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Aferrar un mundo
Aferrar un mundo

Por José Alejandro Londoño  Foto AFP

Revista Arcadia

"Nos están matando como hormigas, oyes, como hormigas”. Richard Churchill –inglés, rubio y ojiazul– decidió titular el libro que escribía El mundo guardó silencio cuando morimos. Antes de empezar a escribirlo, un señor, en algún pueblo, le dijo: “Papá decía que creía que usted era uno de esos blancos que saben más de nuestra cultura que nosotros”. Fue justo antes de la guerra que libraron Nigeria y Biafra, donde se estima que murieron más de un millón de personas entre 1967 y 1970. Durante la guerra, él fue un afortunado del bando más desangrado, el igbo. ¿Cómo no iba a tener suerte siendo blanco?

A Nigeria y Biafra venían periodistas de Time, el Herald y la BBC, e informantes de la embajada de Estados Unidos. En los campos de refugiados, precarios y estropeados por metralla y explosiones del cielo, era difícil distinguir un cadáver de un moribundo. Olía a carne putrefacta por doquier. La desnutrición era tal que la piel se le pegaba en los huesos a la gente. Cada día hubo entierros. El Reino Unido tuvo la responsabilidad de la inoperancia de la Cruz Roja y la ayuda humanitaria. El Reino Unido vendía armas a los nigerianos a pesar de los abusos. Los medios internacionales culpaban a los igbo, dizque por incivilizados y tribalistas, del genocidio del que fueron víctimas. Hubo más ruido cuando mataron a un italiano petrolero.

¿Qué decir del temor y el dolor innombrables de los miles de negros? “Richard escribiría de ello, la regla del periodismo occidental: cien muertos negros equivalen a un blanco muerto”. Richard reconoce sus privilegios y que su pérdida no es como la de Ukwu, un negro empleado de Olanna y Odenigbo, sus cuñados. El mundo guardó silencio cuando morimos se escribiría al final por Ukwu, quien preguntaría “¿cómo se pueden saber los verdaderos sentimientos de aquellos que no tienen voz?”. Richard no sintió verdad en su escritura. Ukwu sí. Medio sol amarillo, de Chimananda Ngozi Adichie, es el libro en el que se cuenta esa historia.

Ngozi Adichie es una de las escritoras nigerianas con más fuerza, y una de las más leídas y celebradas internacionalmente. Entre sus libros más populares están el ensayo Todos deberíamos ser feministas y la novela Americanah. El simbolismo del medio sol amarillo de la bandera de Biafra da origen al nombre de esta, su segunda novela de cuatro. Quienes leyeron sus otros libros no se decepcionarán.

Es en la escasez, en la necesidad de moverse de un pueblo a otro por los desdibujamientos fronterizos, en la búsqueda de desaparecidos y el atragantamiento de sueños irreales que la novela ocurre. La incondicionalidad y la fortaleza de muchas mujeres hacen que la existencia no acabe de desmembrarse. Tal vez lo más profundo de la novela son precisamente esas experiencias de quienes no combatían en las trincheras, pero sí hacían todo lo posible por que las consecuencias de la guerra no arrebataran a la vida del tiempo y el espacio. Había que mantener las casas en pie, evitar el reclutamiento de los jóvenes, tratar a los enfermos, preparar la comida, hacer mercado, enseñar a escribir, trabajar, obtener dinero, contar la historia de las pérdidas, ayudar a otros y enterrar a los muertos, así fuera en ataúdes vacíos. En medio de la guerra y de las estructuras machistas, las mujeres preparan el futuro y consiguen aferrar los días de Biafra a un mundo, que, a pesar de todo, no acaba.


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