Revista Pijao
Pérez-Reverte: “Que Eva sea mujer es lo de menos: es un guerrero”
Pérez-Reverte: “Que Eva sea mujer es lo de menos: es un guerrero”

Por Jesús Fernández Úbeda   

zendalibros.com

Hubo un tiempo en que, como ahora canta Sabina, pareció que la Revolución –con mayúscula– no tenía “un talón de Aquiles al portador”. Los mesías que proclamaron la fe del Hombre Nuevo consiguieron, ya fuere con sentimentalismos o con argumentos intelectuales –cuando alguien no pasaba por ese aro, en general, terminaba o bien con un tiro en la nuca o bien en Siberia–, crear una legión de discípulos convencidísimos, fieros, heroicos y criminales, dispuestos a perder la vida por y para ese amanecer venidero y, científicamente –según ellos-, objetivo, necesario y urgente para la Humanidad. En este regimiento ideológico y letal nos ubica Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) a la coprotagonista de su última novela: Eva (Alfaguara, 1917).

Esta segunda aventura de Lorenzo Falcó es más reposada que su antecesora. ¿Hay menos acción? En absoluto. Lo que sí hace Pérez-Reverte es, a través de diálogos, recuerdos y situaciones extremas, desarrollar y ofrecer un retrato más profundo de sus personajes, tipos complejos que sobreviven en un ecosistema, la heterogénea Tánger, en 1937, que es un cóctel molotov discreto y oscuro, con ganas de estallar en su contrario. El espía jerezano tiene el encargo de conseguir que el capitán de un barco cargado con el oro del Banco de España se pase al bando nacional. En esta misión, su mayor obstáculo es una mujer que le turba el pulso, de la que no sabe si está enamorado, pero a la que reconoce como igual.

Con motivo de la publicación de Eva, Zenda conversa con el autor en la sede de Alfaguara, en una habitación abarrotada de libros, con vistas a no pocos balcones que exhiben la bandera de España como reacción a ese asunto que, desde hace ya ni se sabe, ocupa las portadas de todos los periódicos.

P: Señor Pérez-Reverte, ¿ha pensado alguna vez, como Falcó en el arranque de la novela: “No quiero que me maten esta noche”?

R: Pues sí. Ni este día. Alguna vez lo he pensado, sí. Fueron veintiún años en la guerra. Ten en cuenta una cosa que es importante para mí: muchas de las cosas que cuento en Falcó y en otras novelas no me las han contado, no es teoría narrativa, no es imaginación, no lo he visto en el cine, ni en la tele ni en los libros. Son cosas que he vivido yo: hay sensaciones, sentimientos, actitudes, mías o de otros. Es más fácil, a la hora de arropar las historias que cuento, utilizar estos recuerdos personales. Nada es “yo”: es una novela de ficción, no un libro de testimonio. Ni este ni ningún otro. Pero sí que es cierto que la manera de mirar, la violencia, el horror, e incluso las luces…, claro, a veces me han disparado. Sí, lo he pensado, y le he prestado a Falcó ese sentimiento.

P: ¿Cuánto de cerca ha visto a esa última carta que juega la Muerte?

R: Tampoco hay que exagerar. Todos la vemos: quien cruza una calle cuando el semáforo está en rojo, o quien se arriesga colgando un libro en una escalera que se puede caer, o el que conduce un coche, o el que hace montañismo se arriesga a eso. Lo que pasa es que, por la vida que llevé, la dosis fue muy intensa. Pero también hubo otros momentos. Mi vida como reportero no fue un drama continuo: también hubo momentos agradables y divertidos. Pero sí que pensabas: a lo mejor es esta vez, o qué hago aquí.

P: Por fortuna, ha esquivado esa carta mortal, ha sobrevivido. En Eva, leemos que Falcó, cuando se cruzaba con algún superviviente, “se preguntaba qué clase de bajeza habría cometido para sobrevivir”. ¿Ha recurrido usted, en algún momento, a alguna de estas bajezas?

R: Vamos a ver. Bajezas como tal, no. Yo tengo muy claro que hay un período de mi vida, que son esos veintiún años, en los cuales hice cosas que aquí no haría. Viví en mundos en los que hoy no vivo. Es una vida muy diferente a ésta que no se puede juzgar con los ojos de ésta. Hay que estar allí para verlo. Un error terrible de la gente es juzgar cosas, situaciones extraordinarias, con los ojos de lo ordinario; situaciones del pasado con ojos del presente, etcétera. Eso lo tengo muy claro. He hecho cosas de las que no estoy orgulloso, de esas que te cuestan el remordimiento. Tú vas a transmitir tu crónica y tienes que entrar a las tres en el telediario, y son las tres menos cuarto, y vas a toda pastilla por las calles de Sarajevo, y a lo mejor ves cosas alrededor en las que podrías intervenir, pero dices: “es que no llego al telediario, y yo estoy aquí para el telediario, no para hacer de Médicos Sin Fronteras”. Eso no ocurre impunemente: cuando llegas al hotel por la noche y te sientas, todas esas imágenes te vienen a la cabeza, y con los años se van acumulando. Son muchas imágenes acumuladas y eso hace que no siempre sea cómoda la memoria. En ese sentido, si no para sobrevivir, sí que hice cosas de las que no estoy orgulloso para hacer bien mi trabajo. Ser profesional en lugares como una guerra implica pagar precios morales a menudo muy altos. Y eso no se olvida.

P: ¿Se descubre más sobre la naturaleza esencial del ser humano en un momento de pelea que en “siglos de cultura, educación y paz”?

R: Sin duda, tengo la certeza absoluta. En otros tiempos, ahora ya no, claro, con mi edad, me he peleado físicamente. Pero no peleas de bar, sino de esas en las que, si perdías, te podían cortar el cuello. Sé cuándo el ser humano lucha por su supervivencia, cuándo pelea físicamente: ahí no hay reglas, ni códigos morales ni ideas humanitarias que valgan. Pelear tú o ver pelear a alguien de esa manera te demuestra que el ser humano es un animal peligroso al que la civilización, la educación, la cultura o el sentido común le dan barnices que lo hacen tolerable, soportable, pero, cuando por alguna razón política, histórica, social, de lujuria, de ambición, de necesidad, de sed, de hambre…, salta ese barniz protector, aparece el hombre que fue, y ese hombre es muy peligroso. Yo sé lo peligroso que es el ser humano. ¿Sabes qué pasa? En este mundo en que vivimos, confortable y bien situado, a veces lo olvidamos. Pensamos que la vida y el ser humano es esto, y esto es el ser humano domesticado por siglos de cultura, educación, coacción social, política, militar, etcétera. Pero cuando desaparece el freno, el barniz, esa especie de caucho que nos hemos puesto alrededor y de nuevo surge el ser humano en su esencia original, se demuestra lo que es.

P: ¿Simpatiza hoy con alguna causa, o sólo es, como Falcó, “un tipo que mira”?

R: Falcó no es casual, es el resultado de una mirada. Un novelista es una mirada, y la mirada del novelista es aquella que los libros y la vida le dejan. Es evidente que Falcó no soy yo, pero es verdad que Falcó sería imposible sin mí. (Piensa) Falcó es un tipo que sabe lo que es el mundo. Y lo sabe porque yo lo sé: yo se lo he prestado. Sin mi mirada, Falcó no sería nada. Mira el mundo con mis ojos. Esa mirada, evidentemente, no puede ser ni patriótica, ni entusiasta, ni humanitaria, porque no lo es. Cuando era crío, yo creía en muchas cosas, pero la vida me ha quitado todas esas cosas y muchas más. Ese despojo me ha hecho inútil para ciertas palabras o compromisos. Tengo otros, ojo. Pero están esas banderas de ahí enfrente (las de los balcones), y me parecen muy bien, las respeto. Es un acto de coraje, no escupo sobre eso, pero nunca pondría una bandera en mi balcón. Si acaso, la pondría para joder (risas), para provocar, crear reacciones. ¿Sabes qué pasa? Que he visto demasiadas banderas, y he visto demasiado hijo de puta envuelto en banderas, demasiado infeliz cegado por banderas, demasiado cadáver bajo una bandera, y esas banderas me producen un rechazo automático, aunque razonado. Hay gente a la que la bandera le suscita emociones; a mí me produce un rechazo racional. He visto tantas, y en momentos tan tristes, tan amargos, que no me son simpáticas. Quizá me lo fueron cuando era joven. Todos hemos tenido banderas, reales o imaginarias, simbólicas o físicas, pero no soy hombre de banderas, no.

P: ¿Por qué merecería la pena arremangarse?

R: Siempre hay cosas: por los amigos, las lealtades, los códigos que tienes, las reglas propias. Cuando la vida te despoja de todas las grandes palabras, te queda media docena. El problema es cuando no tienes ninguna causa, pero mientras tengas un amigo, un amor, un perro por quien luchar, matar o morir, ¿no?, igual el ser humano se sigue salvando. Lo malo es cuando ha perdido cualquier lealtad y no tiene más que su egoísmo. Mientras tengas algo, el ser humano sigue valiendo. El problema es cuando el despojo es tanto que te quita hasta eso. (Piensa) Es muy triste no tener nada por lo que morir. Y no hablo de la patria o de la ideología, sino de cosas inmediatas: un amigo, un perro, una mujer, un hombre por el que morir, jugarte la vida, arriesgar. Eso es la soledad de verdad.

P: Antes había hablado de la luz.

R: Me he dado cuenta mientras escribía esta novela. En casi todas mis novelas, ocurren muchas cosas en sombras, en la oscuridad, de noche, sin luz: voces, ruidos, bultos, gente que se queda hablando en la oscuridad, el ruido… Me he dado cuenta: a diferencia del ser humano habitual, moderno, de mí en mi vida actual, pasé mucho tiempo en lugares donde la luz era rara. En la guerra, la luz es rara. Con la luz te disparan. O no hay medios para encender luz. Ese ámbito de la oscuridad te hace lo que a los ciegos: desarrollar un montón de percepciones que no son posibles en nuestra vida iluminada. Con esta novela, me he dado cuenta de que, en esos veintiún años, desarrollé una capacidad de percepción del mundo en la oscuridad de la que carecía antes y que nunca hubiera tenido sin esa vida. Es una tontería, pero no lo es tanto: significa hasta qué punto la vida que llevé me marcó y no sólo en sentimientos recios, agudos o graves, sino en lo cotidiano: yo, de noche, me desenvuelvo muy bien. En mi casa, en mi jardín, por la calle, me muevo muy bien en la oscuridad. No me asusta. Aquí tenemos a Jeosm, que es de mis grandes amigos. Jeosm, por su vida grafitera, sabe muy bien lo que estoy diciendo.

Jeosm: Totalmente. Se te dilatan las pupilas, y a los cinco minutos empiezas a ver con claridad.

R: Lo que tú desarrollas en tu guerrilla urbana (a Jeosm), yo lo desarrollé en mi vida de guerra de verdad. De ahí viene que seamos amigos. Hay un montón de cosas que tú en tu mundo de guerreros urbanos, y yo en el mío, de guerreros de los otros, nos ha hecho amigos.

P: ¿Es el español un pueblo que siempre necesita a alguien a quien joder?

R: Históricamente sí. Está en todas mis novelas y mis artículos: hay una tendencia del español que no tienen otros países, hay una especie de vileza o mala leche genética que se manifiesta a veces en tonterías, a veces en cosas muy graves. Va desde la broma en el café a la matanza. Es un proceso histórico de malos gobiernos, guerras, convulsiones políticas, sociales, económicas… Quizá el español no sea culpable de ello, lo han hecho así históricamente, pero también él se ha hecho así, tampoco él ha intentado, casi nunca, hablo en términos generales, salir de esa inercia. Antes había pretextos, justificaciones: era un pueblo analfabeto. El pueblo español no tuvo nunca educación, cultura, la libertad de poder razonar, elegir, saber, conocer. Pero, ¿ahora? Nadie tiene excusa: hay televisión, educación gratis, periódicos, internet. El que ahora es bruto, inculto, vil, miserable, ruin o cainita es porque quiere. Ya no hay inocentes, ya no hay irresponsables: ahora todos somos responsables de lo que somos, tanto en lo bueno como en lo malo. Yo puedo comprender, e incluso enternecerme, con el español y su barbarie del siglo XVII, XVIII, XIX o incluso del XX; lo que no puedo jamás es enternecerme con la barbarie del español del siglo XXI. No tiene derecho a ser bárbaro, inculto o vil. No lo tiene. En ese sentido, me siento muy incómodo cuando miro alrededor y veo las cosas que a veces veo.

P: Pese al odio encarnizado y al juego sucio, en la novela hay momentos de hermandad, de respeto y dignidad.

R: Incluso en la peor barbarie, en la mayor carnicería, el ser humano puede mostrar lo mejor de sí mismo. El español está muy mal criado ideológicamente, en el sentido de que lo que no es nuestro, es contra nosotros. El español necesita que el enemigo sea enemigo total para poderlo exterminar. Necesita que el enemigo desaparezca. Ninguno de un bando aceptará que otro sea digno o valiente. Si tú eres de izquierdas, dirás: “¿Cómo? ¿Qué hubo falangistas valientes? ¿Que hubo División Azul?”. Si eres de derechas: “¿Cómo? Si los rojos eran unos cobardes, unos asesinos”. Nadie concede nunca al otro bando ninguna virtud. Pero eso no es verdad: a menudo, la gente está en los bandos más por azar que por propia ideología. Aunque no fuera así, aunque fuese gente con ideología, hay valores como coraje o lealtad, que no tienen ideología. Y son los que valen. Tú puedes fingir la ideología: puedes ser un patriota de barricada mintiendo como un bellaco. Pero cuando llegan momentos especiales, la dignidad, el valor, la lealtad o el coraje no se pueden fingir, no se puede mentir con eso. La gente de bien, que no hablo de gente buena, porque hay malos que pueden respetar eso, pero la gente entera, cuando reconoce en el otro bando o en el adversario virtudes que él comparte, las respeta. “Mira, te voy a matar, pero no voy a violar a tu viuda, ni a rapar a tu hijo”. Ese código de lealtad, incluso entre enemigos, lo he visto, no me lo han contado. He visto a hijos de la gran puta y he visto a gente que, en su hijoputez, mantenían ciertos códigos. Está en todas mis novelas. Eso sí lo respeto. Insisto: si hay que liquidar al enemigo, se le liquida. Yo acepto que si caigo prisionero de un bando en una guerra civil, que el contrario me fusile. Son las reglas. Pero dame un cigarrillo antes, mátame de una forma limpia, no me tortures antes, no profanes mi cadáver, y después no busques a mi mujer y a mi hijo para humillarlos.

P: Falcó sigue siendo un “actor perfecto, un truhán redomado y un criminal peligroso”, pero ofrece algunos signos de piedad, más que en la anterior novela.

R: Falcó ya era así antes, no es que le dé más rasgos de piedad, es que lo vamos conociendo más. Nos hemos adentrado más en él, como pasó con Alatriste. Sabemos que además de ser un hijo de puta como es, desde niño, un sinvergüenza, un torturador y un asesino, como todo el mundo, tiene sus rincones tiernos. A medida que nos acercamos a él, vamos viendo más detalles. Nadie es un hijo de puta perfecto. He conocido a muchísimos hijos de puta, a muchísimos: de todos los colores, naciones…, pero rara vez encontré a alguno de ellos que fuera absolutamente redondo. Ni el francotirador de Sarajevo, ni el torturador de Angola, ni el que mataba prisioneros y violaba mujeres en Eritrea, ni el oficial de los Rangers que mató a varias mujeres y niños en el Paso de la Yegua, en Nicaragua. Tenían todos rasgos, momentos, gestos, situaciones que los hacían diferentes. No he conocido a nadie que digas: “Es un hijo de puta absoluto”. Y eso dice mucho del ser humano. (Piensa) Es un elemento poliédrico muy complejo al que no puedes liquidar con un tuit. El problema que tenemos en el mundo actual es que todo lo tenemos que meter en 140 caracteres. Y el ser humano no cabe en un tuit, eso es imposible.

P: También leemos que Falcó no era un hombre cruel, sino que, en su caso, la crueldad “se trataba sólo de un instrumento operativo”.

R: A él no le produce placer la crueldad, eso es cierto. Falcó es un hijo de puta, en efecto, pero no hace mal por gusto. Él no disfruta con eso, no es un psicópata. Para él, la crueldad es un elemento objetivo, una herramienta de trabajo. Hay profesiones para la que lo es. Para el policía antidisturbios, su herramienta de trabajo es la porra; para Falcó, matar, torturar, interrogar y espiar. Hace aquello que necesita hacer, pero, cuando termina, deja de hacerlo. No por códigos, le importa un carajo el código: es que no es cruel por naturaleza, sino frío y profesional.

P: Frío y profesional, pero cuando Falcó piensa en Eva, el pulso “le batía acompasado” e, incluso, en un diálogo, confiesa que “no todo fue cálculo”.

R: Cierto. Como te he dicho, todos tenemos nuestros ángulos, y el ángulo de Falcó es Eva. ¿Por qué? Porque reconoce a un igual, a un camarada, a un compañero no de ideología, pero sí de territorio. Eva es un guerrero. Que sea mujer es lo de menos: es un guerrero. Y él lo reconoce. El trato es diferente, y por ser mujer, la admira doblemente. Hay factores como amor, sexo… que vuelven la situación más compleja. Es más complejo que echar un polvo. Entran los sentimientos. En ese sentido, Eva es uno de los suyos y la reconoce. Y eso es importante.

P: Sin duda, Eva es el personaje más implacable de la novela.

R: Porque tiene fe. Eva es mucho más implacable que Falcó porque tiene fe. Ella cree, es una soldado de una causa. Es una comunista en el año 37, cuando eso estaba en todo lo suyo. Tiene fe en el futuro de la Humanidad, en que su propio sacrificio ayude a la causa: es consciente de que, al amanecer del nuevo día, estará muerta. Sabe que la lucha contamina, que no valdrá para ese amanecer y está dispuesta a sacrificarse. Es una historia heroica. Falcó no es un héroe; ella sí es heroica. Por eso, ella es mucho más implacable y más cruel. Primero, porque es mujer: cuando la mujer decide pelear, es mucho más implacable que un hombre. La mujer tiene una lucidez, una penetración, una crueldad genética, técnica, por muchos siglos de Historia, que, cuando pelea, le permite hacerlo de esa manera. La crueldad intrínseca de Eva es muy superior a la crueldad profesional de Falcó. Eva es heroica, Eva es un (piensa)…

P: ¿Como un yihadista actual?

R: Claro. Tiene una fe. Aunque no es fanatismo lo que tiene. Ella ha llegado a una conclusión intelectual. No es un proceso emocional, no es “blablá, el comunismo, el pueblo, la revolución…”. No. Es un proceso frío, puramente intelectual: ha llegado a su heroísmo no por pasión patriótica o humanitaria, sino por un frío ejercicio intelectual, y eso la hace mucho más implacable, mucho más peligrosa.

P: Me gusta mucho cuando se refiere a los “códigos forjados en siglos de amarguras domésticas y tristes silencios”. Algo parecido dijo en la presentación de Mujer, el libro de Jeosm.

R: En realidad, siempre digo lo mismo. Estoy contando aspectos de una realidad, y yo tengo una forma de verlo. Muchas veces, los argumentos se cruzan. Cuando alguna dice que Pérez-Reverte es un machista, digo: “No tienes ni idea”.

P: Volverá a dejar sin argumentos contra usted a más de una feminista tuitera.

R: Lo hago en todas mis novelas. ¿Tú has leído La reina del sur? O cualquier otra mía. En el año 88, escribí El maestro de esgrima: Adela de Otero, ahí está; la Julia de La tabla de Flandes; la Irene Adler de El club Dumas; la Olvido Ferrara de El pintor de batallas; la Mecha Inzunza de El tango de la guardia vieja; la Lolita Palma de El asedio… Lo que pasa es que hay tontas del chichi que no me han leído nada y creen que el mundo son dos tuits. Por eso, me río: “Mira, chica, lee mis novelas y luego hablamos”. Ninguna mujer que haya leído mis novelas me ha acusado jamás de machista.

P: Vamos terminando, señor Pérez-Reverte. ¿Saber que la vida “es una broma de mal gusto, llena de azares, enemigos y payasos que saltan con su resorte al abrir la caja, es lo único que proporciona temple suficiente para burlarse de todo”?

R: Absolutamente. Cuando descubres el mecanismo final del mundo… Decía don Enrique Heine, así lo encontraba en la biblioteca de mis abuelos, casi literalmente, fíjate: “El mundo es el sueño de un dios borracho que se va a dormir a una estrella, ignorando que crea cuanto sueña”. La leí con trece o catorce años y marcó mi vida. Pensé: el mundo es una broma. El ser humano intenta construir, hacer monumentos, ir a la Luna, tener hijos, y un día llega la bota, pisa el hormiguero, y ahí termina todo. Eso lo intuí al leer a Heine de jovencito y lo comprobé yendo a la guerra y como navegante. El mar mata a los valientes y a los cobardes, no tiene sentimientos, a los tontos y a los listos. Es cierto que mueren antes los tontos. La guerra es igual: arrastra con la guadaña a ricos y pobres, nobles e innobles… Los he visto: tíos que antes eran poderosos, suplicando de rodillas que no los maten. Cuando lo has leído y luego la vida te lo confirma, te deja una mirada sobre el mundo muy interesante. No puedes considerar el mundo como algo serio. (Piensa) Mejor dicho, no puedes considerar los afanes de los seres humanos como serios. Luego, viene la naturaleza con su volcán, su tsunami o su patinazo en la bañera, y todo se va a tomar por saco. Eso te invierte los valores por completo y, al final, llegas al proceso al que yo he llegado. Al final, lo que más acabas despreciando es la estupidez, el que no se da cuenta. Imagínate: “Ha habido una tormenta de agua, y se me ha inundado la casa, y se me han ido el perro, la gallina y el televisor a tomar por culo… – ¿Usted dónde vive? –Vivo en La Vaguada”. ¿Qué esperas, gilipollas? “Estaba viviendo en una playa paradisíaca, y ha venido un tsunami…”. ¿Por qué era paradisíaca, imbécil? Porque había tsunamis. La estupidez te indigna y, al mismo tiempo, te causa hilaridad. El problema que tiene eso es que, con la edad, te quita compasión. Te lleva a lugares muy peligrosos. Hago un esfuerzo por mantener la compasión intacta. La estupidez es lo que hace más difícil la compasión.

P: A mí me desquician más los necios, aquellos que, sabiendo que obran mal o teniendo los medios para obrar bien, no lo hacen.

R: Ese es el testarudo. No sabría decirte. Cuando tú asumes las reglas… Yo me he tirado en paracaídas cuando era joven, sabiendo que me la jugaba: a veces, el paracaídas no se abre. Yo estaba dispuesto a pagar el precio. El problema es que la gente no quiere pagar el precio. La gente se tira en paracaídas, pero a mí que no me dé, que yo no me mate. Lo que produce falta de compasión es ver que la gente se mete en eso sin querer pagar el precio. Ahora, un tío que asuma… Por ejemplo: voy a nadar entre tiburones porque me gusta. Estupendo. Ahora: hay un cartel advirtiendo de que hay tiburones, y un idiota se mete porque cree que no le va a pasar nada, y sale con una pierna menos…, pues jódete.

P: Divertido guiño zendiano, por cierto, a través del “archipámpano de Ruritania”.

R: Sí, es un guiño a los amigos, sí.

Título: Eva. Autor: Arturo Pérez-Reverte. Editorial: Alfaguara. Venta: Amazon


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