Revista Pijao
Cómo seguir viviendo
Cómo seguir viviendo

Por Martín Kasañetz

Página 12 (Ar)

Son muchas, quizás incontables, las formas en que las personas procesamos el dolor o las pérdidas. Están los que no hablan y guardan un silencio estoico o los que lloran por días, meses o años mientras repiten en sus cabezas los últimos momentos de felicidad antes del abismo emocional. También se suele decir que la procesión va por dentro o que llorar calma o que lo mejor es distraerse, salir adelante o pensar en otras cosas. Hay quienes se enferman encarnando toda la pena en su cuerpo o quienes se reprochan o eligen culpar a otros. Nadie sabe cómo transitar lo irreparable porque quizá sea lo único que no estemos dispuestos a aceptar con naturalidad. Menos aún si la muerte surge de un hecho violento e inexplicable que nos coloca dentro de una estadística tan actual como son los femicidios en el mundo. Sin embargo, más allá de la justicia, necesitamos alguna explicación, una manera de llenar el vacío, de volver hacia atrás, de pedir explicaciones y resolver esa ausencia.

Cita en Rabat –la última novela de Gabriel Bellomo– nos cuenta la historia de Andrés Maillard, un joven escritor que pasea con su novia por la calle después de un concierto, dentro de la rutina que también es parte del amor, hablando de cosas triviales como las de cualquier pareja pero que luego las recordará como fundamentales, sobre todo, por ser las últimas. En ese paseo de novios, ante la cámara lenta del terror, ocurre lo peor y también lo inesperado: alguien que se les acerca, Andrés que cae por un sorpresivo empujón, el tironeo con el bolso de Sara, Andrés que se abalanza sobre el atacante que escapa y finalmente el calor húmedo en el cuello de Sara por el ataque del pequeño cuchillo. Apenas unos segundos que lo cambiarán todo para siempre y que fijarán en Andrés la imagen imborrable de la cara del atacante, un rostro de pómulos pronunciados, nariz recta y, sobre todo, la delgada cicatriz que bordeaba su oreja hasta la sien: “Gritó pidiendo ayuda, la alzó, la sostuvo en brazos (¿Cuánto debió hacer que no hizo para impedir que Sara muriera?). Lo demás, lo que ocurriría a partir de ese momento: el automóvil que casi los atropella en la bocacalle, el conductor bajándose y ayudándolo a cargar el cuerpo blando de Sara, él y ella en el asiento trasero (...) la entrada a la guardia del hospital, siguen siendo diapositivas proyectadas a un ritmo enloquecido”. Y luego, lo que parece un hecho aislado no lo es, ya que Sara era periodista e investigaba la desaparición de otra mujer llamada Ana K y una posible ruta de trata de personas hacia Europa. Aunque Andrés lo desconocía, Sara había sido amenazada ya que su indagación seguía pistas confiables que podían dilucidar un entramado criminal complejo.

Aquí la historia empieza a gestarse desde Andrés, que debe hacer algo con esta nueva realidad que incluye el recuerdo fugaz de un rostro, una investigación inconclusa y el dolor de una pérdida: “Aquel limón es, por tanto, este limón. Estuvo aquí desde la noche de la muerte de Sara y es, en un sentido, el reloj por el que podría medir el transcurso de su muerte. No es más que la prueba del curso inexorable de este año sin ella”. Esta ausencia obliga a Andrés a reconstruir su propia historia con Sara desde su literatura. Por lo que comienza a escribir una novela en donde la realidad que vive se abre en dos planos: por un lado su propio personaje que investiga el asesinato de su pareja y por el otro lado, él mismo tratando de entender y de bucear en aquello que lo excede pero que, a través de pequeños detalles, lo irá conduciendo a su destino. Tanto en el terreno de la ficción como en el real, Andrés busca superar esa pérdida a través de la venganza. Ese es el camino que elige y lo hace como quien se sostiene de la única tabla que queda flotando en el mar luego del naufragio: “El terrible veredicto de Kierkegaard de quien es feliz, en un sentido ofende a Dios, y de ese modo lo provoca. Y Dios, claro, debe vengarse. La Biblia y Kierkegaard: la dicha, el crimen, Dios, la venganza. El Dios providente que permitió que Sara muriera –razona con ironía– convertido más tarde en su vengador”.

Los personajes de esta novela están detenidos en busca de algo –la venganza o la justicia– que les permita entender, saber la verdad o destrabar aquello que los vinculó para siempre a ese hecho trágico. Es por eso que Andrés vuelve en su fantasía a aquella noche de paseo, luego del concierto, e intenta cambiar el orden de los eventos buscando un final diferente. Quedarse en casa, cambiar la salida para hacer el amor y luego cenar juntos en la cama. Convencerla a Sara de dejar el caso, no investigar más, denunciar las amenazas a la policía. Hacer cualquier cosa con el único objetivo de evitar la muerte.

Así se despliega esta fabulosa historia escrita con el lenguaje preciso y cuidado que acostumbra Bellomo en sus cuentos y novelas por las cuales recibió distinciones como el Premio Fondo Nacional de las Artes por Formas transitorias (2005) y El informe de Eban (2007) o el Premio Municipal de la ciudad de Buenos Aires por El médano (2010) (además finalista del Premio Emecé de Novela). En 2014 la Secretaría de Cultura de la Nación, a través de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares, seleccionó e incorporó a su catálogo su novela Mapas (2012).

Es que como parece afirmar Bellomo en cada línea, el tema no es la muerte sino la manera de seguir vivos. Seguir viviendo con esa ausencia pero sobre todo –o quizás únicamente– con ese nuevo ser que continúa vivo enfrentando lo inevitable. Es por eso que quizá la mayor complejidad que enfrentan los personajes de esta novela no sea la violencia descarnada de ciertas muertes sino la arbitrariedad de tener que modificar para siempre sus vidas. Cita en Rabat nos enseña la difícil tarea de tener que ser otros para, lentamente, con el tiempo que conlleva el duelo, lograr la ilusión de volver a ser nosotros mismos.

Cita en Rabat Gabriel Bellomo Alción 177 páginas


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