Revista Pijao
Hay libros en los que no para de llover
Hay libros en los que no para de llover

Por John Saldarriaga

El Colombiano

Y como sucede en algunas de ellas, que consiguen tragárselo a uno y tenerlo viviendo en ella sin dejarle apenas voluntad y conciencia para esta vida, la llamada vida real, uno cree que requiere urgente un paraguas, un lugar junto al fuego, un trago o aunque sea un chocolate caliente.

En otras, los autores invocan la lluvia en el título, pero adentro, no aparece o lo hace poco. Es como si la usaran más bien para hablar de un estado de ánimo.

Son numerosos los escritores que recurren a este recurso, pero los que hicieron de él una de sus características principales fueron los románticos, Jorge Isaacs entre ellos: con chaparrón o con un cielo plomizo dibujan el escenario de la tristeza o la melancolía.

Un antecedente

En las obras en que la lluvia es el centro, es decir, como un personaje en torno al cual gira el mundo, nada como el capítulo 7 del Génesis, en el que se narra el Diluvio.

La colosal tormenta representa la furia de Dios. Dios le ordenó a Noé, en pleno verano, que hiciera un arca, una gran nave, porque él haría llover durante 40 días y 40 noches para borrar de la Tierra a casi todos los seres vivos. Casi todos, porque el castigo no fue para los peces ni para los seres que irían en el barco.

“El año seiscientos de la vida de Noé, en el mes segundo, a los diecisiete días, aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas”.

Y hubo zozobra durante este tiempo porque no se trataba de una lluvia fina sino de un aguacero fuerte y, cuando escampó no hallaban sitio donde atracar la embarcación.

Este texto bíblico también hace parte de los relatos de la mitología caldea, recogidos, al parecer, desde el año 1.600 antes de nuestra era.

La lluvia cae en la literatura de todos los tiempos. Y así, contada, acaso es más llevadera que esa que moja nuestra humanidad y anega nuestros caminos.

Contexto de la noticia

Paréntesis

Lluvia oblicua II, de Fernando Pessoa

Ilumínase la iglesia por dentro con la lluvia de este día

Y cada vela que se enciende es más lluvia golpeando en los vidrios...

Me alegra oír la lluvia porque ella es el cuerpo encendido,/ Y los vidrios de la iglesia vistos desde fuera son el sonido de la lluvia oído por dentro...

El esplendor del altar mayor es el yo no poder casi ver los montes/ A través de la lluvia que es oro tan solemne en el mantel del altar...

Suena el canto del coro, latín y viento sacudiendo los vidrios,/ Y se oye rechinar el agua a causa de haber coro...

La misa es un automóvil que pasa


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