Revista Pijao
“Los académicos son nuestros reporteros”
“Los académicos son nuestros reporteros”

Por Sara Malagón Llano

Especial para la Revista Arcadia

The Conversation (TC) nació en Melbourne, Australia, en 2011. Sus fundadores, Andrew Jaspan y Jack Rejtman, se sentían desencantados ante la pérdida de credibilidad y relevancia de los medios de comunicación y quisieron crear un modelo que combatiera ese estancamiento combinando dos esferas de la sociedad que generalmente permanecen separadas: el periodismo y la academia. TC es un medio de comunicación independiente, sin ánimo de lucro, que publica artículos escritos exclusivamente por académicos. Recibe financiación de universidades aliadas y ONG, y funciona bajo la licencia Creative Commons. Es decir, sus artículos pueden ser republicados gratuitamente en cualquier medio.

TC tiene seis oficinas (Australia, África, Francia, Estados Unidos, Inglaterra y una redacción internacional), 4,8 millones de usuarios únicos y un alcance de 35 millones de vistas al mes. En Estados Unidos tiene más de 40.000 suscriptores, entre 500.000 y 600.000 usuarios únicos mensuales en su propio sitio web y entre 5 y 6 millones de lecturas al mes mediante republicaciones. La oficina cuenta con 14 personas, encargadas de que 3.400 académicos de 525 universidades escriban en The Conversation U.S. (TCUS).

María Balinska, su directora, llegó al cargo después de trabajar por 18 años en la BBC y de montar su propio proyecto, Latitude News, una plataforma que buscaba contar historias que reflejaran paralelismos entre lo local y lo global a través, sobre todo, de podcasts. TC también busca hacer periodismo local y global al mismo tiempo: tiene como objetivo alcanzar nuevas audiencias con el cubrimiento de todo tipo de historias y un nivel alto de rigurosidad. “Este es el tipo de información que necesitamos hoy, porque hay mucha información superficial circulando”, dice Balinska, quien, en resumen, describe este proyecto como una sala de redacción donde los editores son periodistas y los reporteros son académicos.

TC surgió de la necesidad de darles a los lectores información confiable, mucho antes de que el debate sobre posverdad estuviera sobre la mesa. ¿En qué contexto se planteó la idea de hacer este tipo de periodismo?

Las circunstancias en las que surgió TC en Australia, hace seis años, estuvieron marcadas por un nivel alto de frustración tanto en el mundo académico como en el mundo de los medios de comunicación. En las redacciones estaba en boga el concepto de “explanatory journalism” (periodismo explicativo), había una preocupación por que la gente pudiera especializarse, cosa que hoy es vista como un lujo porque cada vez hay menos dinero, y porque en realidad volverse experto en un tema toma mucho tiempo. Uno de los cofundadores,  Andrew Jaspan, quien en ese entonces era editor de un periódico, sentía que cada vez se invertían menos recursos en ese tipo de periodismo. Se tomó un año sabático en la Universidad de Melbourne y allí encontró académicos que se sentían frustrados porque sus ideas, cuando trascendían, eran distorsionadas. De esas dos frustraciones nació un matrimonio exitoso que combina lo mejor de ambos mundos: la experticia y el conocimiento de los académicos, y las habilidades comunicativas y editoriales de los periodistas. Es una idea sencilla, casi obvia, que condujo a la creación de un modelo poderoso. Las investigaciones de las universidades son relevantes, iluminan aspectos de nuestra cultura y de nuestra historia, pero mucho de ello nunca sale de los campus. Al abrir ese espectro no solo consigues tener un modelo fantástico que en realidad tiene mucho sentido, sino que además enriqueces al periodismo.

TC recibe financiación de fundaciones y universidades. Las sedes nacieron dentro de universidades y algunas de ellas siguen funcionando desde allí. ¿Cómo se mantiene la independencia, que en este caso podría verse afectada no por un conglomerado económico, pero sí por los centros educativos en donde funcionan las redacciones?

Diecinueve universidades son miembros financiadores de TCUS y en total hay 36 universidades aliadas. Sin embargo, trabajamos con académicos de 525 universidades de todo el país. Los autores no tienen que ser profesores de nuestras universidades aliadas, y que lo sean tampoco garantiza que su artículo salga publicado. Cada propuesta es examinada por separado, somos una institución independiente y autónoma. Sin embargo, con las universidades aliadas tenemos una relación cercana. Sabemos de sus investigaciones y ellas están al tanto de nuestra agenda editorial, y reciben información sobre qué tipo de académicos necesitamos. Diariamente hacemos un consejo de redacción, como sucede en los medios tradicionales, y allí decidimos qué historias buscar. De manera que no publicamos solo las propuestas de los académicos. Les proponemos temas precisos para el desarrollo de un artículo y también hacemos talleres con ellos, los entrenamos en este tipo de escritura.

¿Por qué es importante para los investigadores publicar en un medio de comunicación?

Porque al hacerlo están pronunciándose sobre la importancia de hacer que la investigación académica se introduzca en el debate público y sobre el hecho de que el conocimiento es un bien común. Los académicos tienen algo valioso que aportar, y este modelo ha permitido que ese algo gane visibilidad. Una de las grandes sorpresas para los investigadores ha sido no solo que los lean, y que los inviten a ser parte de proyectos y programas por fuera de la universidad, sino recibir un feedback muy interesante de los lectores. Una vez un doctor de la universidad de Florida escribió un artículo sobre cómo la renovación de las células podía verse afectada por una dieta específica. Y uno de los lectores, un agricultor, estaba siguiendo esa exacta dieta que el académico estaba investigando.

Un componente importante del modelo de TC es que funciona bajo la licencia de Creative Commons, que permite que el contenido se republique en otros medios. ¿Por qué funcionar bajo esa lógica?

Porque nuestro principal objetivo es alcanzar la mayor audiencia posible. Hay gente que busca lo que hacemos directamente en la página de TC, o a través de nuestras redes y boletines, pero hay quienes nos consumen a través de los medios que nos republican, y que no solo son nacionales, como The Washington Post. También, y cada vez sucede más, nos republican medios pequeños, muy locales, e incluso en otros idiomas. Creo que eso es lo más emocionante para mí: podemos empezar a alcanzar audiencias con contenido original –porque es propio–, confiable –porque está hecho por expertos– y sobre todo relacionable: la gente se identifica con esos textos, de alguna manera siente que se relacionan con su vida o la iluminan. Por eso no solo permitimos que otros medios republiquen lo que hacemos: lo promovemos activamente. A pesar de que no somos los únicos que funcionamos bajo Creative Commons, creo que es bastante revolucionario porque rompe el modelo tradicional de la exclusividad del contenido. Realmente se trata de compartir la información. Eso implica que los medios que republican nuestros artículos confíen en nosotros, y eso solo depende de la calidad del producto. Si no, no nos republicarían.

¿Por qué cree que los textos escritos por académicos son también historias con las que el público puede relacionarse?

Creo que en la cultura estadounidense los periodistas han perdido credibilidad, de modo que el hecho de que el autor sea un académico –que se dedica a estudiar a profundidad un fenómeno de nuestra sociedad, ya sea desde la literatura o desde la ciencia– le da credibilidad a un texto. Sin embargo, el alcance de sus historias está íntimamente relacionado con el proceso de edición, que consiste en la colaboración constante entre el autor y el editor. En el aspecto comunicativo de esas investigaciones se vuelve crucial la figura del editor. No se trata solo de que los autores manden un artículo y los editores lo reciban y lo editen. Es un proceso competitivo.

¿Cómo es ese proceso?

Primero, el académico manda una propuesta esquemática de lo que quiere hacer, que tiene que ver con su área de experticia. Luego, autor y editor definen juntos el ángulo. Cuando el artículo llega pasa por un proceso riguroso de edición que se centra en la estructura y en cómo hablarle a un lector ordinario. La edición, entonces, se convierte en un proceso de traducción de argumentos complejos a un lenguaje común, accesible. También se revisa la evidencia de lo que se está presentando, una especie de fact checking (verificación de datos). Exigimos que todas las afirmaciones estén soportadas en evidencia, exigimos hipervínculos –que corresponden con los pies de página de los investigadores– que aseguren la exactitud del dato, la fuente, etc. Luego, un segundo editor lo lee, como si fuese el primer lector, y después hay un tercero. De manera que estas historias pasan por muchas instancias. Me gusta comparar el proceso con una rutina de gimnasio para los académicos.

 

TC funciona con un sistema desarrollado en Australia. ¿Podría hablar de esa tecnología?

Con nuestra plataforma el editor y el autor pueden escribir en el artículo al mismo tiempo. El algoritmo cuenta el número de palabras por frase, y el número de frases por párrafo para analizar qué tan fácil es la lectura del artículo. El programa señala la dificultad con colores (rojo, naranja o verde). Cada autor, además, puede rastrear cuánta gente lo ha leído, en qué sitio lo leyó, en qué país, cuántas republicaciones tuvo el texto, y tiene acceso a los comentarios de los lectores. Nosotros les pedimos a los autores que los respondan. Además la plataforma guarda un historial de borradores, para que tanto el autor como el editor puedan volver a versiones anteriores del artículo.

TC es una organización sin ánimo de lucro, independiente, gratuita, no tiene pauta, recibe dinero de universidades y fundaciones: parecería que este modelo representa la solución a todos los problemas que enfrentan los medios tradicionales.

Creo que seguimos buscando una solución definitiva, pero también, para empezar a hacerle frente al problema, es clave encontrar varias fuentes de financiación. En nuestro caso las fundaciones seguirán siendo una de ellas, así como las universidades. Ahora estamos buscando introducir la posibilidad de donaciones individuales, filantrópicas, para proyectos específicos. Sí pienso, en todo caso, que el modelo en general está dirigiéndose hacia allá. Después de la elección de Donald Trump, por ejemplo, se hizo evidente que la gente quiere tener acceso a buena información, y quiere contribuir para que ese tipo de información independiente y confiable exista. Creo que hay una conciencia creciente de la necesidad de tenerla a disposición, y la colaboración es necesaria para ello. Así que en este momento me siento bastante optimista al respecto.

¿En qué se basa el protocolo que sigue TC para reconstruir la confianza en el periodismo?

Consiste en la rigurosidad, en chequear todo con el mayor cuidado, más aún en estos momentos en que el periodismo se ve amenazado por verdades alternativas y noticias falsas. También somos muy cuidadosos en el proceso de selección de los autores. Hacemos explícito quién es la persona detrás de cada artículo y las razones por las cuales escribe sobre los temas que escribe. A la hora de recibir una propuesta, el autor tiene que mostrar la suficiente evidencia de su experticia. Además, le pedimos que nos proporcione información relevante sobre su investigación y sobre aquello que podría comprometer la independencia, como la financiación de un proyecto, si la hay, o sus posibles conexiones con otras organizaciones. Este modelo se basa en la transparencia y la rigurosidad. En las páginas editoriales de los periódicos aparecen piezas de gente experta y aparecen también artículos que se basan en la opinión de su autor. Creo que lo que nosotros hacemos es que, si alguien tiene un argumento fuerte que presentar, tiene que mostrarle claramente al lector por qué está defendiendo ese argumento. Luego el lector podrá sacar sus propias conclusiones.


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