud y el significado del individuo. Tomemos por ejemplo la palabra pan. El significado de la multitud es simple: una cosa que se come hecha con harina blanca. Pero tomemos el significado que la palabra pan tiene para el individuo: el pan blanco, el pan integral, el pan de cereales, el pan casero, el olor a pan recién salido del horno, la costra, la miga, el pan sin levadura, el pan trenzado, el pan que hay que ganar, el pan de masa fermentada, el pan de campo, el pan francés, el pan vienés, el pan negro, el pan de ayer, el pan de centeno, el pan de salvado, el pan de cebada, el pancito, el pan bretzel5, el pan kringel6, los bollos, el pan damper7, el pan ácimo… Es algo que no tiene fin, y la palabra pan los llevará a los confines del tiempo y del espacio y a los caminos más recónditos de la memoria. Pero esto es así en lo que respecta al individuo. La palabra pan llevará al individuo a su propio viaje y su sentido será el que él le dé, basado en sus propias y genuinas reacciones de la imaginación. Y cuando una palabra se nos presenta en toda su originalidad y despierta en nosotros las reacciones individuales, eso nos provoca un inmenso placer.

Los publicistas estadounidenses han descubierto esto y, por lo tanto, la parte más perversa de la literatura estadounidense se encuentra, por ejemplo, en los anuncios de espuma de baño. Se trata de publicidades que son casi poemas en prosa. Les dan a las palabras baño de espuma un significado individual hecho de burbujas resplandecientes, algo muy hábilmente poético pero que sólo puede ser poético para una mente que olvida que esa poesía es la carnada sujeta al anzuelo.

El mundo de los negocios está redescubriendo el significado individual y dinámico de las palabras, mientras que la poesía lo está perdiendo. La poesía tiende cada vez más a fijar por adelantado el sentido de las palabras que utiliza, lo que implica que el individuo adopte el sentido determinado por la multitud. Porque cada hombre posee, en proporciones variables, un ego gregario y un ego individual. Algunos son prácticamente sólo ego gregario, incapaces de producir respuestas creativas individuales. Los peores especímenes de ego gregario se encuentran en las profesiones liberales, como abogados, profesores, eclesiásticos, etc. El hombre de negocios –muy malvado– dispone de un ego gregario exterior sólido y de un todavía vivo ego individual temeroso y confundido. El público, que es tan débil mental como un idiota, no podrá nunca preservar sus reacciones individuales de las estafas del explotador. El público es y seguirá siendo explotado siempre. Lo único que cambia son los métodos de explotación. Actualmente se lo adula para hacerle empollar su huevo de oro. Se lo engaña con palabras imaginativas y significados individuales para hacerle entonar el cacareo del consentimiento multitudinario. Vox populi, vox Dei. Siempre fue así y siempre será así. ¿Por qué? Porque el público no tiene la agudeza necesaria para distinguir entre significaciones gregarias y significaciones individuales. La masa es irremediablemente vulgar porque no puede distinguir entre sus propios sentimientos auténticos y los sentimientos de bisutería fabricados por el explotador. El público es siempre vulgar porque está controlado desde afuera, por el embustero, y nunca desde adentro, por su propia sinceridad. La multitud es siempre obscena porque nunca es original. Lo que nos lleva nuevamente a nuestro tema de la pornografía y la obscenidad. La reacción ante una palabra puede ser, en cualquier individuo, tanto una reacción gregaria como una reacción individual. Queda en cada uno preguntarse: “¿Estoy reaccionando como individuo o simplemente de acuerdo a mi ego gregario?”.

Al llegar a la cuestión de las palabras supuestamente obscenas se debería decir que es difícil que una persona en un millón escape a la reacción gregaria. La primera reacción, casi con seguridad, será la reacción gregaria, la indignación gregaria, la condena gregaria. Y el ego gregario no va más allá. Pero el individuo real posee otros pensamientos y se pregunta: “¿Estoy realmente conmocionado? ¿Me siento realmente ultrajado e indignado?”. Y el individuo responde de manera inevitable: “No, no estoy conmocionado, ni ultrajado, ni indignado; conozco esa palabra, la tomo por lo que es y, pese a todas las leyes del mundo, no voy a hacer una montaña de un grano de arena”. Y si el uso de algunas palabras supuestamente obscenas lleva a que un hombre o una mujer pierdan su costumbre gregaria en beneficio de su conciencia individual, mucho mejor. La mojigatería verbal es una costumbre gregaria tan universal que ya era hora de librarnos de ella.

3. “Voz del pueblo, voz de Dios. ¡Odio al vulgo ignorante! Vulgo ignorante”. (N. del T.).

4. En el original los ejemplos de los términos con rima sugestiva son: spit (“escupir”), que rima con shit (“mierda”), y farce (“farsa”), que rima con arse (“culo”). (N. del T.).

5. Pan en forma de corazón con granos de sal gruesa tradicional de Alemania. (N. del T.).

6. Pan dulce con almendras y pasas de uva tradicional de Estonia. (N. del T.).

7. Pan sin levar originario de Australia. (N. del T.)


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