Revista Pijao
Mario Vargas Llosa, escritor francés
Mario Vargas Llosa, escritor francés

Por Marc Bassets   Foto Patrick Imbert

El País (Es)

Tanto como el barrio limeño de Miraflores o el colegio militar Leoncio Prado, el Barrio Latino es uno de los territorios de Mario Vargas Llosa. Aquí aprendió, entre finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, a ser escritor leyendo a Flaubert, y aquí terminó su primera novela, La ciudad y los perros.

En este París legendario, contaría años después, descubrió su identidad latinoamericana. Y asistió a los cursos del filósofo Maurice Merleau-Ponty y del historiador Marcel Bataillon, en las mismas aulas del Collège de France que ayer acogieron una conversación con Antoine Compagnon, profesor de esta institución fundamental para la cultura y la ciencia francesas.

Vargas Llosa es un escritor francés: tras el diálogo de más de una hora era difícil dudarlo. Sí, nació en Perú y posee la nacionalidad española, pero su biografía literaria —la historia de sus lecturas, que desgranó ante los centenares de personas en el anfiteatro Margarita de Navarra— es incomprensible sin las lecturas de los clásicos franceses del siglo XIX y XX.

Compagnon se preguntaba recientemente, en una entrevista con EL PAÍS, si los escritores actuales todavía leían, si conocían sus tradiciones literarias como había ocurrido en generaciones anteriores. No hay duda en el caso de Vargas Llosa, como ya sabía Compagnon antes de empezar la conferencia, y quedó claro al público que el escritor que tenía al lado conocía como pocos a sus clásicos, y a los de los demás.

“Usted es un lector por excelencia”, le dijo Compagnon a Vargas Llosa. “Usted es un Madame Bovary varón”. El Nobel peruano recurrió varias veces a la misma expresión para recordar sus lecturas infantiles y juveniles: “Estado de trance”. De Alejandro Dumas a Julio Verne, pasando por Victor Hugo, Francia educó literariamente al autor de Conversación en la catedral.

Después llegaría Jean-Paul Sartre, apóstol del existencialismo y de la literatura comprometida, el hombre que desde los cafés de Saint Germain des Prés, a cuatro pasos del Collège de Francia, reinaba sobre la vida intelectual parisina —e internacional— de los años cincuenta. “Hasta mediados de los años sesenta, yo creía en él”, dijo el hombre al que sus amigos en Perú apodaban en aquellos tiempos “el sartrecillo valiente” por su devoción al autor de La náusea.

Desencanto

El desencanto llegó cuando Vargas Llosa, colaborador de EL PAÍS, leyó una entrevista en la que Sartre decía que en África la revolución venía primero, y después la literatura. También proclamaba que “ante un niño que muere, La náusea no es suficiente”. “Me sentí traicionado”, dijo Vargas Llosa.

El hombre que le había enseñado que la mejor literatura era que intervenía en la realidad, la que era capaz de transformar el mundo, renegaba de esta idea. “En 1966 le di la razón a [ALBERT] Camus”, contra quien, como buen sartriano, Vargas Llosa se había posicionado en las grandes batallas intelectuales del medio siglo. El alejamiento de Sartre coincidió con el alejamiento de la izquierda revolucionaria.

La otra influencia capital para Vargas Llosa fue Gustave Flaubert y su novela Madame Bovary. “Descubrí que el realismo no era incompatible con la belleza, con la lengua, con la precisión”. Y descubrió que, aunque uno no fuese un genio, podía convertirse en un gran escritor a base de disciplina y trabajo. “Esta lectura”, dijo, “cambió mi vida”. Podría haber añadido: Francia cambió su vida.


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