Revista Pijao
Los diarios de Emilio Renzi III. Un día en la vida
Los diarios de Emilio Renzi III. Un día en la vida

Por Nadal Suau

El Cultural (Es)

Se cierra una obra importante, en sentido múltiple: he aquí el último volumen de Los diarios de Emilio Renzi, cuyo título específico es Un día en la vida, pero también el último libro que conoceremos de Ricardo Piglia (Adrogué, 1940-Buenos Aires, 2017), al menos concebido y diseñado por él mismo para su edición; un volumen magistral en sí mismo (y esta vez el adjetivo no parece vano) que además, junto a las dos entregas anteriores, contribuye a vertebrar mejor el conjunto de la obra de su autor; finalmente, este es también un texto que nos facilita la comprensión de la literatura de la segunda mitad del siglo XX en Argentina, en lengua castellana, o sencillamente en Occidente, al mismo tiempo que nos descubre a un Piglia que siente el aliento del siglo XXI en el cogote, y entonces se vuelve y lo encara de frente para hacer algunos de los apuntes más inteligentes que he leído últimamente sobre las condiciones de vida y de producción cultural en nuestros días.

Quizás, de las muchas características admirables de estos diarios, la que más me impresione sea la minuciosa vigencia de sus análisis acerca de las conexiones entre política y cultura, economía y escritura, tecnología y arte, identidad colectiva y estilo individual... A lo largo de estas tres partes de los diarios, el lector ha podido subrayar y anotar cientos de pasajes que, trasladados puntualmente a su Facebook o su Twitter, pasarían sin problema alguno por intervenciones de urgencia en los debates del día; yo lo hice y funcionó, probándose fértiles para el debate. Por eso, no deja de impresionar llegar al final de estas páginas y encontrarse con esos Facebook y Twitter, acompañados de BlackBerry e iMac (nuestro paisaje está hecho de marcas registradas) e inteligencias artificales, convertidos en motivo de reflexión para un Piglia lúcido hasta el final, simultáneamente curioso y de algún modo desapegado, en todo caso siempre un crítico empeñado en entender cómo va a narrarse el mundo y qué lenguaje es el que dará forma al relato. Y es ese mundo que hoy aspiramos a narrar y convertir en lenguaje el que podría encontrar en Un día en la vida su propio epígrafe, la cita-semilla que encabece su propia novela. Estos diarios no son para el lector una renta heredada, sino una interpelación.

Durante los últimos cursos editoriales, hemos dedicado reseña a los dos libros anteriores de los diarios, Años de formación y Los años felices. Pese a ello, recordemos cuál es el juego: previamente en Los diarios de Emilio Renzi, el lector asistió al lento proceso de formación de un escritor, desde sus primeras notas de diario en 1957, siendo prácticamente un adolescente, hasta sus apuntes privados de 1975, cuando ya ha publicado con éxito y su nombre empieza a significar algo en el ecosistema literario argentino.

Este diario que al fin se ha publicado fue durante décadas la gran obra secreta de Piglia, referenciada continuamente por él pero inédita para el lector. Al publicarlo (no sin una tarea de edición y selección importante y explícita), el autor tomó dos decisiones que lo definen muy bien: le dio ese título que atribuye el texto a “Emilio Renzi”, alter ego del propio Piglia y presencia reiterada en su obra de ficción, y pidió incorporarlos a la colección de Narrativas Hispánicas de Anagrama, no a la de ensayo. Un día en la vida, por su parte, se divide en tres secciones: la primera continúa el diario, esta vez entre los años 1976 y 1982. La segunda, que lleva el mismo título que el conjunto, es casi una nouvelle en la que Piglia-Renzi es parcialmente narrado en tercera persona, a partir de las impresiones de otro personaje. La tercera sección, ‘Días sin fecha', incorpora notas escritas en los últimos años de vida del autor, y sobre algunas sobrevuela la muerte de un modo particular, sin patetismos, a veces incluso con ironía (por ejemplo, cuando se cita con una secretaria de Princeton para discutir en cuántas mensualidades dividir su pensión de jubilación, dado que “los catedráticos de literatura suelen morir aquí muy jóvenes (promedio 76 años)”. Las últimas líneas, ya muy descoyuntadas, son las de un hombre postrado, tomado por la idea de enfermedad. La última dice solo: “El genio es la invalidez”.

Es curioso el título de este libro, Un día en la vida. Implica una intensificación de su vivencia del tiempo respecto de los dos anteriores, que en ambos casos incluían la palabra “años”. Es un título que va sugiriéndose en diversas cavilaciones recogidas en el libro, como aquella en la que, a propósito del profeta Isaías, Piglia anota que días y años son dos palabras que en hebreo pueden confundirse fácilmente. Añadamos que el efecto de la escritura diarística es no solo dotar de relato a la vida, sino también comprimirla haciendo que podamos leer los años en horas. Por otra parte, y volvamos a lo que Piglia escribe, la segunda sección del libro le permite “concentrar su energía en un punto”.

Memoria y olvido, tiempo y escritura, son ejes constantes en este libro, hasta el punto de que en él se presta atención a la “tecnología del olvido” que le permiten al espía o al militante borrar de la mente aquello que no querría confesar bajo tortura (o al escritor conjurar la escritura de un modo nuevo, por ejemplo olvidando que muchos años no son un día, pero asumiendo que esa síntesis puede revelar aspectos inéditos de la propia vida).

Al mismo tiempo, el título tiene también algo juguetón: es inevitable, y tiene que ser deliberado, recordar una canción de los Beatles, pero sólo se vincula de modo explícito a una cita de Shakespeare, “For in a minute there are many days”.

No es sorprendente la tensión de dimensiones culturales en un autor que lo mismo da vueltas a Los diarios de Kafka que se mete en el cine a ver Pulp Fiction, por cierto comentada con una inteligencia notable en unas páginas escritas en el año de su estreno, cuando muchos escritores más jóvenes que Piglia (en España, Antonio Muñoz Molina, por ejemplo) malinterpretaron la naturaleza del discurso de Quentin Tarantino.

¿Y bien? ¿Cómo cerrar el seguimiento que hemos hecho desde estas páginas de la publicación de estos diarios? Su lectura va a acompañarnos mucho tiempo, los caminos que se abren son múltiples (permítanme recuperar la palabra del primer párrafo), y las decepciones estupefactas de Piglia con la crítica literaria contemporánea y su papel social son tan contundentes que, tras leerlas, a este pobre reseñista todo lo que pueda añadir le parece, con razón, bastante irrelevante. Podría hacer notar, eso sí, cómo la lectura que Piglia hace del suicidio del profesor universitario Antonio Calvo en 2011, acusado de ofender por escrito a varios de sus alumnos, recuerda notablemente a dos obras maestras de Philip Roth (La mancha humana) y J. M. Coetzee (Desgracia), tanto en su alusión a la tragedia clásica como en la idea de que “la significación de las palabras depende de quién tenga el poder de decidir su sentido”.

Es sólo una pequeña deriva del texto pigliano, y habrá tantas como lectores. ¿Tal vez podría cerrar con una cita del libro, quizás esa según la cual “la familia es una máquina de producir ficción sobre sí misma”? O tal vez con una cita sacada de otro lugar: “In the end, the love you take is equal to the love you make”. Que es, sí, un ripio tonto de los Beatles y un cierre con riesgo de cursilería; pero nada nos impide imaginar que también pueda leerse como un resumen de la economía que sustenta la relación entre un buen lector y el mejor escritor.


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