Revista Pijao
¿Es imposible tener una librería en Colombia?
¿Es imposible tener una librería en Colombia?

Por Camila Builes

El Espectador

Que cierre una librería independiente significa la desaparición de un centro cultural. Muchas veces, años de tradición editorial se van por la borda cuando la cuestión comercial domina cualquier tipo de movimiento formativo que la librería haya creado en el lugar en el que esté. Que desaparezca una librería independiente es un golpe en la cara de los lectores y una voz de alarma para libreros y editores.

Sin embargo, que las pequeñas librerías cierren no es un fenómeno nuevo ni exclusivo de Colombia. A finales de los años 70, muchas desaparecieron en las grandes ciudades de Estados Unidos. Lo mismo ocurrió en ciudades de Francia, España y Alemania, países con una importante tradición lectora. El lugar de las grandes librerías lo ocuparon las grandes cadenas. La razón, según Jason Epstein (editor del New York Review of Books, creador de los libros de bolsillo y la Book Expresso Machine) era que la relación alquiler-stock no se correspondía: los altos costos de arriendo e impuestos en las grandes ciudades hace inviable un producto de poca rotación como el libro.

Ese fue el caso de La Madriguera del Conejo, uno de los centros culturales más importantes de Bogotá, que cerró sus puertas porque no le alcanzó la plata. “Nunca pudimos llegar al punto de equilibrio para poder solventar los gastos que requería funcionar ahí donde estábamos”, cuenta David Roa, uno de los dueños de la librería. La madriguera abrió sus puertas el 6 de julio de 2011 en  la carrera 11 con calle 85. El sitio, ubicado en una de las partes más convulsas de Bogotá, se convirtió rápidamente en un centro literario donde además de vender todo tipo de libros, se hacían presentaciones de autores, de nuevas obras y servía como escenario para la discusión entorno a temas académicos y literarios.

Según Roa, otro de los factores determinantes para ponerle fin al proyecto que nació hace seis años es la poca ayuda estatal a las librerías.

Según la política de lectura y bibliotecas, creada en 2005, el Estado está en la obligación de “ocuparse de promover la bibliodiversidad y la ampliación de los canales de circulación del libro. Esto significa crear políticas de estímulo a la producción de materiales diversos, así como al desarrollo de canales de circulación para estos materiales (bibliotecas públicas, librerías, ferias del libro). Es necesario fortalecer los espacios de concertación entre el gobierno y los diferentes actores con el fin de articular los distintos intereses y sectores”.

A pesar de eso, las librerías están en el puesto 17 de la lista de 18 actores imprescindibles para desarrollar dicha política. “Hay algunos países donde hay una política pública muy clara, muy enfocada en la protección de las librerías, y eso ha logrado que continúen existiendo. También hay un reconocimiento de su importancia en el discurso estatal. No hay suficientes estímulos desde el sector público a la librería, no hay una política para fomentar la compra en ellas”, argumenta Roa.

Ninguna librería está integrada en políticas estatales como “Leer es volar” o “Leer es mi cuento”, que son los programas bandera del Ministerio de Cultura.

La desaparición de las librerías es un asunto peligroso: pierden los lectores y las mismas editoriales. Según Robert Max Steenkist, coordinador de la Red de Librerías del Cerlalc, el cuello de botella está en que “mientras las editoriales funcionan como negocios, con puntos de equilibrio y con el objetivo de generar unas ganancias, la venta de libros está regida por otros principios. La razón social de las editoriales es distinta a la de las librerías, cuya función es llegar a un nicho de lectores ofreciéndoles una diversidad de opciones y de títulos”.

Ahí entran las ferias de libros. Según Yolanda Aúza, dueña de la librería Wilborada, “todas las políticas de venta de libros se centran en grandes eventos y eso crea compradores de una vez al año. Las ferias son importantes por las novedades y el flujo de personas, pero lo que deberían hacer estas ferias es dirigir al público para que compren en las librerías. A nosotros nos afecta mucho el tema del descuento: que la gente entienda el libro como un objeto que sólo se compra cuando tiene algún tipo de rebaja”.

“El lector que se crea en una librería es muy diferente al lector que hay en una feria. La relación que se entabla es distinta en todos sus niveles. El librero de una librería va a querer tener ese lector a largo plazo, mientras que en una feria es una relación muy efímera, muy coyuntural. Creemos que el lector que se forma en las librerías es mucho más saludable para el sector editorial”, concluye Roa.

Aunque muchas librerías pequeñas están cerrando en otros países, algunas pueden sobrevivir, porque el mercado del libro allí es mayor. Mientras en Argentina hay unas 1.700 librerías y en México 1.900, en Colombia, según el directorio del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina, el Caribe, España y Portugal, hay 355. En promedio, un colombiano compra alrededor de seis libros al año (incluidos textos escolares) y lee menos: 1,6 libros. Y si Colombia se está peleando con Argentina el cuarto puesto en producción de libros de la región se debe a que desde hace unos años imprimir en Colombia es muy barato. No porque haya una gran demanda.

“Si desapareciera la librería como el actor fundamental que es, habría un empobrecimiento de la lectura. Implicaría tener un lector más coyuntural que reflexivo. Ojalá que la muerte de La Madriguera del Conejo motive a plantear la imposibilidad de tener una librería en el país”, dice David Roa.


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