Revista Pijao
Menos espadas, menos fusiles
Menos espadas, menos fusiles

Por Mauricio Sáenz

Especial para la Revista Arcadia

La historia de Colombia tiene particularidades que la distinguen en el subcontinente. En su nuevo libro, el historiador colombo-británico Malcolm Deas resalta varias de ellas. Una es el antimilitarismo de los colombianos que determina, incluso desde la colonia, la débil presencia del Estado en las regiones. En efecto, los españoles nunca tuvieron un verdadero ejército en la Nueva Granada, y su presencia militar apenas consistía en unas pobres guarniciones locales. Con la excepción de la intentona del almirante Vernon en 1742, de la que salió avante la única instalación castrense mencionable en el territorio, las murallas de Cartagena, la Nueva Granada jamás enfrentó una amenaza externa que despertara un espíritu militar. Y ganada la independencia en un proceso iniciado por civiles, tampoco surgió la necesidad de un estamento fuerte de defensa.

Deas ofrece varias explicaciones para esa singularidad. Una de ellas es la intrincada geografía, que hacía a la capital, trepada en las montañas del interior, inaccesible para fuerzas extranjeras. Otra es la sempiterna y extrema pobreza del territorio, que relegaba a una prioridad baja los gastos militares. Además, a pesar de la proliferación de guerras internas y de generales ad hoc, el poder se mantuvo en manos civiles. Solo en 1907, con asesores chilenos, Rafael Reyes creó un modesto ejército profesional insuficiente para los retos planteados por el siglo que comenzaba. Y como consecuencia, ni siquiera hoy, cuando es más grande que nunca, tiene el control real de todo el territorio en el escenario del posconflicto.

Deas cuestiona además la recurrente versión según la cual el país se estancó en la pobreza por las guerras civiles del siglo XIX. Advirtiendo que su intención no es decir que esos nueve conflictos y esas 60 revueltas locales no hayan sido dañinos, recurre a estadísticas para afirmar que nunca llegaron a paralizar la economía. Los ejércitos eran pequeños y dispersos, las acciones puntuales, y muy pocas veces hubo expropiaciones a los vencidos que pusieran en peligro la propiedad privada. Y pone un ejemplo significativo: en plena Guerra de los Mil Días llegaron importadas al país las maquinarias para el ingenio Manuelita, sin que el conflicto más duro del siglo supusiera riesgos para esa compleja operación.

Deas, decano de los colombianistas anglosajones y uno de los fundadores del Centro de América Latina de la Universidad de Oxford, ha jugado un papel preponderante al lado de los historiadores que han replanteado muchos de los mitos fundacionales del país. Autor, entre otras obras, de Del poder y la gramática, Intercambios violentos: reflexiones sobre la violencia política en Colombia y Los problemas fiscales de Colombia durante el siglo XIX, Deas compila en este nuevo volumen 12 ensayos en los que ofrece su visión particular, adquirida en más de 40 años de trabajo académico.

En los siete primeros textos se ocupa de temas militares, económicos y sociales de nuestra historia. Luego incluye tres referidos a Venezuela, en los que analiza las elecciones en ese país a lo largo del siglo XIX (y deja entrever un esbozo de ‘protochavismo’) e intenta hacerle justicia al precursor Francisco de Miranda, más allá de la niebla patriotera de una de las tendencias de la historiografía venezolana.

En otro, uno que parece más bien exótico, compara dos libros: The Oregon Trial, del estadounidense Francis Parkman, quien testimonia el avance de los colonos hacia el oeste norteamericano, y Una incursión a los indios ranqueles, del “peligroso” general argentino Lucio Mansilla, que recuerda que en el sur del continente también el choque de culturas tuvo un desenlace sangriento. Y en el último, tal vez el más conmovedor, cuenta la historia del traslado del cadáver de Jorge Isaacs a su última morada en Medellín, en un episodio pintoresco que pinta a una Colombia en busca de la reconciliación tras los años amargos de la Guerra de los Mil Días.


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