Revista Pijao
‘Me reconocí como gay y sentí que debía escribir’: Pablo Simonetti
‘Me reconocí como gay y sentí que debía escribir’: Pablo Simonetti

Por María Daniel Vargas Nieto   Foto Milton Díaz

El Tiempo  

Por azares del destino y una profunda sensibilidad por la vida, el chileno Pablo Simonetti, gay y activista a favor de las minorías sexuales dejó su carrera como ingeniero civil para dedicarse a la literatura.

Cada página que escribe es una fiel impronta de su personalidad. Él, a sus 55 años y luego de una intensa búsqueda de su identidad, no escribe entre líneas, es directo y pulido. Sabe que con pocas palabras y un selecto lenguaje puede construir un mundo literario muy bien entretejido.

Por eso, “el mimado de mamá”, como él mismo se describe, ha aprendido a hacer de la escritura una fuente inagotable de su creatividad y con su nuevo libro, Desastres naturales, la creación de su perfil de vida.

¿En qué momento comenzó su pasión por la escritura?

La primera conciencia de querer escribir fue en Estados Unidos, cuando estaba estudiando ingeniería económica en Stanford. En ese momento me reconocí como una persona gay. Fue en ese instante cuando decidí que quería escribir; no hubo más encubrimiento porque por primera vez sentí que estaba en el mundo al que pertenecía.

¿Y por qué literatura en lugar de ingeniería?

La realidad es que yo renuncié para dedicarme a escribir. Era un 6 de febrero de 1996. Estaba en mi oficina y sentí la convicción y la tranquilidad necesarias, la serenidad para ir a donde mi jefe y decirle que iba a renunciar para escribir. Era como si en ese momento mi sensibilidad observadora ya no estuviera más encadenada. Pude mirar alrededor y ver a la gente a la cara. Imaginarme que iba a ser escritor me llenó de una alegría imaginativa, diría yo.

¿Cómo nació ‘Desastres naturales’?

Terminé de escribir Jardín, mi novela anterior, y me daba vueltas la idea de un viaje que tuve hace años con mi familia al sur de Chile. Tenía las imágenes vivas, frescas, era casi una Arcadia infantil, un momento de mucha felicidad. Pasa que las imágenes y los momentos de la vida se graban casi siempre asociados a emociones; otras se te graban porque sufres un desgarro, un dolor grande, una decepción con alguien a quien amas. Entonces dije: ‘Bueno, tengo que contarlo’.

¿Qué tanta relación hay entre la obra y su vida?

Todas mis obras tratan del conflicto, de la lucha entre la pertenencia e identidad, y lo más difícil fue escribir toda la parte intermedia del despertar sexual. Además, para hacer lo que hice cuando era un niño de ‘ser lo que se debe ser’, hay que tener una voluntad de toro, y creo que es la misma que ahora puedo usar para escribir. La escritura ha sido mi terapia, una que me ha ayudado a sacar todos estos lastres, la sensación de pecado y la suerte de no ser ‘el hijo que debería ser’ para responder a la norma.

¿Y de ahí el nombre?

Esa fue una decisión basada en la opinión que tienen las familias de la homosexualidad al verla como un desastre natural, aunque simplemente sea algo natural. Creo que para todas las personas de mi época, aceptar su identidad fue particularmente difícil porque era pecado, era enfermedad, era delito y perverso, todos los adjetivos negativos.

¿Entonces qué tanto hay de ficción y realidad en sus textos?

Hay bastante ficción en el libro porque cuando uno empieza a sentirse representado ahí, comienza a decir ‘no, mejor esto no lo cuento’. Hay cosas esenciales que no son ficción, pero sí están presentes, primero, para sentirme libre de contar lo que quería contar y, segundo, por protección de testigos, como digo yo. Así que en el libro creé una línea paralela a la realidad, la fui enriqueciendo de manera que representara completamente los desafíos que tuve que vivir en esa época, pero con un contexto distinto.

En ese sentido, ¿quién es su más grande crítico?

Tengo la fortuna de tener a mi marido; él es pintor, él fue quien hizo la portada y es un hombre que ha leído desde niño. Él tiene la rara libertad de decirme todo lo que piensa, no se guarda nada porque me vaya a herir. Él cree que la manera de mostrarme su amor en esto es mostrarme todos los detalles, las cosas cursis, lo que sobra, los lugares comunes, y eso me lo dice con crudeza.

¿Qué hay de la libertad cuando escribe? ¿Se autoedita?

Soy la persona más libre para escribir. No soy un escritor pudoroso porque creo que un escritor con pudor es como eso que dijo Juan José Millás: ‘Un escritor con pudor es como el tenista al que le han amputado su brazo diestro’; porque para contar algo uno tiene que contar lo que nace de adentro, porque si no, sería algo que no resulta.

¿Qué fue lo primero que pensó al terminar el libro?

Estoy orgulloso del final. No tenía un final definido, hice varios intentos y eran todos malos, y de repente en un momento de inspiración apareció ese. Sí, fue algo inesperado.

¿Cuál cree que es el aporte de su novela a la literatura latinoamericana?

La universalidad de la experiencia de un joven gay, eso es lo que pienso. Me parece que tener un personaje gay en la historia hace que esta sea una novela gay. Yo no le tengo miedo al apellido o la etiqueta.


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