Revista Pijao
Carlos Zanón: “La novela negra es Galdós con dos hostias”
Carlos Zanón: “La novela negra es Galdós con dos hostias”

Por Javier Rodríguez Marcos

El País (Es)

Mientras se hace las fotos en la parada, los conductores preguntan a Carlos Zanón (Barcelona, 1966) cuándo sale la novela y cómo se titula. “Sale el 5 de octubre y se titulaTaxi, fácil”, responde el escritor, que conoce el oficio: su abuelo y su padre fueron taxistas y él terminó heredando algunos de los automóviles que se quedaban viejos: “Les pintábamos de negro el amarillo de las puertas y ya. Tuvimos un Supermirafiori que, pintado, parecía un coche fúnebre, así es que mi padre le puso dos tiras blancas. ¡Parecía el de Starsky y Hutch en gótico!” Ya en la cafetería de la librería La Central –y preguntado por el inevitable 1-O: “la solución sería un referéndum pactado con unas condiciones de mínima participación”-, Zanón dice, irónico, que su próxima novela se llamará Limusina porque con esta todo el mundo quiere que haga la promoción en un taxi. “Yo me lo he buscado, pero tampoco quería llevar la novela en exclusiva hacia ese mundo”.

PREGUNTA. ¿Hacia dónde quería llevarla?

REPUESTA. No quería hacer la novela de un taxista ni de su día a día. El mío es un taxista extraño. Me gustaba esa figura porque es alguien que cada día va a trabajar sin saber adónde, que depende del azar, igual le da un sitio que otro. Esa idea me parecía potente. De niño piensas qué guay, pero mi padre siempre me contaba lo duro que era estar 10 o 12 horas así, y el insomnio si hacías según qué turno... Además, quería hacer una novela que recorriera toda la ciudad, que no se limitase a determinados ambientes sino que pudiera ir a la zona alta y a la zona baja, conocer códigos y personajes distintos. Eso me llevo al taxi, no la tradición familiar.

P. ¿Es un mundo tan conservador como dice el tópico?

R. Lo da el trabajo. La máquina, la soledad y el tráfico se los van comiendo un poco. Prueba a conducir toda una mañana por la ciudad. Terminas de los nervios, odiando a la gente. Ellos saben cómo lo arreglarían todo: la circulación, el país, la inmigración, el cambio climático... Eso es Robert de Niro en Taxi driver, un ángel exterminador. Pero mi personaje no es un taxista sino alguien que termina "haciendo el taxi".

P. Un taxista ilustrado que lee a Lina Meruane. Apostó fuerte.

R. Sí, era consciente. Es una convención que tenía que aceptar el lector. Aunque a veces coges un taxi y tiene puesta ópera. El mío es un alienígena en ese mundo. No podía ser mujeriego y vulnerable sin algo que lo hiciera atractivo. Y ya puestos, en vez de hacerle leer a Ken Follett, que lea a Lina Meruane.

P. Se maneja igual con el lumpen que con la burguesía.

R. Barcelona es muy clasista pero disimula. La gente que tiene dinero viste como si no lo tuviera. La ostentación es de mal gusto, lo cual me parece bien. Pero cuando rascas, las clases existen y tú llegas hasta donde llegas.

P. Lo que sí es mestizo es la lengua: un castellano catalanizado.

R. Los personajes tienen que resultar verosímiles para que te los creas. Y así habla la gente aquí. Da mucha libertad no tener a Cervantes subido a la espalda. También es una reivindicación: si yo fuera una autor peruano dirían que enriquezco el castellano con los giros propios de mi país, pero como vivo en Barcelona me tienen que corregir. Como si fuera un zurdo hace 70 años. Es una manera de dar vitalidad al idioma.

P. La suya debe de ser la novela que más barrios recorre en una ciudad en la que siempre se bromea con escribir “la gran novela sobre Barcelona”. ¿Por qué?

R. Tal vez porque es una ciudad que nunca ha tenido poder, nunca ha habido corte. Es una ciudad de derrotas, de perdedores y eso genera literatura... Tiene dos lenguas, dos culturas pero muy mezcladas, muy libres. Nos gusta recrearla, inventarla. Cualquier cosa que expliques sobre Barcelona es como cualquier cosa que expliques sobre Elvis: puede ser.

P. ¿Cuáles son sus novelas favoritas sobre Barcelona?

R. El día del Watusi, de Francisco Casavella; Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé; La felicitat, de Lluís-Anton Baulenas... De la ciudad última, Rayos, de Miqui Otero, que da una imagen distinta de lo que es Barcelona ahora.

P. ¿Y la gran canción sobre Barcelona?

R. Cádillac solitario, de Loquillo, que es como Últimas tardes con Teresa cambiando moto por  coche y una montaña por otra. También Qualsevol nit pot sortir el sol, de Jaume Sisa. Entre la dos te haces una idea de lo que es Barcelona. La de Sisa tiene ese punto surreal en el que la ciudad es de todos. La de Sabino [Méndez] y Loquillo te recuerda que las clases sociales existen.

P. Usted ha escrito novelas, poemas, crítica literaria y canciones. ¿Qué es más difícil?

R. Dar una conferencia. No, lo más frustrante son las letras de las canciones. Tienes poco espacio y hay que jugar con lugares comunes para que se te entienda. Hay que coger al que escucha por las solapas. Es una épica en 2 minutos 30 segundos.

P. Los capítulos de Taxi se titulan como canciones de los Clash. ¿Un guiño para iniciados?

R. Cuando escribo tengo que oír la novela. Y esta me sonaba a los Clash. Me gusta sembrar los libros de pistas que no distraigan pero que sirvan para descubrir mundos. A mí me gusta descubrir cosa que no conozco. Tenemos tanta información y nos fijamos tan poco que es una manera de decir “venga, fíjate en esto”. Escribir es estar obsesionado. Sin obsesión no hay buena literatura. Yo leí a Nabokov no porque mis padres tuvieran grandes novelas rusas sino porque salían en una canción de Police [Don’t Stand so Close to Me].

P. El rock ya es alta cultura. Bob Dylan es Nobel de literatura…

R. La música es para nosotros como el cine para generaciones anteriores. Parte de nuestra educación sentimental. No hay ningún escritor ahora cuya formación se base solo en la literatura. Pero no creo que la música popular tenga que ponerse chaqué para ser aceptada. Es como estos cantantes con ínfulas que sacan un disco con la Filarmónica de Boston, ¡pero si son cuatro acordes y esa es la gracia! ¿Qué le vas a decir que toque al señor del oboe?

P. Su próximo trabajo es escribir la nueva novela de Carvalho, que habla más de comida que de música.

R. Sí, dice que solo tiene un disco –Penny Lane-, y que le tocó en una tómbola. Es un reto, porque no lo voy a hacer fan de Nick Cave. No será un melómano. Saldrá a finales del año que viene y ya estoy escribiendo. Me lo tomo como tocar una versión de una canción que te gusta. Respeto unas cosas y otras, no.

P. ¿No pensó en que podía distorsionar su propia carrera?

R. Lo pensé luego. Estaba claro que llegaba en un mal momento, pero yo no soy analítico, soy intuitivo. Y puse como condición sacar primero Taxi. Era un reto, divertido. Una salida de tono. Todos me decían: no lo hagas, no lo hagas. Pues allá voy.

P. ¿Conoció a Vázquez Montalbán?

R. Cuando saqué mi primer libro en 1989, uno de poemas, le pedí que me lo presentara. No podía, pero quedamos en un bar y fue muy amable. Yo no sabía ni que era poeta.

P. Usted tardó en pasar de la poesía a la novela, ¿le costó?

R. Siempre escribí novela. La primera, con 24 años. Luego otra y otra, pero nadie las quería. Tardé 20 años. Yo tenía claro que lo iba a conseguir, pero ¡20 años! Era como para dudar.

P. Mientras se ganaba la vida como abogado. ¿Por qué eligió el Derecho?

R. Me daba igual una cosa que otra porque iba a ser escritor. De hecho, estaba prematriculado en periodismo pero me fui a Derecho porque conocí a una chicha. Pensé: total, esto me va a durar dos años porque voy a sacar un libro de poemas y voy a ser Lord Byron.

P. Un escritor aprende algo en el turno de oficio.

R. A mí me sirvió sobre todo para conectar con una realidad que no era la mía. Mi familia es humilde pero nada lumpen. Allí conectas con gente que vive un presente absolutamente inmediato. El hoy es lo único que existe. Lo que más me intrigó son los lazos que se crean en ese mundo. Tú no sacas la basura dos días y te meten una bulla... Allí te encuentras con un tipo que ha robado y matado y su familia lo adora. Tú vives amortiguado: nada te hace mucho daño, ni te duele ni te entusiasma. Trate de trasladar esa fascinación por la vida real, por las cosas que duelen, por vivir sin orfidales.

P. ¿Eso le llevó a la novela negra?

R. Taxi no es una novela negra pero algunos dirán que lo es. Cuando la terminé no quise que saliera en una colección negra. Bien, pero lo siguiente es aceptar el Carvalho y lo siguiente, dirigir BCNegra. ¡Qué bien lo estás haciendo! (aplaude). En el fondo no me importa mucho cómo me consideren. Una etiqueta es una manera de que la gente sepa dónde buscarte en una librería. Lo negro está en la mirada. Mi referente de novela negra es El cartero siempre llama dos veces, no El sueño eterno. Ese territorio de los deseos, de la tentación de no hacerlo y hacerlo aunque te busques la ruina…

P. ¿Cómo explica el boom de la novela negra?

R. Por varios motivos. Uno es Stieg Larsson, que no es un gran escritor pero le da una patada al género y lo lleva al siglo XXI. Se acabaron las gabardinas y los sombreros. Otro motivo es que la hacen artesanos que se dedican a contar una historia pensando en el lector. No es un ejercicio onanista. Otro es que la novela negra es el costumbrismo de siempre, es Galdós con un par de hostias. Otro es que tenemos muy asimilada la violencia a través de la tele, es parte de nuestro lenguaje. Y, finalmente, que hay un circuito, como lo hay de fans de Star Trek. Con ese circuito la gente se puede ganar la vida y escribir mejor, aunque hay mucho clon y mucha tontería, pero como en otros géneros.

P. ¿Y eso de que es el mejor retrato en tiempos de crisis?

R. Eso es una chorrada. Los novelistas no están apuntados a la CNT y el lector suele ser alguien conservador que quiere llegar a su casa, tumbarse en el sofá y leer cómo descuartizan a otro. Es la excusa política de los que creen que los escritores tienen que ser de izquierdas. Hay cada facha y machista escribiendo novela negra...

Taxi. Carlos Zanón. Salamandra, 2017. 372 páginas. 20 euros. Se publica el 5 de octubre.


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