Revista Pijao
“El proceso”, de Kafka, armado por un colombiano
“El proceso”, de Kafka, armado por un colombiano

Por Guillermo Sánchez Trujillo *

Especial para El Espectador

Franz Kafka escribió “El proceso” entre agosto de 1914 y enero de 1915, cuyo manuscrito entregó a su amigo y albacea literario Max Brod en 1920, quien lo publicó en abril de 1925 con la editorial Schmiede de Berlín, diez meses después de la muerte del autor el 3 de junio de 1924. Pero el manuscrito planteó un problema que mantuvo en jaque a los editores de “El proceso” hasta nuestros días.

Resulta que los capítulos de la novela se encontraban separados en sobres sin numerar, sin que se supiera a ciencia cierta cuál era su lugar en la novela y, algunos de ellos, decía Brod, estaban sin terminar. Entonces, Brod eliminó los capítulos que consideró inacabados y ordenó el resto según sus propios criterios. Fue así como El proceso apareció en la primera edición con sólo diez capítulos de los dieciséis de que constaban los manuscritos, en el siguiente orden:

Detención. Conversación con la señora Grubach. Luego la señorita Bürstner

Primera investigación

En la sala vacía. El estudiante. Las oficinas

La amiga de B.

El flagelador

El tío. Leni

Abogado. Fabricante. Pintor

Comerciante Block. Despido del abogado

En la catedral

Fin

En la segunda edición publicada por la editorial Schocken en  1935, aparecieron en un apéndice los  capítulos (cinco de seis) que no habían aparecido en la primera, donde se encuentran desde entonces. Brod no incluyó el capítulo "Un sueño" porque Kafka ya lo había publicado en la colección de cuentos titulada "Un médico rural" (1918).

Apéndice de la segunda edición:

A casa de Elsa

Viaje a casa de la madre

Fiscal

La casa

Pelea con el subdirector

Desde que se conoció el apéndice,  los estudiosos de la obra han tratado de encontrar  en qué  parte de la novela van estos capítulos, pues así estén inconclusos, como se dice, es preferible que ocupen el lugar correspondiente y no que estén arrumados en un apéndice.

El primer intento de ordenar “El proceso” provino de Herman Uyttersprot, quien, en 1953, propuso una revisión de la estructura de la novela. Según Uyttersprot, mediante un análisis de contenido era posible fijar temporalmente los capítulos e incidentes de forma suficiente, como para determinar su orden de sucesión. Pero nadie aceptó “la cronología completa y suficiente” desarrollada por él, empezando por Brod que encontró demasiado problemática la excesiva cantidad de conexiones.

Después, otros académicos como Hans Elema (1977) y Christian Eschweiler (1988) propusieron sendas estructuras, que tampoco gozaron de la aceptación general de los académicos. Entre otras razones, se decía que mientras no se conocieran los manuscritos, cualquier intento que se hiciera no era más que mera especulación, pero los manuscritos eran inasequibles porque Brod los conservaba bajo llave sin permitirle a nadie  que los mirara.

Tras la muerte de Brod (1968), su secretaria Esther  Hoffe heredó los manuscritos. En 1987, la señora Hoffe los consignó en Sotheby’s para rematarlos en subasta pública.  Los manuscritos de El proceso fueron adquiridos por al Archivo de Literatura Alemana en March, donde reposan actualmente.

Pero los manuscritos de “El proceso” de poco sirvieron al grupo de estudiosos que con financiación del gobierno alemán preparaba desde 1974 la edición crítica de las obras completas de Franz Kafka, porque los capítulos no sólo estaban en sobres sin numerar, sino que tres de los sobres contenían sendos legajos con varios capítulos escritos secuencialmente en un orden en apariencia arbitrario, que hacía de la estructura de la novela un verdadero enigma (fig.1).

En 1990, apareció El proceso como tercero y último tomo de las novelas de la Edición Crítica Alemana de las obras completas de Kafka, que terminó siendo una versión desmejorada de la edición de 1935. Sin embargo, la llaman edición definitiva, cuando la mayor contribución de esta edición alemana al (des) orden de El proceso fue haber aumentado el apéndice de cinco a seis capítulos, sin necesidad porque se sabe dónde va “La amiga de B.”

A principios de 1995, la Editorial Stroenfeld decidió cortar por lo sano con una edición facsimilar de los manuscritos,  en sobres aparte como los originales, para que fuera el lector el que finalmente ordenara los capítulos como a  bien tuviera. En el mismo año, Schocken Books volvió a publicar la edición de Brod de 1935, llamándola también definitiva, en un claro mensaje que decía “dejen la novela como estaba, que no se puede  mejorar”.

Lo único que se puede afirmar con seguridad de la estructura de El proceso es que tiene 10 capítulos de 17 con un orden secuencial relativo conocido y los 7 restantes desubicados en espera de encontrar un lugar definitivo en la novela.

En el 2002, el problema del orden de los capítulos de “El proceso” fue declarado “oficialmente” insoluble por el profesor alemán Reiner Stach en el segundo tomo de la biografía de Kafka, “Los años de las decisiones”:

Brod no podía responder a la cuestión de cómo habría el autor dispuesto y ensamblado finalmente las piezas, y a pesar de los avances de la filología en materia de edición, hasta hoy nadie ha logrado dar una solución completa y satisfactoria. El problema es, con este manuscrito, insoluble. Así que no nos queda más remedio que esperar que un día, en algún olvidado desván de Praga, se descubra un índice confeccionado por el propio Kafka…. […] (Stach, 2003, p.580).

Por primera vez, los kafkólogos estaban de acuerdo para no tener que pensar más en esa pesadilla. Pero aquí cabe preguntarse ¿cómo o cuándo se sabe que un problema no tiene solución?, y ¿quién lo dice? Los matemáticos creían que todos los problemas matemáticos tenían necesariamente solución, hasta que, en 1930, el lógico matemático Kurt Gödel demostró que era posible la existencia de afirmaciones que ni se podían demostrar ni refutar, es decir, problemas matemáticos sin solución, con lo que el festín matemático llegó a su fin. Entonces, muchos matemáticos talentosos que llevaban años buscando la demostración de un determinado teorema, se horrorizaron de sólo pensar que se habían embarcado en una misión imposible desperdiciando los mejores años de su vida. Por eso, problemas como la conjetura de Golbach  o el último teorema de Fermat, que tenían siglos de existencia, fueron prácticamente abandonados, ante la muy fundada sospecha de que eran indemostrables. Sin embargo, a ningún matemático se le hubiera ocurrido afirmar que dichos  problemas no tenían solución, porque precisamente lo que Gödel demostró es que no se podía afirmar nada al respecto. Así y todo, no faltan quienes dedican su vida a resolver problemas como el último teorema de Fermat, con 350 años de existencia, como hizo Andrew Wiles quien, obsesionado con el teorema desde niño, luchó con él hasta que lo venció en 1993, a los 40 años de edad, cuando todas las apuestas estaban en su contra.

Sería ridículo que un grupo de matemáticos decidiera por mayoría que un determinado problema matemático no tiene solución por el simple hecho de que no lo pudieran resolver, y eso es válido no sólo en la matemática, sino también en cualquier disciplina científica o, por lo menos, seria o que se precie de serlo. De ahí que ningún grupo de filólogos pueda decidir democráticamente que determinado problema filológico no tiene solución, como sucedió en última instancia con el ordenamiento de los capítulos de El proceso el cual, unos por unas razones y otros por otras, declararon insoluble. La historia de las ciencias está llena de problemas tenidos por insolubles, que fueron fácilmente resueltos con un simple cambio de punto de vista o con el desarrollo de un nuevo método.

En el caso concreto de los manuscritos de El proceso, el problema sí tenía solución, pero no con los métodos tradicionales porque la solución estaba en el fondo de los manuscritos, en su interior, en el texto oculto del palimpsesto.

Kafka desmontó todas y cada una de las partes de Crimen y castigo para escribir-armar El proceso, y seleccionó los bloques que necesitaba para su propia construcción. La estructura de El proceso tiene la forma de un rompecabezas, cuyas piezas son los capítulos de Crimen y  castigo de donde salen los capítulos de El proceso. El problema exigía un nuevo método para su solución, una especie de rayos X que permitiera ver la estructura interna de la obra que da el orden a los capítulos. Por eso, contrario al análisis de Pasley, Reuss y demás que se han ocupado del tema, que sólo puede sacar de los manuscritos conclusiones superficiales que de nada sirven para resolver el problema del ordenamiento, las radiografías desvelan la estructura interna de la novela, sus piezas, y permiten resolver el problema de su estructura como por arte de magia.

Los capítulos de El proceso están compuestos de una, dos, tres y hasta cuatro piezas como en los casos de “Viaje a casa de la madre” y “Fin”, cuyas radiografías, respectivamente, son [(3,I), (4,I), (7,VI), (Epílogo)] y [(4,I), (5,I), (2,II), (8,VI)]. Estas radiografías son muy interesantes porque “Viaje a casa de la madre” y “Fin” son los dos últimos capítulos de El proceso y están construidos con los dos últimos capítulos de Crimen y castigo [(7,VI), (8,VI)] y el epílogo, y son también los únicos que tienen piezas de la primera parte de la novela de Dostoievski: [(3,I), (4,I), (5,I)]. Este hecho sugiere una hipótesis tan importante como fácil de verificar: la trama de El proceso sigue la trama de Crimen y castigo; y, en consecuencia, los capítulos de El proceso que salen de un mismo capítulo o de capítulos contiguos de Crimen y castigo van uno a continuación del otro. Estos enunciados nos dan la ley de composición que permite armar la estructura de la novela.

Dos capítulos de El proceso están compuestos de una sola pieza: “El flagelador” [(2,II)] y “Un sueño” [(5,I)]. Este último sale de la primera parte de Crimen y castigo y, según la ley de composición que se acaba de enunciar, debe ser parte de los últimos capítulos de la novela, como en efecto ocurre. Esto muestra el cuidado o la artesanía con la que Kafka construyó la obra, pues, los últimos capítulos de El proceso son los únicos que tienen piezas salidas de la primera parte de Crimen y castigo.

“A casa de Elsa” y “Fiscal”, una pareja que siempre fue un dolor de cabeza para aquellos que trataron de hallar la estructura de El proceso, están hechos de las mismas dos piezas que son dos capítulos contiguos de Crimen y castigo: [(6,II), (7,II)]. Por tanto, “A casa de Elsa” y “Fiscal” deben ir uno a continuación del otro. Queda claro, entonces, que para ordenar los capítulos de El proceso es necesario tener las piezas de Crimen y castigo con las que Kafka construyó su novela.

Una vez tuve todas las piezas [1], el problema preliminar del origen de la novela estaba entonces ya resuelto. Faltaba ver si en verdad las radiografías permitían darle al problema de la estructura de El proceso una solución completa y satisfactoria, como la que se estuvo buscando a lo largo del siglo XX en las grandes universidades europeas y americanas sin ningún resultado. De malas.

*

El proceso dura exactamente un año: empieza con la detención de K. un martes en la mañana, día de su 30avo cumpleaños, y termina con su ejecución la víspera de su cumpleaños 31; por consiguiente, el primer capítulo es “Detención” y el último capítulo es “Fin”, lo que permite establecer las siguientes sucesiones (Tabla A):

Todos los órdenes propuestos por quienes se han ocupado de la estructura de El proceso (Uyttersprot, Elema, Eschweiler…) coinciden en este orden relativo, y no puede ser de otra forma porque establecer este orden secuencial relativo tiene la dificultad de un ejercicio escolar de comprensión de lectura y, sin embargo, hubo quienes no lo aceptaron, entre otros, los editores de Kafka que en el mundo han sido hasta el presente. Las dudas aparecen cuando uno se pregunta qué motivos pudo tener un grupo de curtidos germanistas para cometer un error elemental.

Así como es de fácil establecer el orden secuencial relativo de esos capítulos de El proceso es de difícil ubicar el resto, pues no sólo carecen por completo de indicios temporales útiles, sino que a esto hay que añadir que, en apariencia, la novela tiene casi una ausencia total de trama que hace posible varios arreglos compatibles entre sí. Pero sólo en apariencia porque  la trama de Crimen y castigo nos da la trama de esos capítulos y, por tanto, su orden secuencial, como muestra la Tabla B.

Lo mejor es que estas dos series de capítulos [Tablas A y B] encajan perfectamente, como muestra la Tabla C, quedando la novela satisfactoria y completamente ordenada con la elegancia propia de las demostraciones matemáticas.

En conclusión, la estructura de El proceso era un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma.

El manuscrito expuesto en Berlín

Informa la agencia de noticias EFE, que el manuscrito de "El proceso", una de la tres grandes novelas póstumas de Franz Kafka, es el centro de una exposición del Martin Gropius-Bau de Berlín, la ciudad en donde, según muchos expertos, comenzó la historia de la obra. "Todo el proceso" es el título de la muestra, que se complementa con una serie de fotografías de Kafka y su mundo, de la colección del editor Klaus Wagenbach, y unas varias ediciones de "El proceso" en lenguas extranjeras. Tres veces al día, hasta que el 28 de agosto se cierre la exposición, se proyectará además la película que rodó Orson Welles en 1962 a partir de la obra.

La historia del libro se fragua el 12 de julio de 1914, durante un encuentro ya legendario entre Kafka y su prometida, Felice Bauer, en un hotel de la capital alemana, situado no muy lejos del lugar donde está alojada la exposición.

En sus diarios, Kafka describiría ese encuentro en el Askanischer Hof, en el que rompió su compromiso con Felice, como "un juicio en un hotel" en el que un tribunal, formado por Felice, su hermana Erna y su amiga Grete Bloch, lo "condenaron" por dejarla.

Ese encuentro desató un proceso creativo que llevaría al manuscrito de 171 páginas que se convertiría en "El proceso", después de que Max Brod, amigo y albacea literario de Kafka, ordenase las páginas sueltas y las retocara para darles cierta unidad narrativa.

"En las páginas del manuscrito pueden ver que se trata de algo que todavía está buscando su forma. Sin Max Brod y las generaciones siguientes no tendríamos la novela en su forma actual", explicó el director del Martin Gropius Bau, Gereon Sievernich, durante la rueda de prensa de presentación.

"Ver el manuscrito es como ver escribir a Kafka por encima del hombro", agregó.

Entre agosto de 1914 y enero de 1915, en plena I Guerra Mundial, Kafka trabaja en el texto en el que cuenta como Josef K. es acusado de un delito que no sabe cuál es y que lo lleva a perderse en los laberintos de la burocracia.

"No hay que imaginarse la escritura de la novela como un proceso lineal con un comienzo y un final claros", advirtió la comisaria de la exposición, Ellen Strittmatter, del Archivo de Literatura Alemana de Marbach, que tiene en su propiedad el manuscrito de Kafka. Kafka, según Strittmatter, trabajaba en varios capítulos al mismo tiempo y en diez cuadernos distintos, cada uno de 40 páginas.

Al final, el escritor arrancó las páginas de los cuadernos, las ordenó en diversos montones y se dedicó a hacer correcciones y cambios.

En vida de Kafka solo se publicó un fragmento de "El proceso", en septiembre de 1915 en la revista "Selbswehr". Y luego el escritor le regaló el manuscrito a Max Brod.

En 1918 le pidió a su amigo que quemara todos sus manuscritos que no hubieran sido publicados y repitió ese deseo antes de su muerte, ocurrida el 3 de junio de 1924, en un testamento escrito entre 1920 y 1921.

Brod, como es bien sabido, no cumplió la voluntad de Kafka y un año después de su muerte publicó, en la editorial berlinesa "Die Schmiede", la primera edición de "El proceso".

El orden que le dio a la obra, apuntó Strittmatter, se basó en el recuerdo que tenía de las lecturas en voz alta que había hecho Kafka ante amigos.

En 1939, un día antes de que las tropas de la Alemania nazi marchasen sobre Checoslovaquia, Brod saldría de Praga, llevando consigo los manuscritos de Kafka, camino a Palestina.

En 1935 los nazis ya habían condenado las obras de Kafka como "literatura degenerada", pero su difusión se relanzó después de la guerra y terminó alcanzando prácticamente a todo el mundo, lo que ha generado innumerables interpretaciones.

Si los existencialistas franceses veían a Kafka como un autor que mostraba lo absurdo de la existencia, hay quien trata de encontrar un trasfondo religioso.

"Hay hasta lecturas budistas que ven la muerte de Josef K. al final de 'El proceso' como una oportunidad para hacer las cosas mejor después de reencarnarse", dijo Hans-Gerd Koch, uno de los editores de la edición crítica de la editorial S. Fischer.

* Profesor universitario, autor de cinco libros sobre la obra de Kafka.


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