Revista Pijao
Mario Bellatín regresa al Perú para el Festival de la Palabra
Mario Bellatín regresa al Perú para el Festival de la Palabra

Por Enrique Planas  Foto Alessandro Currarino

El Comercio (Pe)

“Acabó mi período de encierro”, dice. Si alguna vez el escritor peruano-mexicano Mario Bellatin pensaba que nunca más pondría un pie en Lima, algo sucedió tras visitar la Feria Internacional del Libro en agosto pasado. Lo que por años había sido una cancelación tajante, se convirtió entonces en activo interés en participar de la movida local. Aceptar la invitación del Festival de la Palabra en el Centro Cultural PUCP, tan solo dos meses después de su última visita, es la manifestación de esta renovada querencia.

— ¿Cómo resolviste esa mala relación con el país? ¿Por qué renace ese entusiasmo?

Cada cierto tiempo me gusta ir a echar un ojo y ver si las cosas cambian. Es una esperanza, más que una decisión. Y a lo largo de este tiempo, en diversos foros, he advertido que mi trabajo significó algo, no sé bien qué, en la literatura peruana. Me gustaría descubrirlo así como encontrar nuevos interlocutores, pues muchos de los que tenía ya no están más. El encierro me permitió además desprenderme del peso de una serie de verdades oscuras, de recuerdos incómodos, que ahora quiero afrontar de una manera menos intensa. Por lo visto, esta reclusión voluntaria surtió efecto, y también ayudó haber acudido al llamado de Margo Glantz para ser su interlocutor en la feria del libro de hace unos meses.

— ¿Qué tan diferente ves la nueva literatura local con relación a la generación anterior?

No lo sé. Eso es precisamente lo que quiero averiguar, no solo en los libros, sino en relación a los autores con la escritura, qué se piensa de ella, hacia dónde va, en qué lugar poner el cuerpo como autor. En fin, entender un fenómeno, si es que lo hay.

— Sé que en el festival vas a presentar una performance artística...

No es exactamente eso. No sé bien ni siquiera qué significa el término. Es más bien una versión casera en cine de “Salón de belleza”, representada y hecha por adolescentes, mientras yo voy diciendo un texto en tanto se proyectan las imágenes. Ese texto cambia en cada proyección, con el efecto lógico de que nunca existe una presentación igual a otra. Estoy pensando qué texto utilizar en el festival.

Hablando de performances, siempre te interesó disolver las fronteras convencionales entre la escritura y las artes. ¿Qué hay más allá de la palabra? ¿Cómo sacar al escritor de su estereotipo y abrirlo a otras dimensiones en el trabajo?

Creo que en la palabra solo queda la palabra, parafraseando a Vallejo, quien tenía razón al afirmar que no quedaba nada. Puede parecer paradójico, pero el uso de otros elementos –sea una puesta en escena, una cámara de fotos, etc.– es un mecanismo que utilizo para reafirmarme como escritor. Como si dentro del mecanismo habitual de lo que se considera un autor frente a un texto no tuviese la perspectiva suficiente para verme como tal. Soy un escritor; lo demás, llámese de la manera que sea, son simples herramientas de trabajo.

¿En el 2000 fundaste la Escuela Dinámica de Escritores, que justamente buscó animar esos diálogos entre las artes. ¿En qué derivó esa experiencia diez años después?

Nunca quise verla en resultados concretos. En contar el número de egresados que iban publicando. Lo importante era el proceso en sí mismo, aunque debo admitir, ahora que ya pasó el tiempo suficiente, que tengo la satisfacción de comprobar que una serie de autores que actualmente están publicando pasaron por allí. Seguro lo estarían haciendo sin haber ido a la escuela, por supuesto que sí, pero creo que los años que pasaron allí fue un tiempo ganado, especialmente para deshacerse de ciertos mitos que suelen rodear el trabajo literario.

¿Cuáles, por ejemplo?

El respeto a ciertos cánones, tener determinadas experiencias y conocimientos, lograr un lenguaje determinado...

¿Crees que los escritores locales somos conservadores en ese sentido? ¿Hay poco diálogo entre el gremio letrado y otros creadores?

No puedo hablar por el resto, pero buena parte de mi formación tuvo que ver con el diálogo que en el Perú establecí con las artes visuales, el teatro, y el único soplo de universalidad contemporánea que podíamos encontrar en ese entonces: las funciones de cine que se proyectaban en la única cinemateca del mundo que tenía una inmensa columna en medio de la sala [la Filmoteca del Museo de Arte]. El término gremio aplicado a las artes puede ser peligroso, y me parece que esa separación es un fenómeno universal. Basta ver las barbaridades que se dijeron en torno al Nobel para Bob Dylan.

¿Quería preguntarte por “El hombre dinero”, libro cuya escritura fue realizada 100% en un iPhone. ¿Qué supone escribir en un celular?

Curiosamente un regreso a la intimidad que perdimos cuando abandonamos nuestras máquinas de escribir. A mí me sirve ahora como una especie de prótesis, de la que nunca me separo, para escribir en cualquier momento y lugar. Curioso encontrar un aparato, que prácticamente forma parte de ti, que te sirva para realizar un trabajo de esta naturaleza. Lo más cercano a esa sensación la sentí en mis años de ciclista, mi cuerpo formaba parte de mi añorada Peugeot Avoriaz con la que recorría la carretera al sur diariamente. Hay veces en las que debo dejar por un rato el iPhone por lo caliente que se pone, llega un momento en que ya no se sabe quién es quién o qué es qué.

¿A partir de ese proceso, has comentado que la idea de llevar los textos contigo reafirma “cierta idea oriental” de la existencia del hombre y la escritura. ¿Cómo defines esa idea oriental?

Siempre me quedó grabado el texto de Tanikawa Shuntaro, magníficamente traducido por Javier Sologuren, “Un hombre poema extraño”, que hace referencia a un ser desnudo de cuyo cuerpo brota una serie de signos sangrantes que los pobladores van bebiendo a su paso. De alguna manera lo tomé como una variación de la idea del monje occidental, encerrado en su ermita, como el ser que se aparta del mundo para ejercer un oficio, sencillamente porque él es el oficio mismo.

¿Qué me puedes contar de la versión en cine de “Salón de belleza”?

La estoy esperando. El director, Andrea Pallaoro, acaba de estrenar “Hannah”, con Charlotte Rampling, y el siguiente proyecto es “Salón de belleza”. Esos tiempos, los de ese cine, son tan lentos que prefiero no tenerlos presentes hasta que las cosas se lleven a cabo.

Otros invitados internacionales del Festival de la Palabra

Andrea Jeftanovic

Santiago de Chile, 1970

Desde su primera novela “Escenario de guerra” (2000), la escritora y socióloga chilena ha obtenido diversos premios. Es PhD en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Berkeley.

Emiliano Monge

Ciudad de México, 1978

“La superficie más honda” (2017), su más reciente libro de relatos, fue ganador del IX Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska. Es docente de la Autónoma de México.

Federico Falco

Córdoba (Argentina), 1977

Escritor y artista visual, en el 2010 fue seleccionado por la revista “Granta” como uno de los mejores narradores jóvenes en español. Su último libro de relatos es “Un cementerio perfecto” (2016).

Juan Álvarez

Neiva (Colombia), 1978

Es magíster en Creación Literaria por la Universidad de Texas, El Paso, EE.UU., y candidato a doctor en Culturas Latinoamericanas e Ibéricas por la Universidad de Columbia, Nueva York.

Rafael Gumucio

Santiago de Chile, 1970

Polémico e irreverente, se trata de uno de los narradores chilenos más aclamados. Es además guionista y realizador televisivo, así como fundador en 1988 del corrosivo semanario de humor político “The Clinic”.


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