Revista Pijao
Carlos Granés: 'La fama le ganó terreno al intelecto'
Carlos Granés: 'La fama le ganó terreno al intelecto'

Por Dulce María Ramos

El Universal (Ve)

Carlos Granés es un antropólogo y ensayista colombiano. En el año 2011 recibió el Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco por su obra El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales. Hasta abril de este año formó parte de la Cátedra Mario Vargas Llosa. Cinco años que le permitieron adquirir una amplia experiencia en el campo de la gestión cultural.

En la actualidad escribe una columna para el diario El Espectador, una bitácora de apuntes que a futuro le servirán para analizar la cultura en las primeras décadas del nuevo milenio. Además, inició un nuevo proyecto literario donde estudiará los vínculos entre la cultura, el pensamiento y la política en América Latina durante el siglo XX.

Granés también se ha destacado por ser un gran conocedor de la obra de Vargas Llosa, su tesis doctoral de Antropología Social en la Universidad Complutense de Madrid estuvo dedicada al Premio Nobel.

-En la actualidad, el ensayo no es un género muy buscado por los lectores.

-En efecto, es un género poco frecuentado por los lectores. Durante la primera mitad del siglo XX, Latinoamérica fue productora de poetas y ensayistas. Su importancia fue hasta Octavio Paz, de ahí en adelante con la llegada de los grandes narradores latinoamericanos, empezando con Borges, Carpentier, Rulfo, el protagonismo lo tomaron los novelistas y los ensayistas pasaron a un segundo plano. No siempre se necesita la presencia de los tres géneros, pero en momentos de crisis la voz de los ensayistas es importante porque están analizando las ideas, los valores y las actitudes de una sociedad.

-Con el tiempo se confirman las teorías expuestas por Vargas Llosa en La civilización del espectáculo: Estados Unidos tiene un presidente que fue estrella de un reality show o en los próximos días en la Fiesta del Libro de Cúcuta el escritor Fernando Vallejo encabezará el evento junto a la actriz porno Alejandra Omaña.

-A partir de los años sesenta, lo bueno o lo que tenía cualidades sólidas y serías empezó a ser reemplazado por aquello que tiene fama, por aquello que es célebre, que es conocido. La fama le ganó terreno al intelecto. Finalmente, lo que importa no es qué tanto sabes sobre una temática o qué tan sólida es tu opinión sobre una problemática, sino qué tantos seguidores tienes, qué tan conocido eres. Por eso los escritores, que son personas más retraídas y aisladas de los grandes escenarios, se han visto muy perjudicados por este cambio de lógica; en cambio los actores, las actrices porno, los escandalosos, los bufones de televisión se mueven como peces en el agua.

"El intelectual -prosigue- ha perdido mucho terreno, un terreno que le pertenecía, y han entrado en el debate público voces que no se consideraban autorizadas, pero debido a su popularidad empiezan a ser solicitadas por medios serios porque arrastran audiencia, generan tráfico… Vivimos bajo la tiranía del like".

-Tocando el tema del like, ¿qué opinión le merece la iniciativa La Pulla de El Espectador, que analiza noticias a través del formato youtuber?

-La Pulla combina dos elementos, por un lado, hace investigaciones periodísticas bastante serias y por el otro, intenta tener un formato juvenil, dinámico, muy de youtubers, además de ser crítico y humorístico. A veces me gusta, a veces no. Claro, yo tengo 42 años y ese lenguaje no me entusiasma tanto. Supongo que a los más jóvenes sí, que están más familiarizados con este tipo de productos. Si está llevando una información a los jóvenes es positivo, pero no sé si los jóvenes en efecto están visitando eso más que el contenido del diario, habría que verlo con estadísticas. Sé que es muy compartido en las redes sociales y tiene muchas visualizaciones pero habría que investigar quién lo visualiza: si son los jóvenes o son los viejos que se han vuelto vagos y tampoco leen periódicos y se conforman con el formato del youtuber.

-Esta generación y los avances tecnológicos parecieran querer borrar toda evidencia del pasado.

-Es difícil saberlo. Justamente ahora estoy leyendo sobre la vanguardia brasileña, eran jóvenes muy impresionados por las nuevas tecnologías del momento: el teléfono que llegaba a Sao Paulo, los postes de luz, la velocidad del tranvía; su meta o su proyecto era ser totalmente actuales y mostrar cierto desdén por el pasado y la memoria. Pero a pesar de esa apuesta por lo actual, el pasado no desapareció del todo. En la actualidad estamos viviendo un cambio tecnológico similar. Juan Villoro publicó un artículo donde decía que éramos "primitivos de una nueva era"; por los momentos estamos deslumbrados, aterrados o perplejos. Yo estoy en el punto intermedio: la perplejidad. No sé si esto nos volverá más brutos o nos hará más cosmopolitas o globales. Aún no tenemos la suficiente distancia para evaluar qué está pasando con nosotros, con nuestros hábitos intelectuales, con nuestro consumo cultural, con la manera en que vemos el pasado.

-¿Cómo observa el papel del crítico hoy?

-Todavía existen grandes críticos, al menos en la literatura. Claro, su lugar en los campos culturales ha perdido importancia. Antes el crítico era una institución, una persona muy visible, muy influyente y respetada. Quienes más han sufrido el ascenso de las celebridades son los críticos, sencillamente porque no suelen tener un carácter muy proclive a la algarabía mediática y han pasado a la sombra. Yo los sigo leyendo, los sigo rescatando, pero la tienen complicada en estos momentos.

-¿Cuál fue el balance de su paso por la cátedra Mario Vargas Llosa?

-Fue muy satisfactorio, en gran medida por la gente que pude conocer organizando eventos culturales en varias ciudades del mundo. También fue satisfactorio realizar proyectos ambiciosos desde la promoción cultural y el intercambio entre América Latina y Europa. Es un ciclo que tenía que cerrarse en algún momento porque lo mío es escribir, ya era hora de volver al escritorio.

-¿Y el futuro de la Bienal de Novela?

-Es difícil de predecir. En las dos ediciones en las que participé, logramos atraer el mayor número de escritores y novelas, intentamos leerlas con la mayor rigurosidad, intentamos premiar a la mejor con un sistema bastante limpio con cinco jueces intachables que no se conocían entre sí, desde su casa votaban y después se reunían en Lima, el mismo día de la premiación para fallar al ganador, lo cual hacía imposible cualquier tipo de filtraciones. Mantener ese tipo de iniciativas es difícil porque conseguir recursos económicos es cada vez más complicado. Lo que yo percibí como gestor cultural es que ya las grandes empresas no ven en el simple hecho de apoyar la cultura una ganancia, esperan algún beneficio económico, y sabemos que la cultura no suele generar dividendos económicos, al menos no la literatura.

-Entre lo mucho o poco que pudo compartir con Vargas Llosa, ¿cómo fue su experiencia con el escritor más importante de habla hispana, con todo y sus contradicciones?

-Muy positiva y muy fácil, nos conocemos desde hace mucho tiempo. Lo he entrevistado públicamente unas ocho veces o quizás más, con la Cátedra organizaba un curso de verano que ofrece la Complutense en El Escorial, era sobre muchos temas, en todos él participó y lo hizo encantado. Fue una oportunidad para que los jóvenes lo escucharan hablar de personajes que él conoció de primera mano. Una vez Vargas Llosa tuvo un diálogo con Aurora Bernárdez, viuda de Cortázar, fue una maravilla, eran ellos dos recordando a Cortázar, el París de los años cincuenta, el boom… He aprendido a conocer a Vargas Llosa, sé perfectamente cómo elabora sus ideas, cuándo acaba sus respuestas, qué tipo de preguntas le incomodan o le animan...


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