Revista Pijao
El cuento atómico
El cuento atómico

Por Umberto Senegal

Especial para El Espectador

La lectura y escritura del Cuento atómico, para quienes ejercen tal obsesión narrativa haciéndola parte esencial de su cotidianidad literaria, es disciplina ineludible para no extinguirse abrumados verbalmente por los cuentos extensos. Categórico recurso contra interminables narraciones escritas para quitarnos buena parte de la vida. Los cuentos tradicionales malversan significativa porción de nuestra existencia. ¿Qué nos producen esos centenares de extensos relatos leídos a lo largo de una vida breve? ¿Por qué razón consagrarle tanto tiempo a dichos textos? ¿Los autores merecen que nos involucremos con sus extensos dramas reales o inventados? Todo cuento atómico es respuesta negativa  a estos tres interrogantes.

El matemático Herman Weyl afirma: “No es de extrañar que cualquier pedacito de naturaleza elegida (estas gafas o cualquier otra cosa) posea un factor irracional el cual no podemos ni podremos explicar jamás. Lo único que conseguimos hacer es describirlo, como en la física, proyectándolo sobre el telón de lo posible”.  El cuento atómico es un específico y pormenorizado conjunto de veinte o menos palabras proyectándose sobre el telón de lo alusivo. Milimétrico en sus consecuencias. Penetrante en su sentido. Puntual en la descripción de una imagen o suceso. Demanda siempre la disminución del contenido y rechaza cualquier tentativa de amplitud. El desbordamiento de conceptos y descripciones, los prolijos rodeos donde a veces el autor desea exhibirse, son para el cuento tradicional. Herramientas básicas de textos donde este necesita enmarañar pensamientos claros tras de exuberantes palabras. O embrollar palabras con las ideas. De otra manera, considera no contar una historia, o no ser escritor de tiempo completo, o que cuanto exterioriza carece de importancia y no van a entendérselo o se lo malinterpretarán.

El cuento atómico es invitación a leerse a sí mismo en la página en blanco. Por consiguiente, un reto de lectura y escritura para observar la mente en blanco  y percibir, desde aquí, otras voces del drama, niveles subterráneos de la interpretación, nuevas facetas del signo bajo diferentes perspectivas de la historia relatada. Con sus veinte o menos palabras, este subgénero del microrrelato es vía directa e inequívoca para transformar un párrafo en capítulo; para concebir un renglón como párrafo, hallándole bien las historias descritas por el escritor o bien todas aquellas señales ofrecidas por este. Un cuento atómico no va más allá de tres renglones circunscribiendo en ellos un drama con preámbulo, nudo y conclusión, comprimidos al máximo por el narrador.

Ejemplo de síntesis necesaria para escribir un cuento atómico, es lo ocurrido con James Joyce. Un amigo fue a visitarlo. Encontró al escritor inclinado sobre su escritorio, en postura de total impotencia. “¿Qué te pasa, James?”, preguntó aquel, “¿es por el trabajo?” Joyce hizo un gesto de asentimiento, sin alzar la cabeza para mirarlo. Era el trabajo. El arduo oficio de escritor. ¿Podía haber otro motivo? El visitante insistió: “¿Cuántas palabras has escrito hoy?”. Exasperado, Joyce aún de bruces en el escritorio, exclamó: “¡Siete!”.  “¿Siete?... James, ¡eso  está muy bien, al menos para ti!”, trató de confortarlo su amigo. “Sí”, replicó el novelista levantando afligido su cabeza, “supongo que sí… ¡pero es que no sé en qué orden ponerlas!”.

Tal forma narrativa permite vislumbrar, entre vocablo y vocablo, los precipicios lingüísticos y semióticos del relato. Es un fractal de literatura no explicable con elementos propios del cuento tradicional. Se proyecta en el espacio creador de quien lo escribe o lo lee, a través de evocaciones e insinuaciones, incertidumbres y contundencias de sus imágenes y eventos. Ciento por ciento, el cuento atómico es irracional debido a su forma no explicativa, a los vacíos creados y a los extraños horizontes extendidos frente a la mirada del lector. Una poética anécdota, capaz de transfigurarse en cuento atómico, es el recuerdo del escritor Pierre Hourcade, quien compartió con Pessoa al final de su vida, declarando perplejo ante la evanescente presencia de Fernando: “Nunca al despedirme, me atreví a volver la cara; tenía miedo de verlo desvanecerse, disuelto en el aire”. Octavio Paz, en un ensayo sobre Fernando Pessoa, reconoce algo semejante cuando lo describe como “taciturno fantasma del mediodía portugués”.

Los cuentos atómicos, estructurándose desde mediados del siglo XX pero fusionados con la literatura y la poesía centenares de años atrás, son el placer individual de aquello que siempre será puro comienzo, paso inicial hacia ninguna parte. Interrupción consciente del viaje o del camino que convierte en cuestión momentánea la circunstancia o las perspectivas de ambos. Viaje por entre los significados. Camino hacia los significantes. La tarea del escritor, afrontándolos con circunspectos estilo y forma, es no contar cuanto el lector espera se le relate con exceso de pinceladas. La función de todo cuento atómico  es avivar la imaginación del lector hacia sus propias fantasías. El minicuentista comienza el viaje con el lector, pero en el transcurso de las veinte o menos palabras, lo abandona a su libre arbitrio filosófico, literario, estético o de cualquier índole.

La escritura se libera por completo de la cantidad transformándose en cualidad sin la carga de las numerosas imágenes o pensamientos superpuestos en una idea original. Un cuento atómico es lo narrado, sin la narración. ¿Por qué mostrar y explicárselo todo al lector? No se deben ejercer acciones excluyentes, donde prevalezcan el narrador y su imaginación. Es confianza total en quien lo lee, en su inteligencia, su pericia literaria y sus referentes culturales. Al lector se le deja solo y a partir de una imagen escueta y evocadora, de una figura determinada, se le induce a penetrar en la historia que lee pero también en sus historias personales, capaz de imaginarlas  a partir de lo ofrecido por el minicuentista. Como el haiku lo hace, en cierta forma el cuento atómico respeta los íntimos universos asociativos del lector consigo mismo, con el texto en sus manos y con cuanto el minicuentista especifica.

Las palabras del título no cuentan dentro de las veinte del texto. En ocasiones, un cuento atómico contiene solo el título, como de manera sarcástica lo parodiaron en textos suyos Giovanni Papini, en La industria de la poesía; y Gesualdo Bufalino, en El malpensante, con un texto llamado Cuadros. Los cuentos con estructura atómica, son textos narrativos aguijoneando la imaginación del lector hacia sus particulares fantasías. Un cuento atómico es lo narrado sin la narración. Es la estética certeza del narrador de que no hay ningún motivo por el cual deba mostrar y expresarle todo al lector. Es un acto temerario del escritor, quien deja solo al lector en una imagen escueta y evocadora, en una figura determinada, desde las cuales  lo incita a discernir su historia particular.

Roland Barthes, explica como el texto literario no está acabado en sí mismo sino hasta cuando el lector lo convierte en objeto de significado con naturaleza plural. Un cuento atómico puede no tener comienzo ni final. Siempre será una especie de relato inacabado que por su brevedad se transforma en texto capaz de sugerir múltiples significados, de acuerdo con sus lectores. El principio dramático de “las tres unidades”, es decir, “un hecho en un lugar limitado, con un número limitado de personajes”, dentro del cuento atómico se decanta al máximo para redondear la historia. Este delicado subgénero del microrrelato, es la máxima mutación que el cuento tradicional ha sufrido durante su historia. Es la implosión formal del contenido.

 

SORPRESA

“¿Encontraron los regalos?”

“Solo el tiburón y la mano izquierda de papá”.

 

LICANTROPÍA

“¿Ves esa monja orinando?”

“¡Sí!”

“En realidad, es el hombre lobo”.

 MOLINOS DE VIENTO

Los molinos salieron al encuentro de Don Quijote, confundiéndolo con un caballero.

GUILLOTINA

Entre la cesta su sonrisa adquirió más fuerza.

TEORÍA

“Dios creó el universo porque no soportaba el desorden dentro de Sí”, dijo el filósofo, vomitando sobre la audiencia.

 LARGOS AMORES

Estaba previsto que nos encontráramos muertos. No somos de relaciones fugaces. Aquí tendremos tiempo suficiente.

 RETORNO

“Señor, solicito permiso para regresar a casa”, dijo Luzbel a Jehová. Y se incendió.

 

VANIDAD

La mujer, en avanzado estado de descomposición, se quedó otros minutos frente al espejo.

DESCENSO

Junto al abismo solo tenía la flor para sujetarse. Prefirió aferrarse al aroma, mientras caía.


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