Revista Pijao
Jan Fabre: 'Bélgica es la cabina de mando y el cagadero de Europa'
Jan Fabre: 'Bélgica es la cabina de mando y el cagadero de Europa'

Por Alberto Ojeda   Foto Stefan Vanfleteren

El Cultural (Es)

El nacionalismo flamenco, que pretende romper Bélgica y tan bien sintoniza con el catalán, tiene en Jan Fabre (Amberes, 1958) un enemigo al que no van a doblegar. Es un tipo de rostro duro y encanallado, a lo Abel Ferrara, que se curtió en las calles de su Amberes natal en la adolescencia. Confiesa que era un delincuente en potencia. Y alguna vez incluso en acto: en su ficha policial figura algún arresto. Eso fue antes de que apostara de pleno por las bellas artes. Hoy es un creador renacentista: director de escena, dramaturgo, coreógrafo, escultor, diseñador, artista... Ha pisado muchos callos y protagonizado mil escándalos. Es excesivo e irreductible. El auge de la extrema derecha independentista flamenca le ha hecho reaccionar con un canto de amor a su país, Belgian rules/Belgium rules, que estrena en España en el Teatro Central de Sevilla este viernes. Puede traducirse como Las reglas belgas/Bélgica manda. La segunda parte es un paralelismo irónico con Rules, Britannia!, la canción de inflamado patriotismo que tanto les gusta vocear a los hooligans ingleses. Fabre presume de que Bélgica no suscite esos arrebatos vocales: lo ve como un gesto de elevada indiferencia cívica.

Pregunta.- En la obra se afirma que la “épica de este reino no es el nacionalismo sino la ausencia absoluta del mismo”. ¿Es Belgian rules un alegato antinacionalista?

Respuesta.- Es una historia precisamente sobre su ausencia. Uno sólo puede ver banderas belgas cuando juega la selección, los diablos rojos. Somos, a un tiempo, cabina de mando de Europa y su cagadero. Aunque también es cierto que el sentimiento nacionalista está creciendo pero, irónicamente, no es un movimiento de exaltación de Bélgica. Se trata de un movimiento de extrema derecha que reivindica la independencia de la parte flamenca, al que yo me opongo.

P.- Por eso es uno de sus objetivos. ¿Belgian rules es una revancha contra las agresiones que ha sufrido?

R.- He sufrido ataques físicos y simbólicos de la extrema derecha flamenca. Embadurnan con heces la puerta de mi casa y me mandan cartas, no anónimas, llamándome ‘reina folladora' y ‘traidor'. Sin embargo, es fundamental para un artista mantener su soberanía y su independencia, y no ser asociado a ningún partido u organización. Y sí: esta obra nace de una necesidad de responder al ascenso de la extrema derecha y el nacionalismo, su versión más tolerada, que no es un fenómeno belga sino de alcance europeo, occidental e incluso mundial.

P.- En Austria y Alemania acaban de cosechar resultados preocupantes. En Bélgica también tienen mucho apoyo. ¿Teme que en breve campeen de nuevo en los parlamentos?

R.-Sí, la pujanza de estos populismos asusta. Belgian rules/Belgium rules es una parábola teatral de mi bello y extraño reino. En esta época de inflamación sentimental nacionalista, de cierre de fronteras y de miedo, nos la jugamos, mostrando nuestra vulnerabilidad y nuestra fortaleza, siempre con humor y excentricidad. ¿Qué signfica nuestra identidad cultural?, me pregunto. Los países y los ciudadanos se convierten en enemigos, pero ¿es acertado culpar a las diferencias culturales y no a la economía o a la política de ser el vivero del euroescepticismo y el antimulticulturalismo? En Belgian rules diseccionamos la surrealista identidad belga. Quizá pueda ayudarnos a entendernos mejor a nosotros mismos y a celebrar las diferencias del otro. El hecho de que los performers de la compañía sean de tantos lugares diferentes, belgas y no belgas, ayudó mucho durante el proceso de creación. Hoy las diferencias son utilizadas como excusa para impulsar políticas derechistas. Nosotros, en cambio, nos preguntamos si pueden ser asimiladas en una clave más inclusiva y unificadora que disgregadora.

P.- ¿Por qué ha bautizado a Bélgica como Absurdistán?

R.- Podría definirse también como un país-Monty-Python. Es pequeño y está dividido en tres partes: Flandes, Valonia y la zona germana. Tenemos tres lenguas oficiales y un sistema político muy complejo. Estamos sobrepasados por la burocracia. Este absurdo, este surrealismo, hace de Bélgica, por otra parte, un sitio particularmente interesante. Bélgica es una verdadera obra de arte y espero que sobreviva en el futuro.

P.-Creo que Roma, de Fellini, fue un referente mientras preparaba Belgian rules.

R.-Sí, quería hacer con Bélgica algo parecido a lo que él hizo con Roma: una oda que funcionase como un escaparate a través del cual contemplar toda la bella fealdad y la fea belleza de mi país. Es una declaración de amor, como la de Fellini, pero, a partir de su idea original, nosotros hemos hecho muchas improvisaciones.

P.-Dice que esa declaración de afecto no está exenta de reproches. Aparte del auge de los extremismos políticos, ¿qué no soporta de su país?

R.-La envidia y la hipocresía. Como somos una tierra de perdedores a priori, parece que hay una tendencia a celebrar la mediocridad y a impedir cualquier impulso de trascenderla.

P.-Alguna vez ha descrito Bélgica como un lugar ‘pequeño y feo'. Pero, a su vez, es la cuna de Rubens, El Bosco, Bruegel, Van der Weyden, Magritte... ¿Es esto una paradoja?

R.-A lo largo de nuestra historia de más de 2.000 años, hemos sido ocupados por muchas potencias foráneas: romanos, españoles, austriacos, franceses, holandeses, alemanes... Muchas guerras de otros han sido libradas en nuestro suelo. Esto también es la razón por la que Bélgica ha sido un territorio pródigo en anarquistas y artistas. Somos, por naturaleza, críticos con la autoridad y escépticos con las normativas. Esta actitud individualista y pícara está muy presente en el espectáculo. Y siempre hemos dado grandes figuras al arte, con ejemplos que van desde los pintores flamencos y los polifonistas hasta los surrealistas del siglo XX. Las dificultades han inspirado la literatura fantástica, la música, la pintura... Y les han dado su carácter actual: inherentemente subversivo e irónico. La ironía es un arma clave aquí y la subversión es un rasgo genético. Mire el Bosco: era un hombre de una vastísma formación y católico, pero no dudó en atacar con sus pinturas el poder y la iglesia.

Bélgica ha estado copando las portadas en los últimos años por dos razones básicamente. Por su periodo tan prolongado de desgobierno (al que España se acercó tras el entuerto de las últimas elecciones) y por ser un semillero de radicales yihadistas. La expresión ‘Estado fallido' fue invocada para referirse a su situación política y social. Fabre la rechaza de plano: “Bélgica se convirtió en un país independiente, en una monarquía constitucional en 1830, porque las potencias europeas la amalgamaron tras la derrota de Napoleón. Debía funcionar como una especie de parachoques contra futuros enfrentamientos de otros países. Por esta razón algunos lo consideraron un Estado artificial e inestable. Consideraban su nacimiento una jugada forzada. Pero Bélgica es cualquier cosa menos un Estado fallido. Desde la Edad Media, somos más o menos un territorio desarrollado y próspero. Somos multiculturales y multinacionales. Para los medios, el barrio de Molenbeek es símbolo de peligro, pero Bélgica es hoy un ejemplo de integración. Hay gente de 117 naciones viviendo en Amberes, más que en Nueva York. Estamos unidos por nuestras diferencias.

P.- ¿Cómo describiría el alma belga entonces?

R.-Para mí el belga medio es como un erizo: siempre suspirando, siempre resoplando. Un erizo te pincha si te acercas demasiado. Pero es un animal tierno, humilde y tímido, y tiene una panza muy suave, por cierto. Los erizos y los belgas aman su casa: es su paraíso personal. Además, los erizos simbolizan a los perdedores de antemano. En comparación con los holandeses o los alemanes, los belgas somos eso: perdedores. Y los acuerdos, la ironía y la foefelen (término neerlandés que viene a significar una actitud recelosa y elusiva respecto a las normas) son nuestras armas no violentas.

P.-También ensalza el lado hedonista y caótico de sus compatriotas, no tan conocido.

R.-Bélgica es tierra de carnavales. Organizarlos y disfrutarlos es uno de nuestros talentos. Son una celebración de la vida, una crítica a la autoridad y un baile con la muerte. Ahí ponemos todo del revés. El carnaval incita a minar la autoridad y a repensar la realidad mediante el humor y el juego.

Que corra la cerveza

P.-Durante la obra aparece mucha cerveza. Ha diseñado incluso prendas con botellas. ¿Qué importancia tiene esta bebida en la vida de los belgas?

R.-Para nosotros es como oro líquido, nuestro orín sagrado. Las cervezas belgas están consideradas como unas de las mejores del mundo. Tenemos más de 1.200 tipos, eso a pesar de ser un país tan pequeño. La mejor se hace en Brujas, por unos monjes católicos que han hecho voto de silencio. Esto dice algo importante sobre nuestra genética: siempre hemos estado buscando una forma elevada de éxtasis, llámelo una borrachera espiritual.

P.-Afirma que “Bélgica es teatro y el teatro es Bélgica”. ¿Por qué este vínculo es especialmente sólido allí?

R.-Porque fue el teatro el que dio a luz a Bélgica, y quizá también fue Bélgica quien alumbró el teatro. Durante la representación de la ópera La muette de Portici, estalló la revolución belga. El público empezó a rebelarse y a provocar disturbios. Nosotros vivimos permanentemente en un teatro del compromiso y del acuerdo, porque estamos en medio de naciones enfrentadas. Es nuestro papel. Y nuestros carnavales, los desfiles y las fiestas reflejan esa conexión entre el escenario y nuestra vida cotidiana. Así que sí: Bélgica es teatro y el teatro puede ser belga.


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