Revista Pijao
Thomas Robert Malthus: Reducir a la humanidad por una vía perversa
Thomas Robert Malthus: Reducir a la humanidad por una vía perversa

Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento*

El Espectador

Thomas Robert Malthus (1766-1834) publicó, anónimamente, en 1798, su libro Ensayo sobre el principio de la población, por lo cual es considerado uno de los primeros demógrafos. Anteriores a él fueron, entre otros, el presbítero alemán Johann Peter Süssmilch (1707-1767), a quien aquél menciona en su libro, y el investigador inglés John Graunt (1620-1674), considerado el primer demógrafo, fundador de la estadística y precursor de la epidemiología. Malthus fue educado según los principios pedagógicos del suizo-francés Jean-Jacques Rousseau (1712-1778, el autor de Emilio, o De la educación, en el que afirma: “El hombre es bueno por naturaleza” y Del contrato social, en el que escribe: “El hombre nace libre, pero en todas partes está encadenado”), de quien su padre era íntimo amigo y quien en su época trató a personajes como Diderot, Voltaire, D’Alambert y Rameau, todos ellos virtuosos de la Ilustración, fenómeno que luego desembocará, por vía de la mezcla entre cultura popular y erudita y de la madurez política basada en legalidad, igualdad y fraternidad, en la Revolución Francesa (1789).

Malthus sostiene que la población tiende a crecer en progresión geométrica, mientras los alimentos sólo en progresión aritmética: por ello a la población siempre la limitan los medios de subsistencia. La primera es una secuencia en la que el elemento se obtiene multiplicando el elemento anterior por una constante denominada razón o factor de la progresión (por ejemplo, una progresión con razón igual a tres es aquella en la que cada elemento es el triple del anterior: 5, 15, 45); la segunda es una sucesión de números tales que la diferencia de dos términos sucesivos cualesquiera de la secuencia es una constante, cantidad llamada diferencia de la progresión: así, por ejemplo, la sucesión matemática 3, 5, 7, es una progresión aritmética de constante 2. Por esta razón, Malthus llega a preguntarse, no sin razones, sobre si el hombre marchará hacia mejoras sin límite o si está condenado a la oscilación perenne entre la dicha y la miseria. Claro, sin preguntarse, en el momento de elaborar su ensayo, sobre el papel que los políticos cumplirían en adelante y dando por descontado el que ya habían ejecutado en la historia. Sobre todo, en lo que tiene que ver con el manejo no sólo de los medios de subsistencia sino con el de los medios de producción, que llevarían al filo del tiempo a sucesivas hambrunas y a tragedias naturales y colectivas que se hubieran podido evitar. Eso, sin hablar de los diferentes conflictos, de las sucesivas guerras mundiales ni de la Guerra Fría que, según diversos estudiosos contemporáneos, como el profesor Juan Carlos Monedero, dejó más muertos que las otras dos y la llamó II Guerra Interimperialista.

No sería gratuito lo anterior si se sabe que Malthus termina por preguntarse si aún después de cada esfuerzo los hombres seguirán a distancias inconmensurables de las metas deseadas. Como lo siguen estando, más que nada por la falta de voluntad política de los dirigentes para modificar la situación. Una situación que cada día se agudiza más, teniendo una humanidad cada vez más encadenada, para recordar a Rousseau, con grandes franjas de población cada vez más alienadas, con cientos de millones de personas privadas de alimento y sin las más elementales condiciones de higiene ni de salud, que tienen que abandonarse a morirse de miedo a causa de las constantes e injustificadas guerras e invasiones de países, así como de destrucción cósmica producida por contaminación ambiental, visual y auditiva; efecto invernadero; quemas de bosques; deforestación por la prensa, la ganadería y la agricultura; destrucción de los sistemas de agua en el “primer mundo”, Estados Unidos, Canadá, China, y falta del líquido en el ámbito global por causa de monopolios y transnacionales franceses y españoles (como las que hoy monopolizan uso y venta del agua en Chile, Argentina, Colombia y resto de América Latina) y de otras “compañías”: Coca-Cola, Pepsi y Nestlé; producción sin freno de CO2 a partir de combustibles fósiles, aerosoles, llantas para carros, motos, cuatri-motos; y, no por último, actitud perniciosa, nociva y perversa de los políticos e indiferencia, lógica pero no aceptable, de quienes los eligen sin tener posiciones razonables, sino como producto de la manipulación mediática a través de las encuestas o del engaño, por soborno: por compra de votos, de los elegidos hacia los electores. Como pasa en Colombia, México, Brasil, Argentina y, ahora, por fraude electoral, como a lo largo de la historia viene ocurriendo: o sea, no solo en Honduras (1).

De ahí que el propio Malthus se refiera a los enemigos del cambio o, por contraste, a los amigos de que las cosas permanezcan iguales, lo que, según él, de hecho condena a todas las especulaciones políticas. No obstante, aunque alegue que ni siquiera se permite examinar las evidencias a favor del perfeccionamiento de la sociedad, hay que decir que dicho cambio tampoco se ha dado de manera efectiva ni prolongada, si se ha dado alguno, en ninguna sociedad: ni en las monárquicas ni en las supuestas socialistas o comunistas ni, mucho menos, en las capitalistas, las actuales, las del furioso hiper-consumismo (Lipovetsky, La felicidad paradójica, Anagrama, 2007) rampante y, al parecer, irresistible e indetenible. Lo que simplemente puede ser una cuestión de gustos, de inclinaciones, de pareceres, al margen de toda conciencia ideológica: he ahí el mayor daño que ha recibido el mundo del neoliberalismo, de la llamada globalización. Del primero, que no es nuevo ni liberal; de la segunda, que es global solo para lo perjudicial.

El primero, neoliberalismo, asociado al comienzo con apertura de mercados, promoción de exportaciones, atracción de inversiones, flujos de capital y, obvio, competitividad; luego, irá a impugnar y a reformar la institucionalidad en la mayoría de campos de los países periféricos; por último, llegarán personajes y políticos a instalarse en el poder para crear una artificial opinión pública, a la que el neoliberalismo se le presenta como la única alternativa y se le adiestra para asumir sus consecuencias: el costo del progreso, la modernización. Como resultado, a comienzos del siglo XXI, se da la homogenización de los mercados y, ya antes en el XX, la desaparición del Estado-Bienestar, la reducción del papel del Estado en lo socio-cultural y económico, lo que de paso ha hecho obsoleto el concepto Nación. La segunda, globalización, fenómeno económico en esencia, cuyos tres ejes son el afianzamiento del comercio, el creciente poder de las transnacionales, el vertiginoso movimiento de las corrientes financieras especulativas, y que ha traído como funesto resultado la interdependencia asimétrica (demostrable con los TLC), en la cual la sensibilidad y la vulnerabilidad de los Estados frente a las crisis en diversas partes del planeta son fundamentales. Tan grave estará la situación que, en las redes sociales, hay quien se atreve a opinar que los EE.UU, del Pato Donald Hitler Trump, están “renegociando sus tratados de libre comercio por las consecuencias nefastas que ha traído para su economía”, en algo que solo podría llamarse Queer Sense of Reality y, más allá, pésimo sentido del humor: si algo tan inteligente como eso cupiera aquí. 

En conclusión, hambre para casi todos sin que intervengan las progresiones, salvo la falta de voluntad política de los políticos y, claro, de Monsanto, el controlador del 80% de semillas en el mundo y el que más limita, por el hambre, los medios de subsistencia para la mayoría de la Humanidad (2). Monsanto, la transnacional (i)responsable del monopolio de las semillas en el mundo que, en 2016, fue absorbida por Bayer para matar dos pájaros de un solo tiro: antes, Monsanto hacía el negocio redondo con los alimentos genéticamente modificados (OGM) y enfermaba luego de cáncer a la gente; ahora, Bayer, enferma primero a la gente vendiéndole sus nocivos productos y después simplemente se sienta a esperar a los enfermos de cáncer, para venderles sus paliativos. Así, las 13 familias Illuminati, siguen celebrando su perversa decisión de reducir a la población, a la humanidad, en un 20% hasta el 2029: luego, las cosas seguirán iguales. Máxime si se tiene en cuenta lo que ha dicho Christine Lagarde, gerente del FMI, en torno al exceso de viejos que ahora según su torpe mirada resultan una carga onerosa para el Estado, como quien olvida que ellos le entregaron a dicho Estado la vida entera y la mayor parte de sus ingresos: o sea, es un dinero que ahora se les debe devolver en forma de seguridad social y no de lastimosa caridad. La burócrata francesa le ha dado pie a políticos y legisladores colombianos para que ahora digan que “el índice de longevidad alcanza los 80 años” y así pretender justificar un recorte a las prestaciones y un agregado a la edad de jubilación: como ella dice, “ante el riesgo de que la gente viva más de lo esperado”. ¿Es eso posible aquí en Colombia? Lagarde: “Los ancianos viven demasiado y es un riesgo para la economía global. Tenemos que hacer algo, y ya” (3).

A menos que seamos capaces de evitarlo, a menos que, como decía Orwell en una entrevista sobre 1984, seamos capaces de aplicar la moraleja que de ahí deriva para los humanos: “Creo que aunque el libro es, después de todo, una parodia, algo como 1984 podría realmente suceder. Esa es la dirección en la que el mundo avanza hoy en día. En nuestro mundo no habrá emociones, excepto miedo, rabia, triunfo y auto humillación. El instinto sexual será erradicado. Vamos a abolir el orgasmo. No habrá lealtad, salvo la lealtad al Partido, pero siempre existirá la intoxicación de Poder. Siempre en cada momento, tendrá lugar la emoción de la victoria, la sensación de pisotear a un enemigo que está indefenso. Si quieres una imagen del futuro, imagina una bota aplastando un rostro humano para siempre. La moraleja que se desprende de esta peligrosa situación de pesadilla es simple. No dejar que esto ocurra. Eso depende de ti.” (4)

Lo terrible es que la denuncia hecha por Orwell se ha agravado puesto que ahora no solo se ha instalado la bota de los militares y de la Policía en la cabeza de cualquier ciudadano, sino la soga de los (pésimos) dirigentes, de los jueces, en el cuello de los pueblos, con su sistema Lowfare o “la utilización del aparato judicial como arma para destruir a la política y a los líderes opositores”, que CFK le recordó a Dilma Rousseff en la visita de ésta a la Argentina (5), además de que ya no hay Partidos como tales sino una especie de diarrea ideológica que no solo apesta sino envilece todo lo poco que pudiera quedar de democracia real en el mundo. Porque de la otra, irreal, virtual, perfumada, la del poder económico real, hay mucha: basta mirar a las corporaciones, a los empresarios, a las mafias: las de política, drogas, deporte; las de cultura y educación, no se citan, por inexistentes: no las mafias, sino la cultura y la educación como tales.

NOTAS:

(1) https://criterio.hn/2017/12/08/cronologia-del-fraude-electoral-honduras/

(2) https://www.youtube.com/watch?v=GdF-LmF7D_o

(3) http://alertas.eu/christine-lagarde-los-ancianos-viven-demasiado-y-es-un-riesgo-para-la-economia-global-hay-que-hacer-algo-ya/

(4) https://www.youtube.com/watch?v=VtFvp967k6k

(5) https://www.pagina12.com.ar/81704-una-visita-en-senal-de-apoyo

https://www.youtube.com/watch?v=Mj6NIMf9lyE

* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE. Hoy, autor, traductor y coautor de ensayos para Rebelión.  E-mail: [email protected]


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