Revista Pijao
El silencio y la furia de 'Inclúyanme afuera'
El silencio y la furia de 'Inclúyanme afuera'

Por Carolina Vegas

A Mara le cansan los otros. Le aburren la charla vacua, el arribismo, la necesidad de demostrar que es más que los demás. Busca el silencio, la soledad. Por eso ha huido de su antigua vida como traductora simultánea. Se ha internado en un pueblo apartado y gris, que en teoría ha de ofrecerle ese espacio para ser en paz, tranquila, en lo que ella llama “su experimento en la impasividad”. Callar es la manera de protestar a su existencia anterior, en donde hablar por horas era la obligación principal de su profesión y quedarse muda jamás era una opción. Pero las aspiraciones existen hasta en el más perdido de los parajes de la provincia de Buenos Aires, escenario de Inclúyanme afuera, corta pero sustanciosa y asfixiante novela.

Son los anhelos de grandeza de un pequeño museo pueblerino, en el que Mara trabaja como guardiana de sala, y de un taxidermista delirante por restituir a dos caballos disecados su importancia histórica y su belleza, lo que vuelve a despertar en la protagonista el afán de subversión. Parece que solo en el caos ajeno ella logra esconderse y alcanzar la paz a la que tanto aspira. Existe en Mara un afán por detonar su realidad, generar rupturas, pues solo en ellas logra escapar y callar, como tanto ansía.

La voz de Mara aparece en las notas de su cuaderno, aquellas en las que plasma impresiones de textos que lee en lo que parece ser algún tipo de investigación acerca de su nueva realidad. La mayor parte de la novela de María Sonia Cristoff es narrada por una tercera persona que conoce a fondo las intenciones de sabotaje que mueven a Mara. En un juego constante en donde la palabra misma es el único vehículo que ayuda a encontrar el silencio, en donde la inacción solo se alcanza por medio de la acción contundente, la novela de Cristoff muestra que huir, al final, es un imposible.

 

Con información de la Revista Arcadia


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