Revista Pijao
Balthus, arte, acoso y censura
Balthus, arte, acoso y censura

Por Revista Arcadia

A la fecha del 5 de diciembre de este año, más de 9.000 personas habían firmado una petición dirigida al prestigioso Metropolitan Museum of Art de Nueva York, exigiendo que retiraran de una de sus salas la pintura Thérèse rêvant (Teresa soñando) de 1938 de Balthus.

Los firmantes alegan que es una imagen perturbadora, sexualizada e inapropiada, al retratar una joven de 12 o 13 años en una pose sugerente que hace visible su ropa interior. La creadora de la petición, Mia Merrill, una neoyorquina de 30 años, explica que “dado el clima actual en cuanto al acoso sexual, el museo está romantizando el voyeurismo y la cosificación sexual de los niños”. Merill está haciendo referencia a la ola mundial de denuncias de acoso y abuso sexual en ámbitos personales o profesionales reunidas con el lema #YoTambién o #MeToo que se dio este año. “Solo le estoy pidiendo al Met una curaduría más cuidadosa del arte sobre sus paredes y que entiendan que insinúa este cuadro. En últimas es muy poco pedir considerando lo expansiva que es su colección de arte, lo abiertamente sexual que es el cuadro y los titulares de actualidad que resaltan un tema macro en relación a la salud y la seguridad de las mujeres” resumió Merrill en una declaración que le dio al New York Post.

El museo no estuvo de acuerdo con los argumentos destacados en la petición y no retiró la pintura. Aún así, no es la primera vez que se ha cuestionado el arte de Balthus. The Paris Review recuerda que cuando le preguntaron porque posaba a jovencitas de manera tan provocativa, respondió “Así es cómo se sientan”. Y, en 2013, el Met le dedicó una exposición titulada Balthus: Cats and Girls – Paintings and Provocations  (Balthus: gatos y niñas - pinturas y provocaciones). 

El debate acerca del cuadro de Balthus es un perfecto ejemplo de la revisión de la cultura popular y del arte que ha fomentado el movimiento #YoTambién. Si algunos de los grandes maestros eran, además, abusadores ¿cómo, entonces, asumir su arte? Además, Merill señala específicamente las noticias del momento, pero es un cuadro de más de ochenta años, ¿debemos modificar el pasado para que se ajuste a los valores del presente?

Los expertos opinan.

María Wills - curadora e investigadora de arte

El acoso y la agresión a mujeres y a cualquier ser humano son completamente inaceptables y tiene que haber un castigo contundente a esos cretinos. Pero el arte desde ningún punto de vista debe ser mirado bajo el lente de fomentar o sugerir actitudes por parte de agresores. El arte trae la sensibilidad de un individuo en un momento específico y el poder de lo femenino se confirma en la cantidad de representaciones de mujeres y musas que ha habido a lo largo de la historia del arte. Es maravilloso poder ver la génesis del manejo de la sensualidad en el arte y aniquilar o censurar manifestaciones como la de Thérèse rêvant es negar toda una faceta de la psiquis humana que es la fantasía. El arte además existe para trascender límites. Increíble que a estas alturas del paseo estemos en tal oscurantismo.

José Roca - curador y director artístico de FLORA ars+natura

La sociedad tiene derecho a cuestionar contenidos que glorifiquen la violencia hacia aquellos quienes están en situación de indefensión. Pero muchas veces el arte se refiere a estos asuntos de manera crítica; ¿cómo saber cuándo la posición es a favor o en contra? Hay que poner en situación la obra mediante textos que expliquen en qué contexto se produce, para que el público tenga la posibilidad de decidir si quiere o no tener la experiencia de la pieza.  Hay obras que hieren sensibilidades sexuales, religiosas, históricas, etc, e incluso algunas que contravienen disposiciones legales.  Pero la ley, como la moral, es algo que muta en el tiempo, es cambiante, no es universal sino ligada a contextos culturales específicos. No podemos usar la lente (legal, moral) de hoy para leer obras que fueron producidas cuando ciertas situaciones eran socialmente aceptadas o incluso legalmente válidas.

Si censuramos a Balthus, tendríamos que seguir con Sade, Lewis Carroll, Nabokov, Tournier... un gran segmento de la cultura quedaría prohibido, como en otras épocas.

Beatriz López - directora artística de Instituto de Visión

Realmente todavia no he podido sentarme a pensar en qué posición tomar, entonces mi posición es bastante ambigua. Me parece peligrosísimo entrar en temas de censura pero por otro lado, antes de que se pusiera en la mesa todo esto sobre sexual harassment, la pintura de Balthus se me hacía innecesaria. No entiendo realmente hacia donde apunta y nunca me ha gustado, en una lectura bastante simple y personal, pero la censura no es el camino para nada. Es entrar a una guerra de subjetividades que por supuesto van a estar afectadas por las religiones y otras creencias. Coartar la posibilidad de hacer una lectura política de una obra, asi sea de algo con lo que uno no está de acuerdo, es complicadísimo. No debería ser una cuestión de "no te lo muestro para que no pienses nada", es mejor mostrarlo y que cada uno pueda formar una opinión. También se me hace muy peligroso organizar un museo según el momento actual, una de las más cosas interesantes que tiene ir a museos es su anacronismo, las maneras en que las contenciones históricas que pueden ser leídas o administradas para evidenciar incluso pensamientos que son transversales al tiempo.

Lucas Ospina - profesor, Universidad de los Andes

La persona que abrió la petición en relación a la pintura expuesta en la colección abierta del museo propone dos opciones: Una, remover la pintura. Dos, sumarle una advertencia a la ficha técnica, un letrero que diga “algunos espectadores pueden encontrar esta obra ofensiva o disturbadora, dada la infatuación artística de Balthus con la niñas jóvenes”. La primera opción puede darles gusto a los alarmistas y a los periodistas que sumarán visitas a sus portales de internet con el titular sobre el acto de censura. La segunda opción puede sonar más incluyente, el problema es que demandaría colgarle todo tipo de etiquetas a una cantidad ingente de obras por múltiples tipos de razones.

Ver es un aprendizaje y los museos y el arte son espacios para ejercitar la mirada. La pintura en cuestión es ideal para este ejercicio. Se trata de una imagen ambigua: un niño puede reír al ver en ella los calzones de otra niña o un pedófilo puede encontrar placer dado el ángulo explícito y el encuadre. Un sensualista puede ver la inocencia del sexo, un moralista la vería como una provocación deliberada (tan deliberada como la sexualidad implícita en los cristos y las vírgenes del imaginario católico). Un amnésico tal vez vea solo a una niña.

Desde la ley, alguien puede preguntarse sobre el tabú del sexo en los menores de edad, y los historiadores recordarán la depuración selectiva del nazismo al declarar este tipo de arte como “degenerado” en contraste con un arte “puro” y “alemán”. Un lector de novelas puede ver el cuadro de Balthus como una ilustración a mitad de camino entre Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll y Lolita de Vladimir Nabokov. Un curador podría ponerla a mitad de camino en una exposición que comience por los jóvenes desnudos de las urnas griegas y termine con la proyección de la película La Cacería, de Thomas Vinterberg.

Un investigador podría trazar el origen de la obra y ver que Balthus pintó varias veces a esa misma niña, pero que en la relación artista-modelo no hay un documento o relato que hable de un abuso de poder ni refleje una situación traumática para las personas que participaron en esa puesta en escena (no es esta la polémica reciente por la remoción de los monumentos a los soldados confederados estadounidenses que, por las fechas en que fueron emplazados, es claro que obedecían a una glorificación supremacista para humillar a la población negra en un pico de gobiernos racistas a comienzos del siglo XX).

La misma propuesta de remover la pintura de Balthus, o de sumarle una advertencia, ahora hace parte de la obra, de su historia, tanto así que le ha dado nueva vida, la ha puesto a circular y la ha hecho viral, sumándole más y más espectadores a los casi 10.000 espectadores que le piden al museo removerla o fijarle una advertencia.

Es claro que los abusos de poder del presidente actual de Estados Unidos, sus declaraciones sexistas en público y en privado y sus conductas predatorias en relación a las mujeres, han generado una sensación de impotencia ante la impunidad rampante de que goza el primer mandatario. Este rechazo ha motivado un clima de libertad para denunciar abiertamente los abusos de otros actores de poder. Sin embargo, bajo el ánimo de proteger al espectador de una imagen que “romantiza la sexualidad de una niña”, que “romantiza el voyeurismo”, la iniciativa que pretende proteger a la infancia de su objetualización es contraproducente: infantiliza la mirada, nos hace más vulnerables ante nuevos abusos de poder. Abusos en los que una postura cándida impide reconocer la imagen de un predador en su crudeza. No es con una mirada inocente como se combate la fascinación del fascismo, no es con una iconoclastia moralizante como se comprende una situación compleja. Ver es un aprendizaje. Saber ver, tomar conciencia del acto de ver, hace parte de esa enseñanza que pueden proporcionar el arte y los museos como espacios abiertos al cruce de miradas y al debate.


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