Revista Pijao
La bella salvaje
La bella salvaje

Por Philip Pullman   Foto AP

El País (Es)

Malcolm, un niño de once años, vive con sus padres en la posada de la Trucha, cerca de Oxford, a orillas del río Támesis, frente al priorato de Godstow, donde las religiosas cuidan de un huésped muy especial. Una noche, el padre de Malcolm acude a su habitación.

—Malcolm, aún no te has acostado… Mejor. Baja un momento. Hay un caballero que quiere hablar contigo.

— ¿Quién es? —preguntó Malcolm con impaciencia; se levantó de un salto para ir tras su padre.

—Habla en voz baja. Si quiere, ya te dirá él quién es.

— ¿Dónde está?

—En la habitación de la terraza. Llévale una copa de tokay.

— ¿Qué es eso?

—Vino húngaro. Venga, date prisa. Sé correcto y di la verdad.

—Yo siempre digo la verdad —aseguró Malcolm de forma automática.

—Ahora me entero —contestó su padre, que le alborotó el pelo antes de entrar en la sala.

El caballero que aguardaba le causó un sobresalto, pese a que estaba simplemente sentado cerca de la chimenea apagada. Tal vez se debiera a su daimonion, un hermoso leopardo con manchas plateadas, o quizás a su sombría expresión taciturna. En cualquier caso, Malcolm se sintió intimidado, y muy pequeño y muy joven. Su daimonion Asta se transformó en una polilla.

—Buenas noches, señor —dijo—. Aquí tiene el tokay que ha pedido. ¿Quiere que encienda el fuego? Hace frío aquí adentro.

— ¿Te llamas Malcolm?

El hombre tenía una voz áspera y profunda.

—Sí, señor. Malcolm Polstead.

—Soy un amigo de la doctora Relf —dijo el hombre—. Me llamo Asriel.

—Ah. Eh…, ella no me ha hablado de usted —respondió Malcolm.

— ¿Por qué has dicho eso?

—Porque si me hubiera hablado de usted, sabría que es verdad. Asriel soltó una breve carcajada.

—Ya entiendo —concedió—. ¿Quieres otra referencia? Soy el padre de la niña que hay en el priorato.

— ¡Ah! ¡Lord Asriel!

—Así es. Pero ¿cómo puedes comprobar si te estoy diciendo la verdad?

— ¿Cómo se llama la niña?

—Lyra.

— ¿Y cómo se llama su daimonion?

—Pantalaimon.

—Está bien —dijo Malcolm.

— ¿Ahora sí? ¿Estás seguro?

—No, no estoy completamente seguro, pero sí un poco más que antes.

—Muy bien. ¿Me puedes explicar qué es lo que ha ocurrido esta tarde?

Malcolm se lo expuso con todo los detalles que logró recordar.

—Han venido unos hombres del Departamento de Protección de Menores, que querían llevársela. Llevarse a Lyra, quiero decir. Pero la hermana Benedicta no les ha dejado.

— ¿Qué aspecto tenían?

Malcolm describió sus uniformes.

—El que se ha quitado la gorra parecía que era el que mandaba. Era más educado que los demás, como más zalamero

Y sonriente. Aunque tenía una sonrisa de verdad, no postiza. Creo que incluso me hubiera caído bien si hubiera venido aquí, de cliente o algo así. Los otros dos eran solo sosos y amenazadores. La mayoría de la gente se habría muerto de miedo, pero la hermana Benedicta no se ha asustado. Les ha plantado cara ella sola.

El hombre tomó un sorbo de tokay. Su daimonion estaba tendido sobre el vientre, con la cabeza erguida y las patas delanteras estiradas, igual que en la foto de la Esfinge de la enciclopedia de Malcolm. Por un momento, pareció como si las manchas negras y plateadas de su lomo despidieran un trémulo brillo, justo antes de que lord Asriel tomara de repente la palabra.

—¿Sabes por qué no he venido a ver a mi hija?

—Creí que estaba ocupado, que seguramente tenía cosas importantes que hacer.

—No he venido a verla porque, si lo hago, se la llevarán de aquí, a otro sitio mucho menos agradable. Allí no habrá ninguna hermana Benedicta que dé la cara por ella. Ahora, de todas formas, intentan llevársela…

—Disculpe, señor, pero yo ya he hablado de todo esto con la doctora Relf. ¿No se lo ha explicado?

— ¿Aún albergas dudas con respecto a mí?

—Pues… no —respondió Malcolm.

—Razón no te falta. ¿Vas a seguir visitando a la doctora Relf?

—Sí, porque me presta libros, aparte de que me escucha mientras le cuento lo que pasa.

— ¿Ah, sí? Eso está bien. Pero, dime, la niña… ¿La cuidan bien?

—Uy, sí. La hermana Fenella la quiere mucho. Bueno, todos la queremos. Está muy contenta; me refiero a Lyra. No para de hablar con su daimonion. Es un parloteo continuo, uno habla y el otro le responde. La hermana Fenella dice que se están enseñando a hablar el uno al otro.

— ¿Y come bien? ¿Se ríe? ¿Es activa y curiosa?

—Uy, sí. Las monjas se portan muy bien con ella.

—Pero ahora las están amenazando…

Asriel se levantó y se acercó a la ventana para mirar las escasas luces que quedaban encendidas al otro lado del río, en el priorato.

—Eso parece, señor. Su señoría, quería decir.

—Con «señor» bastará. ¿Conoces bien a esas monjas?

—Las conozco de toda la vida, señor.

— ¿Y ellas te escucharían?

—Supongo que sí.

— ¿Podrías decirles que estoy aquí y que querría ver a mi hija?

— ¿Cuándo?

—Ahora mismo. Me están persiguiendo. El Sumo Tribunal me ha ordenado que no me acerque a menos de cincuenta millas de ella; si me encuentran aquí, se la llevarán a otro lugar, donde no la cuidarán tan bien.

Malcolm estuvo a punto de decir: «Entonces no debería arriesgarse». Al mismo tiempo, sintió admiración y comprensión por la iniciativa de aquel hombre: era normal que quisiera ver a su hija y, además, había obrado con inteligencia al ir a consultarlo a él.

—Bueno… —pensó y dijo Malcolm—, no creo que pueda verla ahora mismo, señor. Se acuestan tempranísimo. No me extrañaría que ya estuvieran durmiendo todas. Por la mañana se levantan muy temprano. Quizá…

—No dispongo de tanto tiempo. ¿En qué habitación han instalado a la niña?

—En el otro lado, señor, delante de la huerta.

— ¿En qué piso?

—Todos los dormitorios están en la planta baja; también el de la niña.

— ¿Y tú sabes cuál es?

—Sí, pero…

—Entonces podrías enseñármelo. Vamos.

No era posible negarle nada a ese hombre. Malcolm abandonó con él la habitación de la terraza y, después de recorrer el pasillo, salieron al exterior antes de que pudiera verlos su padre. Cerró con sumo cuidado la puerta y descubrió el jardín iluminado por una luna radiante, como no la había visto tan brillante desde hacía meses. Era como si los alumbraran con un reflector.

— ¿Ha dicho que había alguien que lo perseguía? —preguntó Malcolm en voz baja.


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