Revista Pijao
Las aguas bajan turbias
Las aguas bajan turbias

Por Flavio Lo Presti

Revista Ñ

Desgajado en las entradas de un diario de oficio, Piletas recoge no solo el día a día del autor como piletero (ese personal de servicio desregulado que limpia las piletas en los suburbios) sino que despliega, además, un mundo “encantado” por dos vías: la primera, una especie de discurso voluntariamente subejecutado, entontecido, largos pasajes que funden el realismo detallista con momentos ensoñados y al borde del delirio; la segunda, una rara prosopopeya que permite al narrador dialogar (y coquetear) con sapos, piletas, aguas, dudas o palomas, derivando en un proceso de ficcionalización que desestabiliza la posible confidencialidad del diario.

El resultado es un resbalar “sobresaltado” a través de las peripecias sociales y laborales del piletero Bruzzone, porque el componente más interesante del libro (anclado en el conflicto de clase piletero/clientes) es interrumpido constantemente por la irritante tontería de un discurso que cae o bien en interrogantes infantilizados (si los alguaciles anuncian lluvia, ¿qué anuncian cuando quedan “abotonados”?) o en formas bobas de teoría: “Las mangueras de un piletero suelen estar pinchadas. Los empalmes de las mangueras de un piletero, sobre todo si se trata de tirar muchos metros de manguera, suelen soltarse. (…) Si las mangueras recorren una cocina, un living y un palier, la tragedia es un elefante vestido de novia (…) Los elefantes furiosos son peligrosísimos, mucho más que las novias despechadas”.

Quizás este dispositivo sintáctico entontecido por la repetición es (además de un afán verosimilista con respecto a las condiciones ambientales del trabajo) la condición de posibilidad del libro. ¿No sería insoportable una queja seria, reflexiva, contra la mezquindad, el platinado, las aspiraciones novelísticas cruzadas con misoginia y el racismo de sus clientes dueños de piletas? ¿No necesitamos que la voz de esa queja se aliviane en la alucinación y en la estupidez para que no suene como la letanía quejosa de un trabajador hiperlúcido, explotado por gente horrible? El realismo “filtrado” hace a los momentos más intensos: “Mucamas, jardineros, pileteros y oficios varios somos reclutados por los chetos para cuidar los fortincitos que cada familia cheta construyó adentro del gran fortín con dinero no declarado ante la AFIP. Aun cuando este piletero que acá escribe ame a sus clientes de ese hermoso barrio, tiene que dejar constancia de que los colores rosa y celeste pastel de la vida cheta están agrietados, y que por las grietas sale sangre doliente de las venas sulfuradas de América Latina”.

Las perlas amargas de esa guerra que pone en tensión a los paraguayos y bolivianos y Bruzzones de este mundo con sus clientes (ensoberbecidos por el dinero) aparecen en el medio de una especie de actualización post porro de un jardín modernista, algo que no deja de tener su gracia. Como tienen gracia, también, algunos chistes, el inventario de sus clientes (la cliente Waldorf, La rubia, Magui Aicega, El fumador de habanos, El proveedor de Fernet), las razones sutiles por las que son odiados y las contradicciones ideológicas del narrador, que por momentos condena la misoginia del cliente novelista pero celebra la “comedia de gordas” del vendedor de zapatillas para adelgazar.

Para acceder a los mejores momentos de Piletas, sin embargo, hay que leer, por ejemplo, el proceso de seducción de una paloma, los edulcorados coloquios con las aguas cloradas y, sobre todo, extenuarse a lo largo de tres años y decenas, cientos, miles de piletas.

Piletas, Félix Bruzzone. Excursiones, 160 págs.


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