Revista Pijao
En nombre de Dios: 500 años de Martín Lutero en un libro
En nombre de Dios: 500 años de Martín Lutero en un libro

Por Mauricio Sáenz

Revista Arcadia

No es posible saber hasta qué punto Martín Lutero imaginaba la trascendencia de lo que hacía cuando clavó sus 95 tesis en las puertas de la iglesia de Wittenberg, como dice la tradición, hace exactamente 500 años. El episodio está envuelto en bruma. Como cuenta la historiadora británica Lyndal Roper en Martín Lutero: renegado y profeta, no eran 95 sino 87, y tal vez nunca las clavó sino que las pegó con cola. Y de pronto ni siquiera estuvo por allí, y más bien las envió por carta a sus destinatarios, el arzobispo de Maguncia y el obispo de Brandeburgo.

Pero las consecuencias no dejan dudas. El monje agustino se quejaba en su escrito de la venalidad de la Iglesia de Roma, y sobre todo de su costumbre de vender las indulgencias para acortar la permanencia de las almas en el purgatorio. No era una queja muy original, pero Lutero usó con maestría el todavía novedoso recurso de la imprenta para convertirla en una revolución. Difundidas rápidamente, sus ideas tomaron vuelo y lo que siguió dividió para siempre a la cristiandad, desangró a Europa en las guerras de religión durante dos siglos y dejó consecuencias que se sienten hasta el día de hoy.

Esta biografía no es propiamente iconoclasta, pero al menos aborda a Lutero en todas sus dimensiones, incluidas las poco presentables. Y de sus páginas emerge un personaje enorme, inteligente y decidido, pero al mismo tiempo un fanático autoritario, enceguecido por los odios, incapaz de entender un punto de vista contrario, dado a demonizar a sus adversarios y a insultarlos del modo más escatológico, dominado por un antisemitismo aterrador.

Lutero no estaba destinado a ser Lutero. Su autoritario padre quería que estudiara Derecho, pero él decidió meterse de monje y ese conflicto lo marcaría para siempre. Tanto, que algunos historiadores, como Roper, asumen el riesgo de resultar reduccionistas para interpretar ese como el germen de su rechazo a las jerarquías y a la autoridad, que luego enfocaría en el papa de Roma como el enemigo máximo y definitivo.

Sin embargo, no es posible separar en Lutero su dimensión religiosa de la política. Sus actos de rebeldía contra el papado, justificados por razones supuestamente teológicas, tenían consecuencias de orden muy terrenal. Lutero veía en los católicos una secta supranacional incompatible con el desarrollo de la nacionalidad alemana, y esa animadversión sirvió para unir a los germanos contra el papado. Y mientras era intransigente en sus polémicas doctrinales, era un obsecuente servidor de los príncipes alemanes, a tal punto que en 1522 modificó un cambio evangélico para no ofender al elector de Sajonia, Federico el Sabio. De modo que sigue abierta la pregunta de si sus tesis eran meros pretextos para desencadenar hechos políticos.

En efecto, hoy está claro que la campaña de Lutero por “restaurar” la cristiandad bíblica dio lugar a una batalla por la tierra y por la soberanía. Los príncipes alemanes veían en su reforma una oportunidad para cuestionar no solo el poder del papa, sino el de Carlos V, cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico. De ahí que la inmensa mayoría de los Estados imperiales no tardara en adoptar las tesis de Lutero.

Lutero pasó a la historia como un enemigo de la autoridad opresiva, pero él mismo era un personaje autoritario y violento. Cuando estalló la Guerra de los Campesinos, algunos opinaron que era una consecuencia de las ideas libertarias del exmonje, pero este no tardó en negarlo. Y publicó un infame folleto en el que alienta el exterminio de los sublevados: “Deben ser aniquilados como perros rabiosos”, escribía. Murieron 100.000 en una semana.

No menos virulento era su odio contra los judíos, y sus escritos al respecto no desmerecerían los del Tercer Reich. De modo que no es difícil interpretar su presencia como una prefiguración del fenómeno nazi tres siglos antes de Adolf Hitler. Nunca un fundador de religiones había tenido facetas tan oscuras.


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