Revista Pijao
El excitante fetiche de los pies
El excitante fetiche de los pies

Por Alberto Medina López*

El Espectador

El joven, pariente lejano y con sueños de pintor, llegó a visitarlo y el viejo le tomó cariño. Le pidió que pintara a su amada y para tal fin le mostró un cuadro de Kunisada, en el que una mujer posa limpiándose un pie.

Fumiko hace la pose del dibujo, pero en realidad son los pies los que obsesionan al viejo, los que alimentan su inquietante lujuria. Así terminó confesándoselo al joven, que cargaba también la misma inclinación sexual.

“Reconozco que yo mismo, desde que era pequeño, sentía un placer fuera de lo común cada vez que contemplaba los pies bien proporcionados de las muchachas”.

El culto a los pies de Fumiko llegó al límite en la agonía de Tsukakoshi. Su último deseo consistía en sentir sobre su rostro el peso enfermizo de su deseo. “Fumiko, por favor, písame la frente un rato. Si lo haces, me moriré sin guardarte rencor”.

La joven, fastidiada por esa perversidad con sus pies, pero ansiosa de heredar, le seguía el juego y hasta le daba de comer con los pies.

“… mojaba una pequeña tela de algodón en leche o en sopa, la sujetaba con los dedos del pie y la acercaba a la boca del enfermo, que la chupaba con ansia, como si la devorara”.

Las últimas dos horas de agonía fueron el epílogo de una excitación perturbadora. Fumiko le pisó la cara hasta el último suspiro de su orgasmo de muerte, como si se tratara de un acto piadoso con el moribundo.

Así son los Cuentos de amor de Junichiro Tanizaki, un japonés que dejó un enorme legado de historias, cuyos personajes son perfectamente uno de nosotros. El viejo que convirtió los pies de la amante en su fetiche es sólo una posibilidad de nosotros mismos, pero no la única.

Tanizaki nos presenta al guapo que se convirtió en coleccionista de amantes en una vida caótica y disoluta; al tatuador que vertió su alma en la espalda de una niña cuando entraba a su carne con las agujas para pintar una gran araña negra, o al hombre que decidió escapar de la inercia de la cotidianidad y que encontró en un kimono y en el maquillaje una forma de estar en el mundo siendo otro. Se vistió de mujer hasta sentirse dominado por “la sensación de que una sangre femenina empezaba a correr por mis venas, al tiempo que mi espíritu y mis maneras de hombre se desvanecían”.

Cuentos de amor y perversidad, de belleza destructiva, de mujeres fatales, de hedonismo exacerbado, de crueldad masculina, de personajes que, en últimas y así no nos guste, pueden parecerse a nosotros mismos.

* Subdirector de Noticias Caracol.


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