Revista Pijao
Auge de la no ficción: un renovado apego a los hechos ocurridos
Auge de la no ficción: un renovado apego a los hechos ocurridos

Por Verónica Abdala   Foto ©Marcello Mencarini/Leemage

Clarín (Ar)

En el principio fue Rodolfo Walsh -¿o podrá asociarse a ese origen a Sarmiento con su Facundo, publicado por entregas en El Mercurio de Chile?-. Luego, Tomás Eloy Martínez con sus relatos de Lugar común la muerte. Más acá, los contemporáneos Martín Caparrós, Leila Guerriero, Cristian Alarcón o Josefina Licitra, entre otros, muchos de ellos periodistas. El género de la no ficción vive un auspicioso renacer con nuevas plumas y títulos en librerías. De hecho, el premio de la Feria del Libro de Guadalajara este año es para Emmanuel Carrère, el brillante cronista de De vidas ajenas. Y el fenómeno generó que incluso este año se programe “Basado en hechos reales”, un festival dedicado al tema en el CCK, que comienza el jueves de la semana próxima.

¿Cuál es el origen de este género que hoy valida todos sus títulos como una forma de arte? En la Argentina, la tradición periodística de calidad estuvo desde un principio vinculada con la buena literatura: desde el siglo XIX, los medios gráficos –tanto en Buenos Aires como en el interior- se nutrieron de grandes autores que proveyeron por décadas escritores y cronistas exquisitos. Ese romance entre los géneros, en un país que tuvo a la prensa gráfica más desarrollada de la región, volvió porosa la frontera entre ficción y no ficción. Ahora dio lugar a un nuevo “boom” del periodismo narrativo. Con una historia similar en el crecimiento de su prensa, un fenómeno parecido tuvo y tiene como protagonistas a autores de Estados Unidos.

Es el estadounidense Truman Capote a quien suele identificarse como el referente histórico del periodismo narrativo. Relató en A sangre fría (1966) el brutal asesinato de los cuatro miembros de una familia de Kansas, ocurrido en 1959, y el destino de los criminales, después de haber concretado un laborioso trabajo de campo que consumió siete años hasta la publicación y que impactó de lleno en la sensibilidad de millones de lectores en el mundo. Dio así origen a un género que poco después tendría entre sus grandes firmas a autores de la talla de Tom Wolfe, Norman Mailer, Hunter S. Thomson, Joan Didion y Gay Talese. Corría la década de los ‘60 y la coyuntura del país del norte –el asesinato de John F. Kennedy, la revolución sexual, la psicodelia, el hipismo y las dictaduras latinoamericanas- parecía demostrar que la ficción no superaba la potencia de la realidad.

Vale señalar que nueve años antes de la aparición de la obra que consagró a Capote, el argentino Rodolfo Walsh ya había publicado Operación Masacre (1957), el libro en que relató, con recursos propios de la novela, el asesinato de presos políticos cometido en 1956 durante la dictadura cívico-militar autodenominada Revolución Libertadora y que la historia recordaría como los “fusilamientos de José León Suárez”. Hoy, decenas de autores ensayan y debaten los cruces que habilitan los procedimientos literarios cuando de narrar hechos reales se trata: así surgieron libros, crónicas y artículos de alto nivel literario, que se combinan con las investigaciones periodísticas sobre las que se sustentan, e incluso con la experiencia personal (la llamada “narrativa del yo”), desde un punto de vista subjetivo.

La tendencia se volvió global: la bielorrusa Svetlana Alexievich, -que en Voces de Chernobyl relató el drama tras la explosión atómica en esa ciudad ucraniana- se alzó con el Nobel de Literatura en 2015. Fue la primera periodista en ganar ese premio mayor. El género se impone con fuerza en Latinomérica, acaso porque en un continente como el nuestro, la realidad cotidiana es a tal punto prepotente, extravagante y violenta, que muchas veces la imaginación se siente en desventaja. Recorrer, preguntar, confirmar y escribir se vuelve pura potencia.

En el continente que tuvo a Gabriel García Márquez, Elena Poniatowska (premio Cervantes y autora de Hasta no verte, Jesús mío y La noche de Tlatelolco), Alma Guillermoprieto y Carlos Monsiváis, proliferan las novelas de no ficción y las crónicas en los catálogos editoriales. Se presentan incluso colecciones específicas (como las de Tusquets Argentina, Anagrama o Ed. Marea, Ficciones Reales) y se multiplican las revistas especializadas, en distintas ciudades de la región –como Etiqueta Negra (Perú), SoHo y El Malpensante (Colombia), Gatopardo (que comenzó en Colombia) o Anfibia (Argentina)-. El pintoresquismo regional pero también sus insalvables contradicciones y su violencia constitutiva –tanto como la necesidad de su comprensión urgente-, probablemente expliquen el auge de la no ficción latinoamericana: hoy los hechos reales eclipsan a los que provee la imaginación pura.

Mientras el mercado recibe estos libros con los brazos abiertos, los lectores los han aceptado como un modo de entender la realidad circundante, y los medios empiezan a percibir que las crónicas aportan nuevas armas para competir en la era de la vorágine digital, donde la información sobra pero hacen falta textos que conmuevan al lector: el viejo paradigma de la “objetividad” –y su desaprensiva “prosa informativa”- va dando lugar a un enfoque que lleva a sentir al lector “que tiene enfrente la pura realidad”, como ha definido el escritor Martín Caparrós. En épocas de inmediatez y sobreabundancia informativa, el asunto empieza a ser publicar relatos memorables, más allá de la urgencia a la que incitan las noticias.

En las antípodas de aquel comentarista argentino que en 1889 arriesgó en un diario de época “el periodismo y las letras parece que van de acuerdo como el diablo y el agua bendita”, los autores de no ficción suscriben a otra premisa: no hay narración que se sostenga sin investigación periodística, ni investigación mal contada que pueda trascender en el tiempo: separadas son bloques de hielo, la combustión se produce cuando estas dos dimensiones confluyen.

“No veo diferencias sustanciales entre una crónica bien escrita y un cuento, salvando el hecho de que una refiere a hechos reales y el otro no”, señaló el mes pasado el español Juan José Millás, en un taller que ofreció a los periodistas de Clarín. El apego a los hechos parece hoy tan necesario como la capacidad de conmover al lector. Historias hay muchas, en la vorágine del reemplazo permanente, pero cada vez parece más claro que solo trascenderán las que merezcan ser recordadas.

No ficción: 50 autores para debatir el género

El Centro Cultural Kirchner se transformará en un espacio de exploración del género de la no ficción. No es casual, aquí sobran las firmas destacadas. María Moreno o María Sonia Cristoff son sólo dos nombres de una larga lista. El encuentro en el que se discutirán las particularidades del género se llama Festival Basado en Hechos Reales y tendrá lugar, con entrada gratuita, desde el jueves 30 de noviembre y hasta el sábado.

Participarán referentes del país y el extranjero: en total más de 50 escritores y periodistas argentinos y otros siete internacionales, entre ellos D. T. Max -redactor de la revista The New Yorker y autor de la biografía de David Foster Wallace, Todas las historias de amor son historias de fantasmas-, que brindará un taller de perfiles e integrará uno de los paneles de debate.

Vendrá también la venezolana Maye Primera -editora para América Latina de Univision Noticias Digital, quien obtuvo este año el Premio Ortega y Gasset-. Estará en dos paneles, uno sobre corresponsales de guerra. Por su parte, el realizador español Álvaro Longoria -productor de películas como Che, protagonizada por Benicio del Toro, y Looking for Fidel, dirigida por Oliver Stone, y documentalista-, que disertará sobre el presente del documental.

También dará el presente la periodista peruana Gabriela Wiener -referente de la no ficción en Iberoamérica con textos provocadores como Sexografías o Nueve Lunas, una crónica autobiográfica donde explora los tabúes en torno a la maternidad-. Entre los expositores, también participará la periodista de Revista Viva Victoria de Masi, autora del libro Carlitos way, que reconstruye el devenir de Carlos Nair Menem.

El festival, que impulsaron las periodistas Silvina Heguy, Cecilia González, Luciana Mantero y Ana Prieto; Victoria Rodríguez Lacrouts y Víctor Malumián, se propone debatir cómo narrar la vida de un personaje o la propia historia, de qué manera alejarse de los estereotipos o echar luz sobre los tabúes, cómo se disputan audiencias los medios digitales e independientes y qué abordaje dar a las historias de conflictos, guerras o crímenes.

También habrá talleres y clínicas –que requieren inscripción previa-. En paralelo, se abrirá habrá una librería especializada en obras de no ficción, en la que un grupo de periodistas culturales hará recomendaciones al público, durante los tres días, a partir de las 17.


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