Revista Pijao
Milena Jesenská, mater misericordiae
Milena Jesenská, mater misericordiae

Por Rafael Narbona

El Cultural (Es) Blog Entreclásicos

La tolerancia sólo se puede exigir a los que nos aman, nunca a otras personas y sobre todo jamás a uno mismo”. Milena invocaba algo que ella proporcionaba a los demás de forma espontánea y desinteresada. Para muchos encarnó esa esperanza que brota en las circunstancias más aciagas, cuando la desesperación parece haber agotado el recorrido más sombrío. Su relación sentimental con Kafka fluyó con más ternura que pasión. Milena era una mujer atractiva y sensual, sin ninguna clase de timidez o prejuicio, pero el atormentado Kafka no buscó en ella una amante desinhibida, sino una sombra protectora o quizás una roca. Para el escritor, era “Madre Milena”, no un objeto de deseo que proporciona una dicha efímera. Milena era la Madre, la dulzura que apacigua la angustia y nos hace sentir amados, la caricia que nos rescata del desamparo, la voz nítida y firme que nos devuelve la confianza durante las crisis de inseguridad, el consuelo en mitad del sufrimiento más intolerable. Un motivo para seguir viviendo. Así lo entendió también Margarete Buber-Neumann, que la conoció en 1940 en el campo de concentración de Ravensbrück.

Margarete había pasado cinco años en el Gulag. Casada con el comunista Heinz Neumann, se había exiliado en la Unión Soviética cuando Hitler subió al poder. Su marido fue acusado de traición durante la Gran Purga y ejecutado en secreto. Margarete fue deportada a Siberia como “enemiga del pueblo” y, más tarde, entregada a la Gestapo, conforme a los acuerdos adoptados en el marco del Pacto Ribbentrop-Mólotov. Cuando llegó al Lager, una mujer alta, resuelta y de rostro distinguido, le extendió la mano cordialmente, presentándose: “Milena, de Praga”. Al igual que Margarete, Milena había sido comunista, pero las dos habían descubierto en sus propias carnes el carácter violento y autoritario de una ideología presuntamente liberadora. Las deportadas de ideología comunista odiaban a Milena y enseguida extendieron su antipatía a la recién llegada Margarete. Su aversión no era irrelevante. Pertenecían a la élite del campo y enfrentarse a ellas acarreaba el riesgo de un peligroso aislamiento social. Sin vínculos, no era posible sobrevivir en un entorno dominado por la arbitrariedad, la intolerancia y la muerte. Milena no se dejaba intimidar y acogió a Margarete con gestos públicos de afecto. Parecía invulnerable al miedo y las murmuraciones: “Tenía ante mí a una persona con el orgullo todavía sin quebrantar –escribe Buber-Neumann-, ¡un ser humano libre en medio de todos los humillados!”. Margarete recreó su amistad con ella en un hermoso libro titulado Milena, que recogía las penalidades y escasas alegrías que compartieron en Ravensbrück. Poco antes de morir entre las alambradas, víctima de una infección renal, Milena le pidió que escribiera su biografía: “Sé que al menos tú no me olvidarás, que podré seguir viviendo en ti. Tú le dices a los demás quién fui, serás mi juez clemente…”. Margarete cumplió el deseo de su amiga, seleccionando una cita del epistolario de Kafka para encabezar la obra: “Ella es fuego vivo, como yo jamás había visto […]. Sin embargo es, al mismo tiempo, dulce, animosa, inteligente y volcada totalmente al sacrificio o, si se prefiere, lo consigue todo a través de su sacrificio…”.

Margarete destaca la singularidad de Milena en un lugar que corrompía a todos los que formaban parte de su engranaje, ya sea como víctimas o verdugos. Aunque resulte chocante, Margarete señala que había personas decentes en las SS, pero su honestidad se desintegraba inevitablemente en el Lager, cuya función principal era deshumanizar y despersonalizar, rebajando al individuo a la compulsión elemental de sobrevivir a cualquier precio. Los deportados experimentaban un proceso similar al de los responsables de Ravensbrück, embruteciéndose de una manera progresiva hasta aceptar la muerte ajena como una contingencia intrascendente. En ese clima asfixiante y letal, Milena nunca olvidaba que su interlocutor era un ser humano, digno de respeto y atención: “Le había sido dado el don de la empatía”. Orgullosa de ser checa, jamás se dejó seducir por el nacionalismo excluyente. Su alto concepto de la amistad implicaba “sacrificarse por el otro”, hacer todo por él. Su excelencia moral y su fuerte temperamento impresionaba incluso al personal de las SS. Margarete advirtió desde el principio lo que significaba disfrutar de la amistad de Milena: “Una amistad íntima es siempre un regalo fabuloso. Pero si esta fortuna, además, tiene lugar en el descorazonador ambiente de un campo de concentración, puede convertirse en el único sentido de la existencia”.

Margarete reconstruye la trayectoria biográfica de Milena. Hija del doctor Jan Jesensky, un nacionalista intransigente y antisemita, con un talante despótico y un trato áspero y distante, Milena pasó su infancia en un lujoso edificio del centro de Praga. Su padre trabajaba como odontólogo, atendiendo a una clientela distinguida. Su esposa murió tempranamente. Su ausencia incrementó la distancia entre padre e hija. Nunca se entendieron. A Jan le molestaba la independencia y rebeldía de Milena, que incluía actitudes desafiantes. Su sensibilidad hacia el dolor ajeno y su tendencia a derrochar el dinero no le resultaban menos irritantes. Con una vitalidad arrolladora, Milena nunca pasaba de largo ante la posibilidad de ampliar su conocimiento del mundo. Cosmopolita, amante de la literatura y el arte, inconformista y reivindicativa, se afiliaría al Partido Comunista checo con treinta años. Empezó la carrera de Medicina para complacer a su padre, pero abandonó pronto los estudios. No sospechaba que los conocimientos adquiridos le servirán para trabajar en la enfermería de Ravensbrück, donde haría todo lo posible para salvar vidas. Su belleza suscitaba el amor de los hombres. No era una mujer de curvas y labios sensuales, sino una silueta esbelta que parecía extraída de un bajorrelieve egipcio. Cuando conoció a Kafka era una mujer infelizmente casada. Su marido, Ernst Pollak, un escritor austriaco de origen judío, no se molestaba en esconder sus múltiples infidelidades. Partidaria del amor libre, Milena no le recriminaba su actitud. De hecho, ella también había mantenido breves idilios extramatrimoniales. Su malestar procedía de la falta de comunicación con Pollak, que actuaba como un adolescente egoísta y desconsiderado.

Kafka le fascinó como escritor, pero también como hombre. Se conocen en 1920. Milena ya lleva un tiempo realizando traducciones al checo de literatura alemana y acaba de comenzar su carrera de periodista. Durante dos años, intercambian cartas, pero sólo pasan juntos cuatro días en Viena y uno en Gmünd. Kafka describe su enamoramiento como una forma de abrazar la vida: “amándote a ti, amo al mundo entero”. Su angustia no desaparece, pero se transforma en algo que puede incluso amarse. Milena es Madre y Amante. Gracias a ella, Kafka se siente “absolutamente libre, totalmente tranquilo”. Milena le comprende perfectamente. Con indudable talento literario, escribe: “El mundo entero es y seguirá siendo para él un jeroglífico. Un secreto místico. Algo que no soporta pero que admira con una ingenuidad pura y entrañable”. Entiende que no quiera atarse a nada material o sentimental: “No es un hombre que construya su ascetismo como un medio para llegar a un fin, es un hombre que está obligado al ascetismo por su clarividencia, pureza e incapacidad de adquirir un compromiso”. Cuando Kafka fallece en 1924 ya se han distanciado, pero perdura el entendimiento y la complicidad. Milena escribe una conmovedora necrológica: “Era clarividente. Demasiado sabio para saber vivir y demasiado débil para luchar”. En Ravensbrück, Milena le confesará a Margarete: “Mi destino siempre fue amar únicamente a los hombres débiles”.

Separada de Pollak, Milena se casa en 1928 con el arquitecto checo Jaromir Krejcar. Viajan a la Unión Soviética. Es un destino obligado para dos comunistas convencidos. Milena descubre que en el paraíso socialista no hay libertades y se encarcela a los disidentes. Stalin envía a los campos de Siberia a opositores y antiguos aliados. Se multiplican los juicios por traición, que siempre finalizan con pena de muerte. Se habla de torturas y desapariciones. A su regreso, Milena se queda embarazada y tiene una niña, Jana, pero durante los meses de gestación contrae una septicemia. Postrada en la cama, sufre una trombosis en la rodilla izquierda, que le dejará la pierna rígida. Consigue dar a luz, pero los médicos la desahucian. Comienzan a inyectarle morfina para aplacar el dolor. Sale adelante, pero convertida en una adicta. En 1936, rompe definitivamente con el Partido Comunista. Sabe que Hitler anhela invadir Checoslovaquia. Es una perspectiva angustiosa, pero no le parece menos inquietante la posibilidad de ser liberados por el ejército soviético, que sometería al país a una nueva tiranía. Cuando en 1939 las tropas alemanas cruzan la frontera y comienza la persecución de los judíos, Milena se incorpora a una organización clandestina que los ayuda a huir al extranjero. No se deja atemorizar por las amenazas de los nazis y conforta a los que se desmoronan. El escritor Willy Haas escribe: “Milena parecía haber nacido para las catástrofes temporales. Cuanta más intranquilidad había en el entorno, tanto más serena, equilibrada y magnífica se mostraba ella”. El primer día después de la ocupación, los miembros de la redacción del periódico en el que escribe Milena se reúnen en un café. Todos están deprimidos y desesperanzados. Cuando aparece Milena, que se ha retrasado un poco, uno de los redactores exclama: “¡Gracias a Dios! ¡Por fin un hombre!”.

Milena empieza a colaborar con un diario clandestino que se llama ¡A la lucha! Cuando se obliga a los judíos a identificarse con una estrella amarilla, se cose a la ropa una estrella de David y se pasea por Praga ostentosamente. Por fin es detenida y enviada a Ravensbrück. La separación de Jana, que ya tiene once años y un carácter firme y decidido, le resulta particularmente dolorosa. Encerrada en una celda fría y con una alimentación escasa, la salud de Milena se deteriora rápidamente. Enferma de artritis y pierde veinte kilos, recuperando la silueta de su juventud. Sin embargo, no se doblega. Escribe Buber-Neumann: “La actitud de Milena era provocadora. La forma en que hablaba, cómo se movía, el modo de levantar la cabeza; con cada uno de sus gestos declaraba: Soy un ser libre”. Eso sí, Milena no soportaba la soledad. Por eso cultivó una estrecha amistad con Buber-Neumann, otra mujer fuerte y enérgica. Ambas adquirieron libremente la responsabilidad de cuidar de la otra, asumiendo cualquier sacrificio. No era un simple vínculo afectivo, sino una apuesta por la vida: “En esa atmósfera de muerte sentirse imprescindible para otra persona era la mayor de las suertes, ya que conseguía dar un valor a la vida y obtener fuerzas para sobrevivir”.

Milena nunca escatimaba la oportunidad de animar a sus compañeras de desgracia. En una ocasión, un grupo checas recién llegadas al campo esperaban el paso preceptivo por la enfermería. Todas se hallaban deprimidas y aterrorizadas, cuando Milena se acercó a ellas y les dio la bienvenida, empleando un tono amistoso y alegre. Anicka, una de las reclusas, escribió más tarde: “La miré bien y observé unos pocos cabellos algo pelirrojos que formaban como una aureola sobre su cabeza. Jamás olvidaré aquella impresión. Era verdaderamente lo único humano en medio de toda esa inhumanidad“. Anicka combatirá el sufrimiento, escribiendo poemas y villancicos. No es lo habitual. El dolor embrutece y anonada. Milena repite que el sufrimiento no dignifica, sino que degrada. Sin embargo, cuando contrae una nefritis logra conservar la calma y no se abandona. Se somete a una operación, pero apenas mejora. El deterioro avanza imparable. Se mira al espejo y su cara le recuerda a la de un monito enfermo explotado por un organillero que solía tocar cerca de su casa. Con un ridículo sombrero, el animal empeoraba día a día. Cuando pasaba a su lado, le daba su manita fría. Al contar la historia, Milena exclamaba: “La vida es tan corta y la muerte tan larga”. Poco a poco, su vida se apaga. El 17 de mayo de 1944 muere y su cuerpo sube al cielo por la chimenea del crematorio. Margarete considera que ha perdido su última razón para vivir, pero decide resistir. Quiere contar la historia de Milena, revivir a su querida amiga mediante una biografía que refleje su asombrosa y fascinante personalidad.

Milena adquirió muy pronto la condición de clásico. No se trata de una simple evocación sentimental, sino de un retrato complejo y muy humano de una mujer excepcional, elaborado con una prosa limpia y serena que jamás transige con el sentimentalismo o el desgarro tremendista. Milena no sobrevivió a Ravensbrück, pero su espíritu ardiente y apasionado palpita en unas páginas que corroboran una de las exclamaciones que Kafka le dedicó en su célebre intercambio epistolar: “¡Hasta qué honduras llegan tu seriedad y tu fuerza!”.

Nota bibliográfica:

En 2017, Tusquets reeditó la traducción de M. A. Grau, publicada en 1987. Se trata de una iniciativa loable, pues Milena, de Margarete Buber-Neumann, sólo podía adquirirse en librerías de segunda mano. No es una mala traducción, pero han transcurrido treinta años y sería deseable encargar una nueva versión basada en criterios actualizados.


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