Revista Pijao
Oriente no está en el mapa
Oriente no está en el mapa

Por Camilo Hoyos

Revista Arcadia

Brújula es la octava novela del francés Mathias Enard, ganadora del último Prix Goncourt, y su dimensión y rigor enciclopédico abruman a cualquier lector. Se trata de un intenso viaje a través de la relación cultural en los últimos 200 años entre Oriente y Occidente. Esta relación se rememora o divaga por Franz Ritter, vienés, musicólogo, orientalista y opiómano, quien pasa una noche de insomnio en su apartamento en Viena, porta Orientis, mientras que sopesa su vida a través de sus únicos lentes posibles: su conocimiento sobre Oriente y el reciente diagnóstico de una enfermedad terminal. No se trata de la rememoración de un poeta: se trata del frágil y melancólico profesor académico, de un “sabio de salón” que hace años no sale de su ciudad, quien desde su biblioteca ve pasar las horas mientras que su imaginación vuela por Alepo, Estambul, Calcuta, Palmira, etcétera. El trasfondo histórico de la actualidad es inevitable: el Estado Islámico ya ha destruido parte de Alepo y ha devastado sitios arqueológicos en Siria. Entre sus recuerdos y alucinaciones está siempre Sarah, la amiga de quien ha estado enamorado durante más de 30 años, experta en viajeros occidentales en Oriente durante el siglo XIX. La declaración de amor a Oriente que son las nueve horas de insomnio es también la divagación sentimental de un orientalista que parece encontrar en el lenguaje amoroso y novelesco aquello que el conocimiento académico y enciclopédico nunca le proveyó. La novela es una historia de amor en la que el conocimiento integral y apasionado de una cultura no logra contrarrestar la ausencia del ser amado.

La meditación durante el insomnio entre poco antes de las once de la noche y las seis de la mañana es doble: la influencia de Oriente en los grandes creadores occidentales de los últimos 200 años, pero también (y por esto mismo) la manera como Oriente es un concepto creado por Occidente, por cómo se comprendió en viajes y por su influencia en la cultura. “Los orientales no tienen el menor sentido de Oriente. Quien tiene el sentido de Oriente somos nosotros los occidentales”, recuerda Ritter citando a Lucie Delarue-Mardrus. Ritter, como tantos otros orientalistas, viaja desde su biblioteca, a partir de la música, la poesía y la imaginación. No acude al mapa: parafraseando a Ishmael, no lo hace porque los lugares verdaderos no aparecen en mapa alguno.

De la mano de Ritter comprendemos que el Oriente que conocemos surge de Las mil y una noches, de Avicena, de los poemas de Hafiz Shirazi traducidos por Goethe en su antología Diván de Oriente y Occidente, con el tiempo musicalizados por Schubert, Schumann, Schönberg, etcétera; de El camino a la Meca, de Muhammad Asad, o tantos otros poetas persas y sufíes que influyeron en músicos y escritores occidentales: Strauss, Liszt, Balzac, Delacroix, Lamartine, Nerval, Hölderlin, Proust, Hofmannsthal, Germain Nouveau, Henry Corbin, Paul Celan, Thomas Mann, por decir apenas algunos, que desfilan a lo largo de la novela. Enard apunta hacia una idea de difícil debate: en nuestra noción de Oriente se define Occidente. Y para esto le es imposible no recurrir a la erudición como motor narrativo.

Hace años que Ritter no viaja y poco más logrará dada su próxima muerte. Su mundo vive en su biblioteca y en su conocimiento de Oriente. Tiene una brújula, réplica de la que tuvo Beethoven, que sin embargo tiene una característica que la hace, según Sarah, ser “la brújula de la Iluminación, el artefacto suhrawardiano”, refiriéndose a Suhrawardi, el filósofo persa del siglo XII, padre de la teosofía oriental. “Una vara de zahorí mística”, refiriéndose a aquellos que tienen el don de vislumbrar lo oculto. Se trata de una brújula que en vez de apuntar hacia el norte apunta hacia oriente. El único artefacto que necesita el moribundo Ritter, orientalista enamorado, y del cual se aferra el lector para comprender este intenso viaje sentimental entre Oriente y Occidente.


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