Revista Pijao
Alberto Manguel: "Estamos todos conectados por un océano de historias"
Alberto Manguel: "Estamos todos conectados por un océano de historias"

El mundo está plagado de premios para escritores: novelistas, cuentistas, ensayistas, poetas. Se trata de galardones internacionales, nacionales, provinciales y aun municipales, con y sin retribución económica. Ahora fue el turno de una distinción para un lector. Este año el Premio Formentor recayó en el escritor Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948), director de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno desde fines de 2015.

 

Siguiendo la estela de su maestro Jorge Luis Borges, el autor de Una historia de la lectura ha convertido su itinerario como lector en el hilo conductor de casi todos sus libros. Guía de lugares imaginarios, En el bosque del espejo, Diario de lecturas, Con Borges, La biblioteca de noche e Historia natural de la curiosidad, son algunos de los títulos que puntúan una extensa trayectoria. El fallo del premio declara que la suya "constituye una de las más lúcidas indagaciones en la historia orgánica de la biblioteca universal".

 

Manguel es el tercer argentino en obtener el Formentor: el propio Borges lo ganó junto a Samuel Beckett en la primera edición de 1961, y representó para él la consagración europea; Ricardo Piglia lo recibió en 2015. Y es ésta la segunda ocasión en que Manguel cierra un círculo iniciado por Borges, en su momento también director de la Biblioteca Nacional.

 

Se le otorgará a Manguel la suma de 50.000 euros. El merecimiento no deja de mostrar un costado paradójico: la lectura ha mimado casi siempre una cualidad voluntaria, caprichosa, gratuita, secreta. Preciosa como un diamante es, previsiblemente, invalorable.

 

–Entre tantos premios para escritores, al fin un premio para un lector.

 

–Si es así, lo acepto. Si no fuera así, quedaría ridículo.

 

–Pensándolo bien, los últimos tres Formentor fueron para escritores-lectores, que hicieron de la lectura la médula de su obra: hablo de Enrique Vila-Matas, Ricardo Piglia y Roberto Calasso.

 

–Lo digo sin falsa modestia: no estoy en esa categoría. Los que aman la literatura encuentran distintas funciones. Unos crean obras originales, o crean nuevas ideas sobre la literatura. Yo soy lo que los franceses llaman “passeur”, un intermediario. Es un rol que la literatura necesita, pero hay diferencias importantes.

 

–Borges decía que quería ser recordado como lector. Más allá de sus ironías, al decirlo nos estaba recordando cuál es el origen y el nudo de la literatura.

 

–Absolutamente. Yo siempre subrayo que la historia de la invención de la escritura empieza con la invención de la lectura. No se pueden crear signos sin el código correspondiente para descifrarlos.

 

–El fallo del premio dice que la suya "constituye una de las más lúcidas indagaciones en la historia orgánica de la biblioteca universal". Su trabajo como ensayista se prolonga ahora con sus tareas en la Biblioteca Nacional, precisamente con una clara voluntad de universalizarla…

 

–Es cierto. Es como si después de asistir a clase hubiera pasado a los trabajos prácticos... En fin, es una manera de poner en acción algunas ideas. A casi un año de haber asumido, me he dado cuenta de que lo único que puedo hacer es administrar, en el mejor sentido. Ayudar a hacer a los que saben hacer. Y acá en la Biblioteca Nacional hay muchos.

 

–En ese sentido, dos de los invitados internacionales que han pasado por la BN en lo que va de su gestión son los grandes expertos en la historia del libro Robert Darnton y Roger Chartier. ¿Cuán acompañado por ellos se siente?

 

–Muy. Estamos en el mismo barco. Ellos son capitanes, yo soy marinero. Su intención, como la mía, es ayudar a integrar una biblioteca universal tal como la soñó Borges. Si queremos ser una sociedad letrada –sea aquí, en Canadá o en Italia– nuestra experiencia como lectores debe ser compartida, y debe ser puesta a disposición de las generaciones actuales y futuras, y para eso se necesita tener una biblioteca, que a la larga contribuye a construir una conducta cívica ética. Los poderes tratan de disuadirnos de esas conductas, prefieren la facilidad de la corrupción, de la coima. Pero una sociedad tiene que curarse a sí misma y para eso necesita inteligencia, es decir lectura, es decir una biblioteca.

 

–Las nuevas tecnologías de lectura han tocado un techo. Y está comprobado que en papel la lectura tiene otra resonancia.

 

–Es un aspecto evidente de cualquier tecnología, que tiene aspectos positivos y límites claros. Un avión a reacción cuesta demasiado para llegar a la esquina, es mejor ir a pie. Tenemos que usar la tecnología apropiada para cada necesidad. Una búsqueda puntual, o de un dato actualizado, o de textos inaccesibles, se puede hacer de manera digital. Pero si uno quiere leer por placer La guerra y la paz, mejor hacerlo en papel. Es más práctico y más efectivo.

 

– ¿Son tiempos dramáticos o tiempos esperanzados para el libro?

 

–Siempre fueron tiempos dramáticos y tiempos esperanzados. Ya en el primero siglo después de Cristo, el poeta latino Marcial se quejaba de que sus obras no llegaban a la frontera, de que la gente prefería ir al circo… Estamos en lo mismo, sólo cambian los nombres y los contextos. Pero como he podido comprobarlo en la época de las FARC en Colombia, y en épocas duras en Yemen y Turquía, en momentos de desesperación la gente se vuelca a la literatura.

 

–El fallo del Formentor subraya “la importancia de la lectura para las jóvenes generaciones”. ¿Es de ilusos o de racionales creer que todavía la lectura es un instrumento de transformación?

 

–Es un juicio muy racional. Desde un punto de vista biológico nos hemos convertido en animales lectores. Buscamos narraciones en todo. Y los textos impresos nos las ofrecen servidas, ya construidas; de lo contrario sería más difícil hacerlo por nuestra cuenta.

 

–El Formentor era en sus principios un premio otorgado por editores. ¿No sería lógico que las editoriales también estuvieran embarcadas en la promoción de la lectura?

 

–Las editoriales que antes publicaban literatura ahora lanzan productos de consumo, mientras devoran y absorben a las editoriales que hacen la labor debida. Lo notable es la cantidad de pequeñas editoriales que nacen y hacen la tarea necesaria. Nadie es tan imbécil como para meterse en el mundo editorial sólo para hacer dinero.

 

–Formentor es parte de la isla de Mallorca. ¿Ningún lector es una isla, no?

 

–Cada lector está rodeado por el océano de los cuentos, como lo llaman los hindúes. Todos estamos conectados por ese océano de la literatura y de las historias. Sin literatura, sin cuentos, no podríamos sobrevivir. Lo hemos sabido desde la época de las cavernas y lo comprobaremos hasta que ya no quede nadie en el planeta.

 

Tomado del diario Clarín (Ar)


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