Revista Pijao
Máquina alada de iluminaciones poéticas
Máquina alada de iluminaciones poéticas

Por Osvaldo Aguirre

Revista Ñ

Como la mayoría de los libros de Arnaldo Calveyra, Diario francés sale a la luz mucho después de haber sido escrito. El texto, compuesto en siete partes y fechado entre febrero de 1959 y septiembre de 1960, constituyó una especie de secreto hasta su publicación póstuma. Lo particular del caso consiste en que, por la impronta autobiográfica y la importancia del período personal que aborda, reabre desde un ángulo inesperado la comprensión de la obra, al desplegar un conjunto de interrogantes, descubrimientos y definiciones que conforman su poética.

Calveyra emprende el viaje el mismo año en que publica Cartas para que la alegría, su primer libro, y mientras escribe El diputado está triste, pieza con la que se inició como dramaturgo. Apenas llega a París, contra el impulso del viajero típico, se recluye en un hotel. “Me quedo sentado estas primeras noches velando una ciudad donde todos me ignoran y de la que lo ignoro todo”, anota. La pieza en que se aloja prefigura ya su versión del cuarto de trabajo, un retiro donde el aislamiento y el silencio son las condiciones necesarias para abolir la distancia con el mundo de referencia, no con el fin de encerrarse sino de “abrirle la puerta a las palabras para ir a jugar”.

La época ingresa por diversas vías en el diario. El peronismo, la crítica de las imposturas argentinas, la guerra de Argelia, el Genocidio nazi, los vuelos espaciales, las discusiones culturales y estéticas del momento, son temas de reflexión personal y de conversación con los primeros amigos europeos. Calveyra recorre España y el interior de Francia –en la comuna de Lamoura encuentra un equivalente de Mansilla, el pueblo entrerriano donde nació– y vuelve a París, “la ciudad donde puede escribirse (o reescribirse) el poema nacional de cada país”, y la que luego elegirá para su propia obra. Precisamente en ese lugar de cruce de culturas, redescubre una lengua propia. Si comenzó a escribir poemas en francés, le dice a una corresponsal, fue para darse cuenta de que era imposible y “para aquilatar la circunstancia de poseer una lengua, (...) el hecho de haber sido criado en una lengua”.

A la vez, “obligado a hablar francés”, comprende que el idioma de formación es un sexto sentido. Y también una construcción personal: la lengua de Calveyra no es finalmente la del habla rural entrerriana sino, en todo caso y tal como lo puntualiza en una anotación, la creación de su escucha, actividad que no se restringe a la infancia sino que se prolonga en el tiempo y en la escritura. Su interés por los trovadores provenzales –en los que comenzaría a trabajar con una beca– es significativo de esa elaboración, tanto como las ideas tan particulares del poeta sobre la “temperatura de las palabras”, que ya se encuentran en el diario, y el único pasaje escrito en francés, donde Calveyra sostiene que, a diferencia del francés, la lengua española presenta una dificultad poética, a saber el mayor peso de los sustantivos, la gravedad con que la referencia del objeto está anclada (ancré) en el significante y reduce el juego de la imagen poética.

Un diario suele ser un registro de confesiones y de intimidades. Nada de eso hay en los textos de Calveyra, que al tiempo que configuran una entrada sobre el conjunto de la obra plantean formulaciones enigmáticas, incluso desconcertantes. “He venido a que Europa me sobe como a cuero de potro”, dice, y la frase hecha del lenguaje campesino produce un efecto de extrañamiento, inscribe la dimensión no verbal –los gestos, la sonrisa, las acciones corporales que acompañan a la comunicación– que para Calveyra eran parte tan importante como las propias palabras.

Fuera de referencias fragmentarias, en ningún pasaje se desarrolla por otra parte el subtítulo del libro, “vivir a través de cristal”. La infracción gramatical pone en suspenso el sentido de la frase, que tal vez pueda vincularse con la definición del poeta como un fenomenólogo, “y para él no habrá nada que comprender y sí y tan sólo registrar”. Diario francés renueva el encanto y el misterio de un creador extraordinario.

Diario francés, Arnaldo Calveyra. Adriana Hidalgo, 284 págs.


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