Revista Pijao
Pablo Montoya y las entrevistas
Pablo Montoya y las entrevistas

Por Umberto Senegal

Especial para El Espectador

“Me siento fatal en las entrevistas y solo las concedo bajo una fuerte coacción”, confesó David Foster Wallace, autor de La broma infinita, en una carta de su exuberante correspondencia, a su amigo Stephen J. Burn, compilador de las 20 entrevistas que comprenden el libro Conversaciones con David Foster Wallace.

Considero que, en las más de 50 que del escritor Pablo Montoya he compilado, al colombiano le sucede lo contrario. Se siente en su biosfera creativa. En cada conversación que sostiene con cualquier persona interesada en su vida y su obra, concedida con afecto, sin arrogancia como ocurre con tantas pequeñas vedettes del mundillo literario en nuestro país; sin exigencias, sin retribuciones económicas, enmarcándola con su extensa y blanca sonrisa, Montoya Campuzano es un escritor integral, explorando perspicaz, a través de las deficiencias o capacidades del interlocutor, otros espacios de su obra. De acuerdo con el nivel intelectual de las preguntas, se introduce con delectación, mediante espontáneos o deliberados atisbos críticos, sencillo o erudito, no solo en su opulenta producción literaria, sino también en pormenores de todo aquello que visibiliza en la historia de la literatura nacional o extranjera. Se responde a sí mismo, para responderle al entrevistador. Y mientras responde a este respondiéndole además al lector de entrevistas, con sus confidencias interroga a su vez a los protagonistas y eventos de la historia o la ficción, interpolados en la conversación que sostiene. Pablo es en Colombia, sin lugar a dudas, el novelista contemporáneo de su generación con mayor cantidad de entrevistas en su haber, una dimensión previa o ulterior, de acuerdo con las necesidades y exigencias de cada quien, para peregrinar por su ámbito narrativo. El libro que compilo supera las 500 páginas, sin incluir todavía sus respuestas en programas de radio o televisión. En Pereira nos conocimos. Centro Cultural Lucy Tejada. Uno de los jóvenes universitarios que allí esperaban su conferencia, uno tras otro extrajo de su bolso seis libros de Pablo para que este se los dedicara todos, lo cual hizo Montoya con esmero y sin prisa. Una entrevista más. Que cada lector saque sus conclusiones. A la manera de C. E. Feiling prologando el libro Confesiones de escritores, pienso que luego de escuchar a Pablo solo nos resta: “divertirnos, aprender algo, reunir datos para una monografía universitaria, extraer frases para un artículo periodístico que nos encargaron o exorcizar el espeso silencio de la sala de espera del dentista…”. Exorcizar silencios poéticos propios y ajenos, escuchando a Marin Marais: “Soy ese que perdura mientras la viola da gamba suena”.

¿Para qué sirve entrevistar a un escritor?

Para que los lectores lo conozcan mejor. Tanto en lo que tiene que ver con lo que opina sobre su propia obra y sobre la de los demás, como en lo relacionado con su vida y su época. Frente a lo primero, lo que piensa el escritor sobre su obra no me parece fundamental. Son opiniones que, por lo general, buscan influenciar al lector. Creo que la obra literaria de un autor debe defenderse sola. En esa dirección van sus opiniones sobre las otras literaturas diferentes a la suya. Son también opiniones. Y ellas puedes ser lúcidas o cenicientas. Frente a lo segundo, las entrevistas sirven para conocer la vida pública, privada e íntima del escritor, para utilizar esas categorías propuestas por García Márquez.

¿A quiénes no conocen sus obras, ¿las entrevistas pueden inducirles a leerlas?

Sin duda. Aunque yo quisiera que los lectores llegaran a mis libros porque me han leído o porque alguien los ha leído y han recibido sus recomendaciones. Yo nunca leí a Sófocles, a Homero o a Dostoyevski por entrevistas. Ni siquiera leí a Borges, a Carpentier o a Octavio Paz, que son más contemporáneos, por las entrevistas que les hicieron.

¿Qué dice en una entrevista, que no está dicho o sugerido en sus libros?

En las entrevistas uno trata de explicar lo que ha escrito y siempre eso será tentativa, aproximación, rodeo. Creo, en principio, que todo lo importante que tengo para decir está en mis libros. O datos biográficos, viajes, gustos, manías, fobias. Pero todo eso tiene que ver con mi vida personal y pública y no con mis libros.

¿Algún tipo de temor cuando lo entrevistan?

Ninguno.

Al responder, ¿piensa en usted o en posibles lectores de la entrevista?

En mí. Nunca he escrito para eso que llamas los lectores. Escribo para mí. O para un lector parecido a mí.

¿Rehúye algún tema en particular?

Los frívolos. Aunque lo he hecho, por ser bisoño en esas lides, no volveré a aceptar entrevistas de esas que hacen en los programas de variedades televisivas o radiales. Por lo general, en esos programas nunca me han leído. Eso se nota a la legua.

¿Algún lugar preferido para que lo entrevisten?

En mi casa. O en un lugar tranquilo. Me incomodan las entrevistas al aire libre y con ruido.

¿Cuáles personajes históricos, en el mundo de la música, hubiera entrevistado con apasionada admiración?

A ninguno. A los personajes históricos prefiero investigarlos y recrearlos literariamente. A los músicos prefiero escucharlos. A los escritores, leerlos.

Compruebo que no son muchos los escritores colombianos que entrevistan a otros escritores. ¿A quiénes, de Colombia u otros lugares, entrevistaría?

Entrevisté a casi cuarenta escritores nacidos en Antioquia para varios programas de la Universidad de Antioquia entre 2004 y 2008. Estos programas no sé cuántas veces fueron pasados por varios canales de la televisión nacional. Se repitieron tantas veces que me tocó mandar una carta al director de Audiovisuales de la Universidad para pedir que retiraran esos programas. Me sentía, lo confieso, como manoseado. Un amigo escritor se burló de mí una vez. Cuando me vio, me dijo: “Hombre, Pablo, te veo hasta en Animal Planet”. Luego de esa experiencia, que me permitió conocer la obra de mis contemporáneos –porque yo los he leído y no los vigilo–, me prometí no volver a entrevistar a ningún escritor.

¿Qué le disgusta de las entrevistas?

La ignorancia de quien entrevista. Cuando gané el Rómulo Gallegos, junio de 2015, fecha a partir de la cual he sido entrevistado no sé cuántas veces, un joven periodista colombiano me preguntó si Tríptico de la infamia era mi primer libro. Casi le respondo, poniendo el dedo índice en alto: ¿Usted no sabe quién soy yo? Pero como no soy de esa clase de personajes que responden así, simplemente me reí y le dije que era mi cuarta novela y mi libro número 20. El entrevistador dijo: ¡Ah!, y siguió como si nada. Esto último fue lo que más me disgustó.

¿Qué efecto le causan las entrevistas cuando las lee publicadas?

Escozor en el ánima y pena ajena cuando son entrevistas en las que yo no intervengo con mis propias respuestas. Casi todas, lamentablemente, están mal redactadas. La mayor parte de los periodistas no leen gran literatura y, por lo tanto, no saben escribir. Ni siquiera entrevistas.

¿Le han hecho cambios a sus respuestas, por escrito o por otros medios?

Muchas veces. Ponen fechas que no corresponden, nombres de personas y ciudades que tampoco, explicaciones de lo que dije equivocadas. Es una calamidad. Y siempre que me pasa, me prometo no volver a dar más entrevistas.

¿Confronta sus respuestas antes de autorizar su publicación?

Debería hacerlo. Pero hasta allá no llegan mis cuidados de mí mismo.

Cuando lee algunas entrevistas de otras personas, ¿siente deseos de intervenir en el diálogo sostenido por aquellas?

Cuando la entrevista es leída, nunca me dan esos deseos. Pero cuando las escucho en vivo, sí me provoca intervenir. Sobre todo cuando el entrevistado dice cosas contrarias a las que yo pienso. Pero, por supuesto, jamás intervengo. No me meto donde no me invitan.

¿Los lectores pueden conocer al autor cuando lo escuchan en sus entrevistas, más que leyéndolo en sus libros?

Todo depende de qué tipo de conocimiento. El exclusivamente literario, repito, está en la obra escrita. Las otras cosas salen en las entrevistas.

¿No hay peligro de volverse repetitivo o contradecirse, con el tiempo, en las respuestas a determinadas preguntas?

Temo repetirme y es inevitable hacerlo. Tú me consuelas diciéndome que en las entrevistas me multiplico. Espero que así sea. Pero, la verdad, lo dudo.


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