Revista Pijao
Muñiz-Huberman: “El exilio fue un periodo que se mitificó”
Muñiz-Huberman: “El exilio fue un periodo que se mitificó”

Por Marién Kadner

Especial para El País (ES)

En un pasaje de Dulcinea Encantada, Angelina Muñiz-Huberman (Hyères, Francia, 1936) escribe: "Mi terrible conflicto [...] es que ya ni siquiera soy exiliada. [...] Y qué soy: ¿ex-exiliada? Confórmate con no ser nada". Este es solo un ejemplo de las continuas referencias que la autora de origen español, nacida en Francia y mexicana de adopción dedica a uno de sus principales propósitos intelectuales: la desmitificación del exilio. A ello ha consagrado buena parte de sus más de 50 obras publicadas. Y lo ha hecho rebuscando en la historia: "Me he dedicado a estudiar las diferentes formas de exilio que puede sufrir una persona"; desde Adán y Eva, hasta la Guerra Civil española, pasando por el ostracismo griego y el destierro romano, su narrativa ha hurgado en la imposibilidad de permanecer en la tierra de cada uno, en esa supuesta zona de confort.

Desde su hogar en la Ciudad de México, repleto de libros y a cuya terraza acude una y otra vez un colibrí, la escritora recuerda pasajes del exilio: "La guerra fue en mí. La destrucción fue en mí. Las granadas, las bombas y el Guernica fueron en mí. Las casas destruidas, los cuerpos sin vida, fueron en mí. [...] Luego quieren que sonrían, que baile y que haga reverencias. Como si fuera la osa del gitano rumano de la colonia Condesa. Torpemente amaestrada. A garrotazos".

Su caso es diferente: ella no llegó –como decenas de miles de refugiados de la Guerra Civil española– en los barcos fletados por el Gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940), sino en una embarcación inglesa posteriormente hundida a manos de un submarino nazi. Arribó a Cuba y tres años después se instaló definitivamente con sus padres en México. También a diferencia de la mayoría de niños del exilio, hasta la preparatoria –la antesala de la universidad– no fue a ningún colegio con maestros republicanos españoles. "Durante la primera etapa estaba el deseo del regreso: pensábamos que las cosas iban a cambiar e íbamos a volver", recuerda la escritora. Tenían –solían decir jocosamente– la maleta ya preparada debajo de la cama para regresar el día que muriera Franco.

De su misma generación de escritores, el poeta Luis Ríos –"que hacía todo romances, parecía García Lorca"– regresó a España tras la muerte del dictador con la idea de quedarse a vivir allí, pero su desgracia fue que no hubo manera de poder identificarse cuando llegó. En los regresos temporales a la madre patria, tras la muerte del dictador, Muñiz-Huberman detectaba "cierto tono de rencor hacia los exiliados: 'Ah, tú te salvastes, tú eras libre, nosotros sufrimos", le comentó una prima.

Para la autora, fue un periodo que se mitificó. "Creíamos que éramos una especie de santos, algo sagrado, y luego te vas dando cuenta de que no. Entonces empiezas a ser consciente de que estabas viviendo falsamente", explica. "Pensábamos que nos tendrían que tener compasión, porque imagínese no poder volver a su país, no poder ver el arbolito de la esquina...", añade con una cierta dosis de sarcasmo.

“Rojos, refugachos”

En México, había un gran apoyo a los republicanos españoles por parte de los sectores más izquierdistas. Pero también, dice, un cierto rechazo social. "Nos llamaban rojos, refugachos... Gacho en mexicano quiere decir qué feo, qué malo, qué desagradable...", detalla. También la historia de los niños de Morelia –que fueron llevados a México sin sus padres– se exaltó, a vista de Muñiz-Huberman, "se dijo que habían vivido en el paraíso, pero al oír los testimonios de los niños ya mayores no fue para nada así: a veces no había dinero en el orfanato ni para la comida", critica.

Muñiz-Huberman se reconoce trasgresora y orteguiana, en el sentido de que sus circunstancias están presentes en toda su obra. El exilio y ciertos temas familiares aparecen constantemente. Por ejemplo, su madre le hablaba de todos los líos de su familia, donde existieron relaciones incestuosas, temática que después ha aprovechado en distintas novelas. Otro hecho que marcó su vida y su literatura fue la muerte accidental y violenta de su hermano en París, antes de venir a México. Un camión lo arrolló cuando cruzaba la calle. Solo más de cinco décadas después Muñiz-Huberman se atrevió a escribir el cuento Yo nunca cruzaré una calle (incluido en Las Confidentes).

Cuatro décadas después del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre México y España en 1977, dos años después de la muerte del dictador Franco, se presenta la reedición de sus libros Las confidentes y Dulcinea Encantada en el Ateneo Español de México, guardián de la memoria del exilio. El primero es una novela basada en los cuentos que dos mujeres se van narrando al estilo de Las mil y una noches y el segundo, una novela mental, pero escrita. Una historia de un personaje único que toma las identidades de muchos, todo desde un coche que circula por el periférico sur de la capital mexicana.


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