Revista Pijao
Conozcan a Toño
Conozcan a Toño

Por Juliana Muñoz Toro

El Espectador

Eso podría decirse del Toño Ciruelo (Tusquets) de Evelio Rosero: el hombre que no amaba a las mujeres. Son ellas el blanco de sus delitos: la madre loca, la hermana depresiva, la amiga asaltada en plena calle, la niña que tuvo que dejar de ser niña. Nos horroriza con maestría, a punta de labia y de escritura. Es decir: nos creemos el cuento. ¿Es necesario narrar tanta violencia? Sí, “porque es la realidad”, respondió Rosero en una entrevista.

La historia de Ciruelo la va contando Eri, que somos nosotros mismos, el que asiste a su vida, tan crítico y a la vez cautivado. El otro para contarse a sí mismo. Por momentos me recordó la voz de Pedro Páramo, del gran Juan Rulfo, sobre todo después de cierto viaje en tren, de llegar a un pueblo donde parecen todos muertos. Esta es una novela rica en referencias de libros, porque este Ciruelo es un malvado muy culto. Vemos cómo provoca a la religión fumando marihuana con las hojas de la Biblia o hablando de una monja “tan mística que era sólo carne y yo tan carne que era sólo místico”. Pasamos, en breve, por la historia de la violencia del país con la obra de teatro La risa de Dios, una Exposición del dolor. Consideramos su modelo de sociedad, la Granja de la Libertad, con mandamientos como “no rezar sino poemas” y “¡hacer el amor por sobre todas las cosas!”.

El amor ideal es una luciérnaga entre la oscuridad: “Manos que se rozan y tiemblan y… al fin… se enlazan…, sin otro propósito que enlazarse porque eso únicamente es amar”. No recorremos la historia del mundo, sino la de la piel de seres que sentimos de carne y entrañas que se mueven. Las personas como mundos. “Toño Ciruelo nunca amó a nadie, y esa es la diferencia entre los unos y los otros”. Toño, el asesino, un monstruo de la alta clase bogotana, el que cree que “todo hay que inventarlo de nuevo”, “más feliz que la felicidad”, el de la vida extraordinaria que alguien más tiene que contar. Es el personaje en el que no podemos confiar y eso lo hace más fascinante. Al final se ríe en nuestra cara: no sabrás nunca si fue cierto.


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