Revista Pijao
Kennedy, la Stasi y el muro de la vergüenza
Kennedy, la Stasi y el muro de la vergüenza

Por Alberto Gordo 

El Cultural (Es)

"No es una solución bonita, pero un muro es muchísimo mejor que una guerra". Esta frase, pronunciada en una reunión por John Fitzgerald Kennedy un día después de la construcción del Muro de Berlín, resume la posición diplomática de Estados Unidos durante aquel verano de 1961, y en parte la que mantuvo durante los años siguientes. La cita, como recuerda Greg Mitchell (Nueva York, 1947) en Los túneles. La historia jamás contada de la huida bajo el Muro de Berlín (Ariel), es más larga, y más reveladora: "Este es el fin de la crisis de Berlín. Al otro lado le ha entrado miedo, no a nosotros. No vamos a hacer nada ahora porque no hay alternativa alguna excepto la guerra. Todo ha terminado, no van a invadir Berlín".

"En realidad Kennedy no apoyó la construcción del muro, sino que lo aceptó porque sentía que era una de las pocas oportunidades que tenía de evitar una guerra en un momento de gran peligro nuclear", explica Mitchell a El Cultural. Y lo cierto es que la construcción de aquella infame frontera en plena capital alemana tuvo un efecto positivo en las relaciones entre EE. UU. y la URSS. "Redujo las tensiones", dice el veterano periodista estadounidense, "aun a costa de herir a los alemanes".

Mitchell saca a la luz el cuestionable papel JFK en los intentos de huida de ciudadanos del Este que siguieron a la construcción del muro. Huidas tantas veces dramáticas. "JFK no hizo lo suficiente por apoyar a los que querían huir ni presionó en absoluto a los soviéticos para que permitieran que más personas cruzaran la frontera", dice. Y de esto, en realidad, se ocupa su libro, cuya adaptación cinematográfica, que será dirigida por Paul Greengrass, el director de la saga de Bourne, ya está en marcha.

Los túneles se ocupa sobre todo de unos hechos concretos, pero que tienen que ver con la política de "stand-off" que JFK mantuvo en aquel momento de la Guerra Fría: la prohibición gubernamental -no oficial, claro- de la cobertura mediática de los intentos de huida por debajo del muro de Berlín. Kennedy se sirvió para ello de la ayuda de Dean Rusk, su secretario de Estado.

En un tiempo en que los desencuentros entre Trump y la prensa copan los titulares de esa misma prensa que se siente atacada, el libro de Mitchell muestra que la relación de JFK con los medios no era, en el fondo, tan distinta. Aunque aquí cabe un matiz, afirma: "Es verdad que JFK odiaba tanto a los medios como la mayoría de los presidentes, aunque no tanto como Nixon y Trump".

Como se cuenta en el libro, JFK tomó medidas sin precedentes que coartaron la libertad de prensa y obstaculizaron el trabajo de los periodistas. Un ejemplo: con el fin de evitar que se informara sobre las huidas, llegó a ordenar que se pinchara el teléfono de un destacado reportero del New York Times.

El libro está lleno de historias de héroes, de víctimas y de verdugos, y de maquinaciones políticas. Está la historia de Harry Seidel, célebre ciclista de Alemania del Este. Huyó a Occidente y poco después sacó de la RDA a su mujer y a su hijo. Desde entonces se dedicó a ayudar a decenas de personas a cruzar a través de los túneles. Su coraje le valió el sobrenombre de draufgänger, el temerario. O la de Piers Anderton, corresponsal de la NBC en Berlín que llegó a colaborar, al menos en una ocasión, en las huidas desde Berlín Este. Él fue quien concertó con los constructores la grabación en exclusiva del túnel de Bernauer Strasse, que se acordó previo pago del equivalente a 150.000 dólares americanos de hoy. Anderton ya había tenido problemas con las autoridades norteamericanas por informar de los ataques a que las tropas de la RDA sometían a los convoyes estadounidenses que llevaban suministros a la Alemania occidental. La Casa Blanca no quería que nada pusiera de relieve su vulnerabilidad en Europa.

También está la triste historia de Peter Fechter, un joven albañil de 18 años al que mataron cuando intentaba escapar a Occidente. Mitchell recrea de manera memorable el modo en que ocurrió. Corría el mes de agosto de 1962 cuando Peter, al que ya habían denegado un permiso para ir a visitar a su hermana a Occidente, intentó salir de la RDA junto a su amigo Helmut Kulbeik. Llegaron hasta el muro. Y cuando los disparos de las Kalashnikov empezaron a sonar sobre su cabeza Fechter se quedó petrificado. Su amigo saltó, pero a él lo alcanzaron varias balas. Se quedó tirado a los pies del muro, gritando de dolor, durante más de una hora y media sin que nadie lo ayudara. La policía americana podía verlo desde las inmediaciones de Checkpoint Charlie. Se harían tristemente famosas las palabras de uno de los soldados estadounidenses del puesto de control: "Eso no es problema nuestro".

El libro es también la historia de ciertos lugares berlineses, como la Heidelberger Strasse, conocida como la "calle de las lágrimas", y que estaba recorrida por algunos de los primeros túneles que se construyeron.

La foto que ilustra el artículo corresponde a los primeros momentos de la construcción del Muro de Berlín 


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