Revista Pijao
Fabio Morábito y la poesía especulativa
Fabio Morábito y la poesía especulativa

Por Ángel Castaño Guzmán

Especial para la Revista Arcadia

La Universidad Javeriana acaba de publicar en su sello de poesía No me despiertes si tiembla, una antología de Fabio Morábito, escritor de origen italiano nacido en Alejandría, Egipto. A pesar de que el italiano es su idioma materno, el autor está radicado en México y toda su obra ha sido escrita en español. El trabajo literario de Morábito –descrito con frecuencia por la crítica con la palabra nómada– incluye los géneros de novela, cuento, ensayo y, desde luego, poesía.

A la hora de escoger los textos de la antología de No me despiertes si tiembla tuvo que volver a su obra poética. ¿Cómo le fue en esa experiencia de levantar la corteza de su trabajo lírico? En la posición de lector de su propia obra, ¿qué líneas atraviesan todo su trabajo?

La selección de los poemas la hizo Camilo Velásquez, el autor del prólogo, lo que me ahorró tener que decidir cuáles poemas incluir y cuáles no, lo cual es siempre una decisión difícil. Por otra parte, no he leído la antología y me he limitado a repasar el índice, para saber cómo se armó el conjunto. Me gusta cómo quedó la edición, aunque me habría gustado un tiraje un poco más generoso. Por otra parte no me resulta fácil hablar de “mis líneas de trabajo”. Hay una veta especulativa muy fuerte en mi poesía, aunada a otra más vivencial y a menudo autobiográfica, y en muchos de mis poemas van juntas. Aspiro pues a una poesía que sin perder la inmersión en los hechos concretos de la vida, no se quede en el plan de la anécdota y consiga a partir de una vivencia particular iluminar una zona profunda de nuestra psique.

En un verso habla usted de sacarle alguna música al crujido. Sus poemas suelen hablar de cosas cotidianas –columpios, huellas de anteriores inquilinos, dientes que se caen–. ¿Cómo llegan a usted los temas de los poemas? ¿Cuándo y por qué sabe que una imagen o una frase son la semilla de un poema?

Supongo que es una cosa de instinto saber qué tal imagen o tal frase pueden ser la semilla de un poema. Tengo muchos poemas fallidos que esperan el momento que los retome para encontrar la solución que no he encontrado todavía. Si no los he tirado a la basura es porque siento que en cada uno late un poema posible. En cambio, hay muchos otros de los cuales me he liberado sin remordimiento, sabiendo que ahí no hay nada y que sólo me hicieron perder tiempo. Por ejemplo, ahora me persigue la imagen de una mujer joven que acompaña a su pareja, que es un buceador, a bucear en compañía de sus amigos. Ella no sabe nadar, así que se queda esperando a los chicos en la lancha, mientras ellos nadan en la profundidad. Su soledad en la lancha, su aburrimiento, el sol que pega fuerte, mientras abajo los hombres bucean, me dice que hay ahí un buen poema posible, pero no sabría explicar las razones.

¿Cuál es su trabajo con las palabras? ¿Hace muchos borradores de los poemas? ¿Cuándo sabe que encontró las palabras adecuadas? ¿Ha cambiado en algo su método desde Lotes baldíos a Delante de un prado una vaca?

No tengo ningún método, sencillamente me pongo a escribir. Corrijo mucho, prácticamente desde el segundo verso estoy corrigiendo. Sólo una vez me salió un poema de una sola sentada; por lo general puedo tardarme semanas y hasta meses para dar por terminado un poema. Lo pulo en todos sus detalles, luego lo muestro a otras personas y a menudo, por lo que esas personas me dicen, caigo en la cuenta de que no era tan bueno como creía. Vuelvo pues sobre él, cambio cosas, me desespero, escribo o corrijo otro, regreso al anterior, y así. Escribir varios poemas a la vez me ayuda para desintoxicarme de cada uno y volver a verlo en su peso específico. Un amigo mío tiene un método curioso. Cuando se siente perdido en un poema, incapaz ya de comprender por dónde va la cosa, se masturba, o mejor dicho, empieza a masturbarse. Según él, la excitación sexual trae unos momentos de lucidez que lo han ayudado a saber qué le falta o qué le sobra al poema que está escribiendo. Seguí su método un par de veces y no resultó, pero lo menciono porque al parecer a él le funciona muy bien y quizá a alguien que lea esta entrevista le puede ser útil (risas).

Su trabajo ha recibido buenos comentarios de parte de los poetas colombianos. ¿Cuál ha sido su relación con la lírica colombiana? ¿Qué obras de aquí lo conmueven como lector?

La poesía colombiana me gusta mucho. Si me dieran a escoger una antología de alguna poesía latinoamericana para llevármela a la isla desierta escogería la colombiana. Hay en concreto dos antologías que me gustan mucho, la que hizo Ramón Cote para Visor sobre la poesía colombiana del siglo XX y la que hicieron Juan Felipe Robledo y Catalina González, que se llama Cien poemas colombianos. Dos libros que he leído y releído.

Para cerrar, ¿cuál es el poema que le sirve como amuleto? ¿A qué poeta suele volver con frecuencia?

No tengo ningún poema amuleto, si se refiere usted a los míos, al menos. En cuanto a los de otros, si tuviera que quedarme con un poema, dudaría entre “La casa de los aduaneros”, de Montale, y “Nocturno de la estatua” de Villaurutia. Y para responder a la segunda parte de su pregunta, son precisamente Montale y Villaurutia los poetas a quienes releo con más frecuencia.


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